RESEÑA,
1983
NUM. 147,
pp. 20 |
ESTA NOCHE, GRAN VELADA
FERMIN CABAL
Reflexiones sobre la
solidez y otros peligros
Este
título confirmaba la capacidad de Fermín Cabal
como autor dramático serio y sólido. Eran años obsesionados por nuevos
textos y otras formas de hacer teatro. La esperanza y la ilusión era la tónica
de nuestros escenarios.
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Título:
Esta noche, gran velada: Kid Peña contra Alarcón ¡por el título
europeo!
Autor: comedia de Fermín Cabal.
Escenografía
y vestuario: de
Ramón Sánchez Prats.
Producción: Salvador Collado.
Actores: Santiago Ramos (Kikm
Peña), Jesús Puente (Mateos), Licia Calderón, Miguel de Grandy, Jesús
Bonilla, Enrique Fernández, José Goyanes, Tomás Sáez, y la voz de José Zamora.
Dirección: Manuel Collado.
Estreno
en Madrid: Teatro
Martín, 1983 |
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El
estreno de Gran velada, de Fermín Cabal, convierte ya en habitual
a este interesante dramaturgo, cuyo sentido del teatro hemos tenido ocasión de
señalar en esta revista. El autor y las características de esta función
pueden dar pie para unas cuantas reflexiones.
PRIMERA
REFLEXION
SANTIAGO RAMOS |
Estamos de acuerdo con los que
señalan -¿o tal vez acusan?- la obra de Cabal como de teatro tradicional. Tal y como está el teatro
español y lo poco que se ha conseguido con una actitud experimental que
carecía de raíces, de motivaciones auténticas, de pulso real (salvo las
excepciones que quieran, por favor), pero que ejercía un mimetismo a veces sólo
de lecturas parciales, es saludable volver al punto en que estábamos hace unos
años. En este sentido, el concurso de Cabal me parece necesario, al menos ahora. La crisis teatral, si es
que ha tocado fondo, habrá de dar paso a algo diferente en los próximos
años, y para ello son necesarios autores serios y sólidos, como él. Su
peligro es el mismo de cierto cine español joven y pazguato (Colomo, Trueba, Ladoire) que ha
caído en lo que hasta ahora Cabal ha sabido evitar.
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SEGUNDA
REFLEXION
JESÚS PUENTE
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Con Gran velada demuestra Cabal que
puede tocar un tema lleno de lugares comunes y con una sola situación
difícilmente aprovechable - el boxeador protagonista se niega a salir al ring,
ya que una carta de su novia en que le deja plantado le da motivo para romper
con la corrupción del medio; los otros personajes intentarán convencerle de que
salga a pelear - y hacer una obra teatral firme, bien hecha, superficial si
quieren, pero a menudo aguda, siempre llena de humor, ironía y amargura, todo
al mismo tiempo. La superficialidad puede ser un peligro, pero tomada con esa
provisionalidad a que hemos aludido, puede servir para quitarse de encima tanta
trascendencia críptica que ha destruido a
muchos
de nuestros autores antaño jóvenes.
Al
fin y al cabo, Gran velada no
pretende ser una denuncia de la corrupción de ciertos mundos, sólo es una
comedia en cierto modo alegórica de una sociedad, magistralmente construida - con
sus tres unidades y todo, y una soberbia "coda", que es lo más tópico
de todo y que, sin embargo, demuestra la sabiduría teatral de este autor-,
pero simplemente una comedia -¿nos perdonaría Cabal si la pusiéramos en la tradición, hoy tan mal vista, de la
comedia de costumbres? -, con personajes populares, que ahora vuelven al escenario,
después de los problemas y rompecabezas de la burguesía retratada por otros
dramaturgos también tradicionales.
TERCERA REFLEXION
LICIA CALDERÓN |
La puesta en escena abunda en los
tópicos del naturalismo - ya hemos dicho que Manuel Collado no es director de teatro,
pero también hemos dicho que otros, que no son empresarios como él, tampoco lo
son aunque ejerzan -, pero se confía en la labor de los actores. Esta función
nos ofrece un instructivo contraste. Por una parte tenemos a un actor joven,
intuitivo, pero al que no le falta formación técnica, Santiago Ramos, que nunca o casi nunca hace el mismo papel, que
cada vez sabe construimos un tipo distinto (Kid Peña, su personaje,
es más bien un tipo). Creo que es uno de los pocos actores jóvenes de valía en
nuestro teatro comercial, aunque no sé si está muy afianzado en ese medio, que
suele excluirlos buenos actores. Frente a él, en el
personaje de Mateos, el manager aprovechado y carota,
está Jesús Puente, un actor que basa
sus actuaciones en una generalizada picardía teatral cuyos resultados son,
pese a todo, más soportables que los de otros dispensadores de tics colegas
suyos. Su interpretación se basa en una pequeña variante del tipo que
hace siempre, sea en anuncios para televisión, en Arthur Miller o en Buero
Vallejo, Pero no es ineficaz, no suena a excesivamente falso. Acaso su
propia humanidad se transmita a los tipos, siempre iguales, a los que da
corporeidad escénica, lo que, para lo que hay, ya sería suficiente. El peligro
de Ramos es no dar el salto
cualitativo del tipo al personaje. El de Puente
es el de permanecer en el tópico - el "tic"- si alguna vez no funciona
como hasta ahora esa repetición ya alarmante. También Miguel de Grandy y Jesús
Bonilla, pese a rigideces y bisoñez, le dan humanidad a sus
cometidos. Completa el reparto Licia
Calderón, muy guapa, como intenta demostrar la puesta en escena, constantemente,
no sé si a Kid Peña o a nosotros. Además cumple correctamente, sin
locuras.
CUARTA REFLEXION
Hoy por hoy, es bueno ver una función así. pese a
insuficiencias, porque el teatro parece que no pudiéramos pedirle más. Pero en
el futuro hay que hacer otra cosa.
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