RESEÑA, 1968
NUM. 25, pp. 363 -365 |
Márat Sade
peter weiss
Eran años convulsivos para España. Ya no se podía
esconder la falsa paz y felicidad de un régimen. En el cine: Persona de Bergman, Edipo Rey de Pasolini, 2001: una odisea del espacio de Kubrick.
Había fallecido el mítico cineasta Carl Theodor Dreyer (
La Pasión de Juana de Arco, 1928)
|
Título: Persecución
y asesinato de Juan Pablo Marat
Autor: Peter
Weiss
Traducción: Salvador
Moreno Zarza (Alfonso Sastre)
Intérpretes: Adolfo
Marsillach (Sade), José María Prada (Marat),… Jose María Pou
Estreno
en Madrid: Teatro Español, 1968
Estreno
en Barcelona: Poliorama, 1968
Pocos
espectáculos dramáticos han provocado una cantidad de literatura crítica tan
enorme como la que ha suscitado Persecución y asesinato de Juan
Pablo Marat,
representados por los asilados del hospital de Charenton, bajo la dirección
del señor de Sade. En España no es muy frecuente que los diarios, ni
tan siquiera las revistas intelectuales, publiquen, comentarios a los estrenos
teatrales en otros países. Pero en el caso de la obra que
nos ocupa, fueron abundantes las referencias a sus representaciones en
diversos escenarios europeos, e incluso en
alguno americano. Llegaron a publicarse
extensos artículos de afortunados
compatriotas, que habían asistido
a alguna de las innumerables representaciones
que se le han dado al
Marat-Sade más allá
de los Pirineos. |
ADOLFO MARSILLACH
FOTO:
J.R. DÍAZ SANDE |
CARTEL DE
LA PELÍCULA |
Luego vino
la película a los cines de arte y ensayo, y al no tratarse de una versión
cinematográfica recreadora del texto dramático, sino de la filmación de una
puesta en escena teatral, interpretada por los mismos actores y realizada por
el propio director que la había montado en los escenarios londineneses, se
produjo el hecho insólito de que su estreno en nuestras pantallas suscitara
casi tantos comentarios de eruditos teatrales como de los críticos
cinematográficos. Incluso éstos, en sus trabajos, no dejaban de esbozar juicios,
más o menos extensos, sobre las virtudes dramáticas de la pieza.
Por
último, la puesta en escena de la obra por Marsillach, en el Teatro
Español de Madrid y en el Poliorama de Barcelona; ha vuelto a abrir la espita de los juicios sobre el que indiscutiblemente
es el espectáculo más importante producido por la dramaturgia universal en los
últimos años. Y todos, unánimemente, han coincidido en elogiar sin
regateos la alta calidad y modernidad del texto, así como la puesta en escena
de Marsillach y la labor de todos y
cada uno de los restantes componentes del espectáculo. Las discrepancias han
sido mínimas y siempre relativas a aspectos muy parciales. |
Esta
dilatada exposición viene a cuento de las dificultades que encuentra el autor
de estas líneas para enfrentarse, al mes y medio de su estreno en Madrid, con
este sugestivo drama. Porque parece imposible dar una nota nueva dentro del
concierto a que antes he aludido. Y repetir, con mayor o menor fortuna, lo que
los demás han dicho ya hasta la saciedad, me parece absolutamente ocioso. Pero
ser
el
penúltimo en ocuparse de un hecho artístico tiene siempre una ventaja: la de
remediar las omisiones del resto de los comentaristas. Y en el caso del Marat-Sade hay una que saltó a mis ojos a primera vista.
Entre
los elogios más repetidos por los críticos está el de que el espectáculo de Marsillach se caracteriza y distingue
de otros montajes extranjeros por su profunda españolidad. Y no les
falta razón. Adolfo Marsillach se ha
esforzado en hacer una versión que no se pareciera a las que se habían dado en
distintos países europeos. Era un esfuerzo rabioso y muy peligroso, porque - esto
es fundamental - no podía alejarse del texto ni de la intención de Peter Weiss. Hace alrededor de dos
años, Francisco Nieva me enseñó
los bocetos del decorado y figurines que había imaginado para este montaje. Me
sorprendió ver, el día del estreno, que los que se utilizaron no se parecían en
nada a los que yo conocía. Era el primer esfuerzo de Marsillach para alejarse de lo que otros habían hecho. Otro gran
acierto fue el audaz y eficacísimo dispositivo escénico consistente en la
enorme pasarela sobre todo el pasillo central del teatro, que, además de
proporcionarle un elemento distintivo y un más amplio espacio escénico,
colocaba la acción entre los espectadores, de una forma inmediata y agresiva.
Porque estas dos son las características fundamentales, a mi modo de ver, de la
excelente puesta en escena de Marsillach:
su inmediatez, su acercamiento del mensaje de Weiss al espectador español; y su agresividad, como consecuencia
de un texto y un equipo abundantemente progresivos. Así pues, Marsillach, además de buscar la
originalidad, intentó, con pleno éxito, dar un tono muy español a todo
el coniunto de elementos barajados en este espectáculo.
Pero
mi asombro fue mayúsculo al comprobar que todo el mérito en este aspecto se
adjudicaba a nuestro gran director o, al menos, se silenciaba de una manera
escandalosa los méritos de la versión castellana. Este hecho es más que
sorprendente en nuestro medio teatral, donde se soportan traducciones o
versiones españolas llenas de galicismos o argentinismos, donde casi
nunca se efectúa un trabajo creador, limitándose los firmantes a una mera y
rutinaria labor de traducción, mientras los críticos se complacen en ello,
dedicando a estos engendros una simple frase protocolaria (“límpida versión”, “correcta
adaptación”, “brillante traducción”), siempre elogiosa. Y en este caso, en que
verdaderamente se ha realizado un trabajo creador, lleno de inspiración y
acierto, consiguiendo no sólo que el texto no se viera menguado en sus virtudes
literarias y escénicas, sino mejorándolo en algunos aspectos, al españolizarlo,
sólo silencio. Frente a una versión rica, escrita en un castellano inmejorable,
de una eficacia dramática enorme, un silencio sepulcral. Sólo un crítico, de
pasada, aludía despectivamente a su pobreza poética. Los demás, ilustres o no,
ignoraban este trabajo gigantesco.
¿Cuál
puede ser la causa? A la vista del programa de mano entregado el día del
estreno, puede surgir una inmediatamente: en las páginas centrales, junto a
todo el reparto, no figuraba el nombre del adaptador. Pudiera pensarse que, al
ignorar su nombre, ignoraban su trabajo. Pero parece demasiado infantil y,
sobre todo, indicaría una falta de ética periodística inconcebible. Porque, además,
en el ambiente profesional, todo el mundo sabía que el autor de la versión era
el dramaturgo Alfonso Sastre, y que
habían surgido dificultades para colocar su nombre al pie del de Peter Weiss, por lo que firmaba con el
seudónimo de Salvador Moreno Zarza.
Entonces, ¿cuál puede ser la causa de esta omisión?
Hace
algunos años, y en más de una ocasión, Alfonso Sastre discrepó públicamente con los juicios que los
críticos habían emitido de algunos de sus trabajos teatrales. Recuerdo que
esto provocó curiosas reacciones por parte de los críticos criticados. Ninguno
de ellos, que yo sepa, contestó a los objetivos alegatos del autor. Se
limitaron a esperar sus próximos estrenos. Cuando le llegó la hora a En la red, todos arremetieron contra Sastre, dándose el caso insólito de que muchos de ellos comenzaron
sus escritos con la misma frase. ¡Tremenda casualidad! Tremenda
casualidad que debió fraguarse en uno de esos corrillos que los críticos
organizan entre ellos al terminar los estrenos, a veces en el propio vestíbulo
del teatro. Recuerdo también que alguno de los trabajos de Sastre como guionista cinematográfico, estrenado por aquellos
años, fue severa y desusadamente criticado, como muestra de solidaridad
profesional de los comentaristas cinematográficos con sus colegas teatrales.
Pero
surge inmediatamente otra pregunta: ¿Y aquéllos que comenzaron a
ejercer la crítica después de aquellos incidentes? Porque hay más de uno que en
aquellos tiempos no trabajaba en estos menesteres. La respuesta hay que
buscarla en la situación total de nuestro teatro, de nuestras artes en general. Alfonso Sastre ha sido víctima del
oscurantismo, de la abulia, de la cortedad de miras, de la guerra de camarillas
que oprimen la expresión artística en España.
Pienso,
al terminar esta nota, que su utilidad va a ser exigua, que bien poco va a
poder mi voz contra el tumulto que nos ensordece, pero me daría por satisfecho
si, además de hacer justicia a uno de los más positivos hombres de letras de
nuestro país, estas líneas sirvieran para que un lector, al menos uno, llegara
a la conclusión de que nuestra crítica teatral está a la misma altura, mísera
altura, que el resto de los elementos integrantes de la actividad teatral española.
Acaba de ponerse a la venta en
España otro drama importante de Peter Weiss: La indagación ("Die Ermittlung»), Editorial
Moritz, México-Barcelona, 1968. Remitimos al lector a la crítica que de esta obra
dimos en nuestra Revista. Ver RESEÑA, núm. 19 (octubre 1967), páginas
293-297. |
|