UN
ENEMIGO DEL PUEBLO
Política
y aguas turbias
Título: Un enemigo del pueblo.
Autor: Henrik Ibsen.
Versión: Juan Mayorga.
Escenografía: Gerardo Vera.
Vestuario: Alejandro Andújar.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Música: Luis Delgado.
Audiovisual: Álvaro Luna.
Sonido: Mariano García.
Audiovisuales: Álvaro Luna
Movimiento escénico: Mar Navarro
Caracterización: Romana González
Ayudantes de
dirección: Salva Bolta, Alfredo Sanzol
Ayudante de
escenografía: Silvia de Marta
Ayudante de
vestuario: Carmen Mancebo
Ayudante de
iluminación: Ion Aníbal López
Producción: Centro Dramático Nacional
Intérpretes: Francesc Orella (Thomas Stockmann), Enric Benavent (Peter Stockmann), Israel
Elejalde (Hovstad), Elisabet Gelabert
(Kat Stockmann), Ester Bellver (Billing), Abrahan Lausada (Morten Stockmann),
Chema de Miguel (Aslaksen, Walter Vidarte (Kul), Olivia Molina (Petra Stockmann),
Inma Nieto (Señora Lamstad), Adrián Portugal
(Morten Stockmann), Rafael Rojas (Capitán Horster), Miriam Cano (Ciudadana IV),
Paco Déniz (Ciudadano II),Sandra Ferrús (Cámara 1), Daniel Holguin (Ciudadano
V), Javier Lara (Ciudadano II), , Sergio Sánchez (Ciudadno I) y Pablo Vázquez
(Borracho).
Asamblea de
ciudadanos: Ana Celaya, Paco
Celdrán, José Antonio Cobián, Emilio Gómez, Marta de Julián, Víctor
Montesinos, Carlos Patiño, Julio Pérez Gallego,
Nerea Rojo, Carmen Román, Silvia Villanueva, José
Luis Díaz Rupérez, Mª del Carmen San José y
Silvia Vivó.
Dirección: Gerardo Vera.
Estreno en Madrid: Teatro Valle-Inclán (CDN), 25 – I - 2007. |
FOTOS: ROS RIBAS |
El
enemigo del pueblo es el doctor Thomas
Stockmann, quién descubre que las aguas del balneario de su ciudad están
contaminadas. Una mala noticia, sin duda. Lo positivo es que se produzca antes
de que el problema sea irreversible. Hay, pues, que atajarlo de inmediato. Supone
el autor del hallazgo que será aplaudido por sus vecinos, agradecidos de que su
diligencia evite males mayores, pero las cosas no son tan sencillas. Las obras
necesarias para eliminar el mal tienen un coste elevado, pero, lo que es más
grave para una ciudad que vive de los ingresos que proporcionan los cada vez
más numerosos clientes de sus instalaciones, exigen el cierre durante dos
años del balneario. El alcalde, hermano del médico, se opone airadamente
a los planes previstos para resolver el daño, primero porque, en su
opinión, dejará sin trabajo y sin recursos económicos a la gente y, en segundo
lugar, porque tiene fundadas razones para sospechar que la ruina de la ciudad le
supondrá la perdida de la poltrona municipal. Lo que se plantea es una huida
hacia delante, aplazando “sine die” la solución del problema, tesis que las demás fuerzas vivas, algunas
tradicionalmente enfrentadas al regidor, acaban haciendo suyas. Así las cosas,
las primeras felicitaciones recibidas por el doctor pronto mudan en reproches y
en intentos de doblegar su decisión de anteponer las razones sanitarias a los
intereses económicos. La intensidad de la repulsa hacia él va creciendo a
medida que se confirma su negativa a cubrirse los ojos con una venda. El desenlace
nos muestra al incorruptible ciudadano convertido en un ser despreciado y
agredido por un pueblo, sin más apoyo que el de su propia familia, víctima
también del odio colectivo. Estaríamos, pues, ante el magistral homenaje
rendido por un dramaturgo del talento de Ibsen a un hombre fiel a unos principios que anteponen la verdad a cualquier otra
consideración que lleve implícita la manipulación en beneficio de fines
perversos. Estamos, en definitiva, ante un ciudadano ejemplar dispuesto a
serlo, aunque, para ello, deba pagar un precio tan elevado como el de
convertirse en un apestado para los demás, amén de perder su empleo y el
sosiego familiar.
FRANCESC ORELLA
FOTO:
ROS RIBAS |
Asistimos al
enfrentamiento de un solo individuo contra una colectividad. Siendo su causa
justa, hacia él se inclina desde el principio y sin reservas el favor del
público. Pero una frase pronunciada por el protagonista en el curso de la multitudinaria
y tumultuosa asamblea en la que es declarado por sus detractores enemigo del
pueblo, quiebra el, hasta ese momento, políticamente correcto discurso del protagonista. Stockmann exclama que el enemigo más peligroso de la razón y de la
libertad es el sufragio universal. Acto seguido, añade que el mal está
en la “maldita” masa amorfa que constituye la mayoría liberal del sufragio. Tremenda afirmación que
cuestiona
la validez
de las reglas por las que se rige cualquier
sociedad democrática. El doctor no está conforme con que la mayoría pueda
privarle del derecho a decir la verdad. La afirmación de que la mayoría siempre
tiene razón le parece una mentira social que se ha impuesto. ¿Quiénes la
representan, los estúpidos o los inteligentes?, se pregunta. A lo que responde
que los primeros son legión, lo cual no es razón para que manden sobre los
demás. Si ellos tienen la fuerza, la minoría posee la razón. A la aristocracia
intelectual de la que él forma parte le corresponde estar en vanguardia de la
lucha por las nuevas verdades que han de sustituir a las viejas y caducas proclamadas
por la masa. La creencia de que la plebe es la esencia del pueblo es falsa porque
– continúa - encarna la ignorancia y todas las enfermedades sociales, de modo
que no tiene ningún derecho a aprobar cosa alguna ni a desempeñar tareas
de gobierno. Las palabras que Ibsen puso en boca de su personaje son una andanada por debajo de línea de flotación
del sistema democrático tal como lo entendemos hoy en día. Su teoría nos
devuelve a los tiempos de
la Ilustración, aquellos en los que se proclamaba “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
Cuando más
ENRIC BENAVET
FOTO: ROS RIBAS |
adelante, Stockmann añade a lo dicho que los partidos
políticos son instrumentos para hacer picadillo de carne humana, echa más
leña al fuego que ha encendido. ¿Pensaba así Ibsen? ¿Compartía lo que puso en boca de su criatura? Sea
cual sea la respuesta, lo cierto es que sobre la figura del doctor se proyectan
algunas sombras que le convierten en un personaje controvertido. La simpatía
hacia él decrece, como debió mermar la del propio Ibsen cuando, a raíz del estreno de la obra, se vio forzado a
aclarar su postura sobre la cuestión, afirmando que la aristocracia a la que se
refería no era la hereditaria ni la adquirida por abundancia de bienes. Ni
siquiera por la inteligencia, sino la que es fruto del esfuerzo y del
pensamiento libre. Pero esto no se dice en la obra, como tampoco la
puntualización que Gerardo Vera hace
en el programa de mano de que lo que
Stockmann quiere decir es que la minoría
siempre
tiene razón cuando obra con razón. ¿Pero
cómo saber cuando lo hace rectamente y no
en beneficio propio aprovechando su superioridad intelectual y la buena fe de
la gente normal? En todo caso, lo que oímos nos suena familiar, nos remite a la
vida política actual y nos invita a echar una mirada sobre quiénes la
protagonizan, esa minoría plagada de vividores sin escrúpulos, manipuladores de
la verdad y gestores corruptos que convierten la democracia en algo parecido a
un cloaca.¿Era
necesario trasladar la acción desde las postrimerías del siglo XIX a los
albores del actual para acreditar la vigencia del debate que la obra plantea?
Sinceramente, creo que no. Al contrario, plantea más problemas que los que
resuelve y ha obligado a Juan Mayorga,
autor de la versión, a hacer un esfuerzo suplementario que nada añade al
excelente trabajo que ha llevado a cabo para acercar el texto a la sensibilidad
actual y resaltar aquellos aspectos del debate que más nos interesan. Fruto del
traslado de la acción a nuestros días es que la redacción del periódico local
La Voz del Pueblo se ha convertido en un
estudio de televisión y que el redactor Billing es, aquí, mujer.
FOTO: ROS RIBAS |
La puesta en escena está a
la altura de lo que se espera de un teatro nacional. Gerardo Vera ha concebido una escenografía de líneas
expresionistas, que, a pesar de su grandiosidad, recrea un ambiente
deliberadamente frío. El desplazamiento de varios paneles, sobre los que se
proyectan las imágenes de un excelente audiovisual de Álvaro Luna, y los sucintos cambios de atrezzo recrean los diversos
lugares en los que transcurre la acción. El añadido
cinematográfico es un adecuado complemento de la puesta en escena, al
tiempo que sirve de puente entre los sucesivos cuadros, facilitando la rápida
transición entre ellos. En el amplio y
limpio espacio reservado a los actores, éstos se mueven con comodidad, incluso
en la multitudinaria escena de la asamblea, que reúne a una veintena larga de
ellos. El reparto está formado por buenos profesionales que ofrecen una
interpretación sin altibajos. Quizás alguno incurra en algún exceso, propiciado
por las características de su personaje o por ese tono general en el que prima
la acción sobre la reflexión. Francesc
Orella, en el papel de doctor Stockmann,
y Enric Benavent, en el de alcalde, escapan
a esa trampa, evitándola hasta en los momentos en que la exteriorización de su
ira está justificada. Chema de Miguel, Elisabet Gelabert, Walter
Vidarte e Israel Elejalde responden con brillantez a lo que exigen sus papeles, pero donde la
interpretación alcanza las cotas más altas es en los duros enfrentamientos que
protagonizan el doctor y el alcalde.
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