RESEÑA, 2003
NUM 351, pp.11 |
DON GIL DE LAS CALZAS VERDES
LA MAESTRÍA DE TIRSO
Uno de los clásicos más sugestivos
que hemos podido ver
en Madrid esta temporada |
Título:
Don Gil de las calzas verdes.
Autor: Tirso de Molina.
Adaptación, escenografía y dirección: Fernando Urdiales.
Vestuario: Lupe Estévez.
Iluminación: Juan Carlos Andrés.
Música: Juan Carlos Martín.
Producción: Teatro Corsario.
Intérpretes: Rosa Manzano, Pedro Vergara. Beatriz
Alcalde, Jesús Peña, Ruth Rivera, JavierJuárez. Bolja Semprún,
Luis Miguel Garela, Óscar Garela, Julio Lázaro, Teresa Lozano,
Teresa Lázaro, Manuel Alonso.
Estreno en Madrid: Sala Galileo, 28- V-2003.
Don Gil de las calzas verdes constituye un alarde, un despliegue
de las posibilidades de la comedia de enredo. Tirso recurre alas
mejores materiales del género y demuestra su excepcional
capacidad para utilizarlos en un espectáculo. El travestismo, el
disfraz, el engaño, el escondite, la identidad falsa, la pérdida
y el hallazgo de objetos, la multiplicidad de apariencias, etc.,
se entrecruzan en una trama compleja hasta el extremo, cuyo
pulso parece no ceder nunca el dramaturgo, aunque exige del
espectador una atención sostenida para no perderse en la
enredada madeja urdida por Tirso.
Tras la compleja estructura, el adaptador actual, Fernando
Urdiales, ve el reflejo de un mundo masculino dominado por la
avaricia y el engaño, y lo encuentra de útil aplicación a
nuestra sociedad, mediocre y ambiciosa. Nada hay que objetar a
esa lectura contemporánea, que valora la maestría de Tirso, pero
también su mirada irónica y desenmascaradora de la miseria
humana, y su propuesta de alteración y aun de inversión de
valores y de expectativas. En Don Gil de las calzas verdes
la
mujer protagonista engaña a los hombres -y a las mujeres-, y
pone patas arriba todo un mundo de convenciones hasta lograr su
propósito, pese a la debilidad inicial de su situación. La
mirada de Tirso parece relativizar determinadas convicciones y
sistemas de valores, por lo que su comedia no sólo resulta
divertida y refrescante, sino también higiénica, ya que
demuestra las posibilidades del género para reflejar
críticamente la vida social y corregir su rigidez y su falsedad.
El trabajo de Teatro Corsario, uno de los grupos más veteranos
en la puesta en escena de los clásicos, ha seguido en este
espectáculo los criterios que guían su trayectoria,
habitualmente austera, rigurosa y prudente. Se ha respetado en
lo esencial la letra del texto - a mi entender de manera
excesiva, pues tal vez hubiera sido conveniente una ligera poda
en la parte inicial de la comedia - y se ha mantenido también la
tradición histórica en lo que respecta al diseño del vestuario.
El espacio escénico se configura mediante elementos alusivos, a
veces más realistas y en otras ocasiones más fantásticos o hasta
irónicos, como sucede con el tópico jardín' convertido en lugar
de encuentro. Y todo ello aparece enmarcado por paneles o
bastidores que permiten la transformación del espacio escénico
general en los ámbitos concretos en los que transcurre la
acción. Los objetos utilizados se reducen a los esenciales,
fuera de algunas libertades, como el uso de las sombrillas, que
recuerdan a algún montaje de la CNTE.
La puesta en escena parece buscar la fluidez de la acción y
estar, consecuentemente, al servicio de la trama urdida por
Tirso. En efecto, las transiciones son generalmente ágiles,
aunque en alguna ocasión se requeriría una mayor limpieza. La
interpretación es también sobria, limpia y eficaz, y se
advierten la entrega de los actores al proyecto y la
homogeneidad y la coherencia de un elenco que mantiene una
continuidad en su trabajo. Predomina una cierta contención en la
labor actoral, compatible con la energía y con la búsqueda, en
algunos personajes, de los ribetes farsescos y ridículos, nunca
demasiado acentuados, y de la nitidez de los perfiles en casi
todos. El resultado, sin ser deslumbrante, es satisfactorio y
revela la profesionalidad y el buen tino de Fernando Urdiales y
del grupo Teatro Corsario, y, sobre todo, la honradez de la
propuesta, en la que está ausente cualquier clase de
pretenciosidad o de estridencia. Este Don Gil de las calzas
verdes ha sido, en mi opinión, uno de los clásicos más
sugestivos que hemos podido ver en Madrid durante esta
temporada.
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