.:: Crítica Teatro ::.

METAMORFOSIS
PRESENCIA Y AUSENCIA DE KAFKA

Título: Metamorfosis. La Fura dels Baus (a partir de la metamorfosis de Franz Kafka)
Textos: Javier Daulte
Dramatargia: Àlez Ollé y Javier Daulte
Música: Jospe Sanou
Escenografía: Roland Olbeter
Iluminación: Pere Capell/Javier Daulte/Àlez Ollé
Vestuario: Catou Verdier
Video: Franc Aleu/Emmanuel Carlier
Fotografía: Andreu Adrover
Ayudante de dirección: Valentina Carrasco
Coproducción: SEEI, Centro Dramático Ncional, Festival Grec, Teatre lliure, La Fura dels Baus
Intérpretes: Ruben Ametlé (Gregor), Angelina Llongueras(Madre), Artur Trias (Padre), Sara Rosa Losilla (Grete), Isak Freís (Amigo)
Dirección artística: Àlez Ollé (la Fura dels baus)
Dirección escénica: Àlex Ollé/Javier Daulte
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (CDN), 14–IX-2006.



SARA ROSA LOSILLA
FOTOS: ANDREU ADROVER


RUBEN AMETLÉ
ANGELINA LLONGUERAS
FOTO: ANDREU ADROVER
No se trata de una adaptación para la escena de La metamorfosis de Kafka, sino, como señalan los responsables del espectáculo, de una propuesta original cuyo punto de partida es la obra del escritor checo. Sin embargo, para el espectador, no es lo mismo ver la obra sin conocer la novela que habiéndola leído previamente. En el primer caso, se encuentra ante un magnifico trabajo con el que culmina felizmente el complicado proceso, iniciado hace ya bastantes años, de incorporación del texto a las provocadoras propuestas basadas en la imagen que caracterizó a la primera Fura dels Baus. Pocas veces funcionó ese matrimonio forzado, pero su perseverancia en intentarlo ha dado, al fin, sus frutos. Metamorfosis conserva el inconfundible sello furero, pero el cauce para que circulen las palabras se ha ensanchado, de modo que discurren con fluidez, siendo elemento esencial del paisaje escénico. Una enorme urna de cristal preside el escenario.
Es la habitación de Gregor Samsa, el protagonista, un espacio inviolable en el que la voz no tiene cabida. A través de los cristales, cada vez menos diáfanos, solo oímos los gritos y gemidos de un ser que, voluntariamente aislado de la sociedad en la que vive, se va transformando en un monstruoso desecho. Ese es el territorio natural de la Fura, el reino de la expresión corporal. Ruben Ametllé, en el papel de Gregor, muestra su notable capacidad expresiva en esa disciplina que requiere un gran dominio del cuerpo. Fuera de la urna está el mundo habitado por la gente normal, representado por los individuos con los que el protagonista ha compartido su vida: sus padres, la hermana y el compañero de trabajo. Es el ámbito del discurso verbal. En él, los actores se rigen por las reglas de un naturalismo extraño en una compañía con las características de La Fura, pero con el que se sienten cómodos los espectadores que antes no lograban entender el particular lenguaje de la trasgresora compañía. Ahora, los personajes hablan como ellos y eso ya es otra cosa. Con este espectáculo, el grupo catalán ha roto algunas de las barreras que le separaban de los sectores más conservadores del público.
 

FOTO: ANDREU ADROVER
La puesta en escena es espectacular. El complicado aparato escenográfico funciona con admirable perfección. Si algún reparo cabe formular, es el excesivo recurso a las proyecciones cinematográficas, que ocupan buena parte del tiempo de la representación sin que, en algunos casos, parezca un vehículo expresivo imprescindible. Desde el punto de vista dramatúrgico el espectáculo es impecable. El proceso de degradación de Gregor Samsa y el efecto devastador que provoca en quiénes le viven de cerca va in crescendo, recreando un viaje que transcurre desde la curiosidad inicial hasta la angustia. El final es la liberación, aunque amarga. Liberación, porque la pesadilla ha concluido. Amarga, por que es inevitable que el público se vea retratado en esos personajes, tan parecidos a él, que en un determinado momento de la representación ocupan sendas localidades en el patio de butacas.
 

FOTO: ANDREU ADROVER
Para quiénes conocen la novela, es difícil no tenerla presente durante la función. Las comparaciones son inevitables. La primera diferencia notable es que el protagonista no se transforma en un escarabajo, sino que conserva su aspecto humano. La metamorfosis a la que alude el título se refiere, en la propuesta de La Fura, al cambio de personalidad que afecta al personaje, cuyo comportamiento puede calificarse de autista. Por otra parte, se reconocen numerosos diálogos que repiten literalmente los escritos por Kafka, pero se echa en falta la presencia de algunos de los personajes secundarios creados por él: la criada, la asistenta, el apoderado de la empresa en la que está empleado y los tres huéspedes que ocupan una de las habitaciones de la casa, aquí reducidos a uno, que es, además, compañero de trabajo de Gregor. Pero el cambio más profundo es la posesión, por parte del protagonista, de una pistola, arma que juega un papel decisivo en su muerte. En la novela, ésta le sorprende al comienzo de un amanecer, cuando, solo en su habitación, la cabeza de Gregor se desploma sobre el suelo y sus orificios nasales exhalan su último suspiro. En la pieza teatral, la madre esgrime la pistola y dispara sobre la cabeza del hijo. Lo que en el original es una muerte, no por menos esperada, natural, consecuencia del lamentable estado físico de Gregor, en la versión libre, éste es asesinado. Tal divergencia en el desenlace desvela que estamos ante dos historias que, a partir de un origen común, se distancian para tratar el mismo asunto desde perspectivas distintas.
 

FOTO: ANDREU ADROVER
El Gregor Samsa de Kafka es un ser agredido por su entorno. Lo que le sucede ha dado lugar a múltiples interpretaciones por parte de los estudiosos de la narrativa kafkiana, pero casi todas coinciden en presentarle como una víctima en un mundo que no le agrada y comparten el convencimiento de que detrás del personaje está el propio autor. Abundan las referencias autobiográficas, en especial las que se refieren a la difícil relación con su padre y, en parte, con su hermana. Bajo el caparazón del insecto en que se transforma, Samsa-Kafka, superada la sorpresa que le produce su nuevo estado, llega a sentirse cómodo, libre de obligaciones y responsabilidades que no asume de buen grado. Por el contrario, el Gregor Samsa de La Fura es un ser violento cuya conducta perturba la vida de los demás hasta convertirla en un infierno. Aquí es él el agresor, el que impone su ley y agita las aguas aparentemente serenas en las que se desarrolla la vida familiar. Es cierto que, en ambos casos, los que viven a su alrededor desean que la tortura se acabe, pero mientras que en la novela no pasa de ser un anhelo expresado por la hermana con un “esto no puede seguir así, tenemos que intentar quitárnoslo de encima”, en la obra de teatro ese deseo se materializa. El disparo que recibe acorta su vida, en apariencia para ahorrarle sufrimientos, pero en realidad para librarse definitivamente de él, como se hace patente en la secuencia cinematográfica que cierra el espectáculo: los padres y la hermana recorren, en un día luminoso, una calle de la ciudad riendo y saltando.


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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