RESEÑA, 1967
NUM. 19, PP. 293 - 297 |
la comprobación
de los hechos
peter weiss
El Marat-Sade de Peter Weiss ya circulaba por Europa. En
el Milán de 1967 Peter
Weiss llegaba con Die Ermittlung (1965). Weiss tomaba el juicio de 1961 contra Adolf Eichmann, el responsable de los hombres que participaron de los crímenes del Lager de Auschwitz.
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Título: L’Istruttoria (La
comprobación de los hechos) (Die Ermittlung)
Autor: Peter Weiss
Traducción
al italiano: Giorgio Zampa
Dirección: Virginia Puecher
Estreno
en Milán: 1967 |
Die Ermittlung.
Oratorium von 11 Gesängen
(version en berlín, 19 – X - 1965) |
Casi
al final de la temporada teatral, ha llegado a esta inquieta Milán la obra que
debe considerarse el éxito del año. Me refiero a Die Ermittlung, de Peter Weiss, traducida al italiano
por Giorgio Zampa con el título de L'Istruttoria, y que en castellano podría ser, casi al pie de la letra, La comprobación
de los hechos; unos hechos que al cabo de treinta y tantos años de
su ejecución, siguen llamando a la conciencia de todo hombre y quizás con
mayor fuerza a la conciencia del hombre occidental, protagonista activo de
aquel trágico absurdo.
A
raíz del clamoroso proceso que el joven Estado israelí formó contra Adolf Eichmann en 1961, se puso de
nuevo sobre el tapete de la opinión pública mundial la responsabilidad
individual de los hombres que participaron en los crímenes del Lager de Auschwitz. Hasta entonces, se
había hablado de responsabilidad colectiva, de psicosis servil, pero
las confesiones del imputado y los hechos que salieron a la - luz dieron a en tender
claramente el margen de participación personal intransferible de las
autoridades nazis en el asesinato masivo de judíos y prisioneros de guerra,
especialmente soviéticos, en los campos de exterminio. Seguramente, por esta
razón, a partir del 20 de diciembre de 1963 y hasta el 20 de agosto de 1965,
tuvo lugar en Frankfurt del Maine, a cargo del Estado alemán, un proceso contra
un grupo de SS y funcionarios del Lager ya históricamente maldito. En el curso
de 183 jornadas, depusieron 409 testigos, 248 de los cuales sobrevivientes del
Lager. El proceso hizo que nombres como el de Robert Mulka (vicecomandante del campo), Wilhelm Boger y Hans Stark (funcionarios de la sección política), Oswald
Kaduk (Rapportflihrer), acabaran siendo sinónimos de todo cuanto un hombre
no deba ejecutar jamás a menos que admita la transformación en bestia. Y junto
a estos imputados, también cobraron dramática celebridad un grupo de personas
que, como dice Giorgio Zampa, «por singulares
dispositivos de la máquina de la ley, figuraban no entre los imputados, sino
entre los testigos, junto a sus propias víctimas»: médicos y toda
clase de personal empleado,en el Lager para la repugnante selección del
material humano; un material que sólo tenía dos posibilidades, o ser eliminado
inmediatamente, o ser dedicado a la industria, en combinación con una
serie de marcas industriales alemanas, las cuales consiguieron positivos
adelantos en sus experimentos a costa de la vida de los prisioneros.
Peter Weiss, que
asistió a gran parte del proceso, ha compuesto su obra basándose
exclusivamente en una selección de textos procesales; es, pues, el suyo un tentativo
de crítica histórica a través del medio teatral. Sin embargo, como ampliaremos
después, no se trata solamente de crítica del pasado, antes pretende criticar
el presente y el futuro, y en definitiva criticar al hombre como tal. Este eco
de humanidad interrogada sobre sus mismas obras y sus posibilidades, llena
toda la obra, confiriéndole una capacidad de comunicación profunda con el
espectador que en cada instante se mira a sí mismo y se teme.
La
estructura de La comprobación de los hechos es absolutamente lineal y
sencilla. Weiss ha ordenado la
materia más interesante del proceso en once Cantos, que llevan por título otros
tantos protagonistas «morales» del drama: Canto del andén, Canto del Lager,
Canto de la alternativa, Canto de la posibilidad de sobrevivir, Canto del fin
de Lili Tofler, Canto del Untercharfilrer Stark, Canto de
la Pared Negra, Canto del
fenal, Canto del Bunkerblock, Canto del Zyklon B, Canto de los hornos; a
su conjunto, Weiss ha querido
llamarlo Oratorio, para indicar el carácter espiritual, medita tiva, de
su obra. Estos títulos siguen un orden cronológico que resume en su progresión
el círculo existencial del llegado al Lager: a partir del Canto del andén se
concluye en el Canto de los hornos. Hay, por lo tanto, en esa estructura
exteriormente sencilla y lineal, una intención profunda que podría definirse
como significación de la necesidad de morir; consideración que el
desarrollo de la obra corrobora, cuando constatamos que cualquier situación del
Lager acaba inevitablemente en la muerte, sea por crueldad, por temor, por
sadismo, por desesperación, por índices de productividad, hasta el punto que
los prisioneros piensan en la muerte como en una auténtica liberación. Hay
pues, que participar en la obra siguiendo esa dinámica interna que la domina y
le confiere un tragicismo impresionante.
La
acción se desarrolla toda en la sala del tribunal, y corre a cargo de los
siguientes personajes: juez, abogado defensor, fiscal, dieciocho acusados y
nueve testigos anónimos, cada uno de los cuales personifica a más de un
testigo real. Sobre este asunto de la realidad y del anonimato que diferencia a
imputados y testigos, dice el mismo Weiss: «Los testigos,
que en el drama no tienen nombre, resultan simples portadores... Por el
contrario, cada uno de los dieciocho imputados personifica una figura determinada;
llevan nombres tomados del proceso real. Que lleven aquí su propio nombre es
importante porque durante el proceso llevaron ese mismo nombre, mientras los
Hiiftlinge (deportados) habían perdido el suyo.» Como pasaba con la
estructura, también el nombre cobra una significación existencial y sirve para
diferenciar claramente dos actitudes: la personalizada de los asesinos y la
anónima de las víctimas; y precisamente, gran parte de la tensión de la obra
es producida por el continuo incidir de
unos nombres concretos sobre otros anónimos, de unas voluntades concretas
sobre otras voluntades aniquiladas, de unas personas conscientes sobre otras
personascosas, en una dialéctica de terror fundamental. En esa dialéctica, la
palabra «Häftlinge», ese nombre genérico
de todos los deportados, llega a cobrar un verdadero sentido martirial porque
logra significar, en fuerza de aquel anónimo aniquilamiento de toda
personalidad, la auténtica figura moral de las víctimas, pobres seres dejados
caer en un caos de muerte sin ninguna defensa. Este nombre, así, se convierte
en «El
Nombre» que el espectador lleva consigo y que medita largos días en su
interior.
El
estilo con que Weiss ha concebido la
obra se sitúa en la más pura línea del «teatro épico» que hoy en día parece
haberse impuesto en Europa. No se trata de una reconstrucción en clave tradicionalmente
dramática, según la cual se desarrolla una acción que el espectador contempla
distractivamente o, a lo más, impresionadamente, pero de la que no llega a
participar activamente. Por el contrario, se trata de una exposición descarnada
y fría de los hechos propuestos al espectador de forma que éste se sienta
solicitado por ellos hasta obligarle a adoptar un verdadero diálogo con los
mismos: el drama radica en ese intercambio, la acción se concluye en el patio
de butacas, en el interior crítico de cada espectador, como fruto de una
integración activa. Tal vez, esta clave estilística explique la carencia de
toda indicación escenográfica, a no ser que como tal quiera tomarse una
advertencia del autor: «Al representar este drama, no se debe pretender reconstruir
el aula del tribunal en la que se desarrolló el proceso del Lager. A los ojos
del autor, tal reconstrucción resulta imposible como imposible es una
reproducción del
Lager en
la escena.» Pero, tal advertencia confirma nuestra suposición. Hay, pues, en Weiss una voluntad decidida de hacer
recaer todo el peso de su propuesta en las palabras mismas como vehículo
creativo de una tensión dialéctica entre quien las pronuncia y el oyente; la
escenografía ha de construírsela el espectador, no reproduciendo los contornos
físicos del Lager o del proceso, sino los contornos significativos que esas palabras
proponen como trasmisoras de conceptos. Por esta razón, y paradójicamente, la
"absoluta frialdad de la representación coincide con una absoluta
dramaticidad de la reacción. El espectador es actor. El espectador se autocritica
mientras critica la representación. La seriedad de un espectáculo así concebido
no creo que sea necesario comentarla. Y es curioso constatar cómo muchos
jóvenes directores de cine están siguiendo la misma línea épica, con mayor o
menor éxito linguístico.
Ahora
bien, es natural que una obra del género deje un amplio margen de libertad al
director. Y aquí deseo hacer un comentario a las soluciones adoptadas por Virginia Puecher que ha dirigido la
obra en Italia, soluciones que han dividido furiosamente a la crítica ante lo
inusitadas que son. Puecher ha
decidido emplear cine, televisión, y banda musical electrónica como elementos
integrantes de la representación. A lo largo de la obra, y en una pantalla
situada al fondo del escenario, aparecen de vez en cuando fragmentos de un
documentario rodado en los restos del Lager con una técnica muy «nouvelle
vague» mediante la cual se pretende recrear imaginíficamente esa oscilación
caótica del drama: insistentes travellings, panorámicas repetidas sobre los
mismos objetos y lugares, movimientos rápidos de la máquina, etc. Las cámaras
de televisión, por su parte, proyectan continuamente el rostro del imputado o
testigo que hace uso de la palabra en un intento de ampliar el dramatismo del
lenguaje mediante la técnica de situarlo, por la imagen, en una atmósfera de
atemporalidad destacada. La música, en fin, insiste son sus características
electrónicas en la creación de esa frialdad intensiva, de esa rotura de toda
coherencia. Con todo ello, Puecher ha creído enriquecer la comunicación de Weiss no en clave espectacular sino linguística.
¿Qué
decir del resultado? El hecho es que esa multiplicación de medios audiovisivos
resulta, en la práctica, extrínseca a la obra, no por su naturaleza cuanto por
el modo de haberlos integrado; quiero decir que le ha faltado una auténtica
inspiración integrativa a nivel estructural en un contexto verbal de tanto
peso; de ahí que, en muchas ocasiones, y sin duda, contra el deseo de Puecher, las intenciones linguísticas
que le llevaron a utilizar los medios dichos se conviertan en resultados
espectaculares, traicionando entonces la clave estilística y expresiva querida
por el autor. Con ello, no critico el que Puecher haya usado los audiovisivos, antes me parece una intuición que está llamada a tener
influencia en futuras direcciones teatrales, pero advierto, en vista de los
resultados prácticos, el peligro de que tales medios no acaben integrados en el
contexto. Pienso que toca al autor mismo tenerlos en cuenta al escribir la
obra, de modo que pueda ofrecer indicaciones concretas sobre su uso; con ello,
el director no pierde libertad puesto que siempre le resta un amplio margen de
originalidad e interpretación, pero se evita el que aporte elementos
extrínsecos al espíritu del autor. Puecher,
pues, no muy feliz como realizador, merece elogio como indicador de un camino.
Ni qué decir que el gran público ha aplaudid, al director; pero, es muy
natural que esas soluciones hayan impresionado a unos espectadores crecidos en
el espectáculo llamativo.
El
contenido. Hablar de una tesis de la obra es tarea, a mi entender, inútil
porque nos encontramos ante una serie de hechos que, en todo caso, proponen un
ángulo de visión, una temática, pero que se apartan de un predeterminado y
rígido orden lógico que pueda objetivarse con absoluta nitidez. La comprobación
de los hechos no es fruto de un juicio, sino de una contemplación. Esa
temática, ese ángulo de visión, puede que sea la existencia misma del Lager, el
interrogativo que se plantea a nivel histórico y humano por el hecho de que
unos hombres como nosotros pensaran y ejecutaran tales atrocidades y, después
pretendieran justificarlas o negarlas con 'la mayor frialdad. De ahí la
insistencia, que se repite como un estribillo, en preguntar a los imputados no
sólo si hicieron esto o aquello, sino, sobre todo, cómo fue posible que llegaran
a hacerla sin crearse gravísimas objeciones de conciencia. Naturalmente, no es
casual este espíritu interrogativo que atraviesa toda la obra puesto que el
drama del Lager por excelencia, supera a sus propios protagonistas para
colocarse en el centro mismo de la noción de Humanidad, de aquello que el
hombre es y puede llegar a ser.
¿Responde Weiss de algún modo a este
interrogante fundamental que inspira toda la obra? Personalmente, creo que sí;
y su respuesta cobra una importancia capital puesto que proyecta toda la
comunicación _ hacia el futuro en el que no está descartada la posibilidad de
que se den causas parecidas a las que provocaron el drama del Lager. El texto
se encuentra en el Canto Cuarto, cuando el Testigo Tercero dice: "Si hoy
hablamos con personas que no estuvieron en el Lager, de nuestras experiencias,
hay siempre algo que permanece incomprensible para ellos. Y, sin embargo, son
hombres como aquellos eran Häftlinge y guardias. Si éramos tantos en el Lager y
si fueron tan numerosos los que nos condujeron hasta allí, el hecho se debería
entender todavía hoy. Muchos de aquéllos, destinados a figurar como Häftlinge,
habían crecido bajo los mismos principios de aquellos que asumieron la parte de
los carceleros. Se habían dedicado a la misma nación empeñándose en un
esfuerzo por una ganancia común, y si no hubieran acabado Häftlinge, podrían
haber acabado carceleros. Dejemos de afirmar con superioridad que el mundo del
Lager nos resulta incomprensible. Todos conocíamos la sociedad de la que salió
el régimen capaz de fabricar aquellos Lager. Conocíamos el mismo núcleo de!
orden que reinaba y por esto conseguimos desarrollarlo hasta el extremo cuando
el explotador pudo ejercitar su poder hasta un grado inaudito y el explotado
tuvo que llegar a aportar hasta las cenizas de sus huesos.» El interrogante
sobre el hombre concreto se transforma en definitiva en un interrogante sobre
la sociedad producto del mismo hombre la cual acaba, a su vez, determinando
casi irremediablemente a su creador. Pero fijémonos bien que este planteo no
descarga la responsabilidad del individuo sobre la masa informe de la
sociedad, antes la potencia puesto que es el individuo y solamente él quien da
lugar a una situación de cosas. La conclusión tremenda es que, mientras existan
hombres, pueden darse sociedades como aquélla, lugares como el Lager,
exterminios planeados científicamente; a fin de cuentas, poco después de este
drama, los americanos arrasaban Hiroshima y los rusos de Stalin depuraban la tierra rusa con la misma frialdad y decisión de
muerte.
Frente
a esta constatación, las palabras con que concluye la obra cobran un
significado dialéctico que hace pensar muchas cosas; dice el Imputado
Primero: "Todos nosotros -querría subrayar una vez más- hemos cumplido solamente
con nuestro deber, aunque a menudo nos resultaba difícil y estábamos al borde de la
desesperación. Hoy que nuestra nación ha alcanzado de nuevo un grado eminente,
deberíamos, sobre todo, ocuparnos de otras cosas más bien que de acusaciones,
las cuales tendrían que considerarse caídas, desde hace tiempo, en
proscripción.» El cinismo del hombre es infinito, pero lo más grave
son las consecuencias que ese cinismo puede provocar en el futuro; porque me
parece que Weiss ha identificado con
el Imputado
Primero a tantos contemporáneos que prefieren olvidar en lugar de
revisar continuamente si sus criterios coinciden en alguna manera con aquellos
criterios que posibilitaron tanto absurdo. No se trata de recordar masoquísticamente,
permaneciendo en los criminales de entonces 'Y aprovechando
de este viaje al pasado para creer limpio el presente y seguro el futuro. Por
el contrario, se trata de tomar los hechos comprobados entonces para realizar
una profunda labor analítica de nuestra mentalidad actual y de su proyección
cara al futuro. Parece que Weiss, en
esa última declaración del Imputado Primero, haya querido
lanzar una gran llamada a la conciencia universal. Y lo consigue.
Esta
temática hombre-sociedad-hombre, pasado-presente-futuro, hechos y posibilidades, recuerdo y admonición, repito que se
desarrolla no de un modo rígidamente lógico sino a través de una, cada vez más
intensa, comprobación de hechos, de una narración aséptica, pero, a la vez,
llena de honda poesía. Y esta es la última reflexión a la obra de Weiss: su lirismo. Parece mentira la
sabiduría con que el autor ha sabido contemplar un material tan austero para
hacer de él un verdadero "Oratorio», una sucesión de auténticos "Cantos», a cargo de unos versos concisos, preñantes, contundentes, pero
también amplios, cálidos, vitales. El espectador participa en la representación
consciente de su concretez, de su historicidad, y én el mismo momento
sumergido en un clima de atemporalidad donde los protagonistas devienen
signos de realidades intangibles, donde uno entra en contacto con las zonas más
profundas del espíritu. Tal vez por ello, la obra no excita sino que
interioriza, no crea odios sino compasiones (en el sentido original del
término). La comprobación de unos hechos resulta, así, la comprobación del
Hombre, de nosotros mismos.
En
un tiempo que asiste a la publicación de innumerables tratados sobre la
justicia y el amor, cuando todos hablamos de
libertad, prójimo, comprensión y al mismo
tiempo nos reímos de estas cosas y las instrumentalizamos de la forma más vil,
esta comprobación de unos hechos que aún están calientes en la cercanía de
la Historia, ofrece una
seria materia de meditación. A Weiss,
por lo tanto, le debemos, al menos, gratitud. A su obra, respeto. A su
contenido humano, horas. A nosotros mismos, probablemente, vergüenza.
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