LAS BRUJAS DE SALEM Las brujas que nunca se fueron
Título: Las Brujas de Salem Autor: Arthur Miller Traducción: Julián Escribano Moreno Versión: Alberto González Vergel Escenógrafo y figurinista: José Miguel Ligero Iluminación: Alberto G. Vergel, Paco Ariza Composición musical: Gustavo Ros Diseño de Cartel: José Hernández Fotografías: Jerónimo Álvarez/Luis Díaz Díaz Ayudante de escenografía y vestuario: Anselmo Gervolés Construcción de escenografía: Altamira Construcción de atrezzo: Agusty Yebra Atrezzo: Mateos Realización de vestuario: Sastrería Cornejo Confección pelucas: Viuda de Ruiz Estudio de grabación: Estudio Las Vegas Coordinadora artística y técnica: Celia Nadal Ayudante de dirección: Julián Escribano Producción: Teatro Español Intérpretes: (orden de intervención) Lia Chuman (Tituba, esclava negra), Manuel Aguilar (Reverendo Samuel Parris), María Adanes (Abigail Williams, sobrina de Parris), Virginia Méndez (Susana Walcott), Victoria Rodríguez (Ann Putnam), Manuel Brun (Thomas Putnam, marido de Ann), Inma Cuevas (Mercy Lewis, sirvienta de Putnam), Carmen Mayor (Mary Warren), Sheila González (Betty Parris, hija de Samuel Parris), Sergi Mateu (John Proctor), Carmen Bernardos (Rebecca Nurse), José Albiach (Giles Corey), Juan Ribó (Reverendo Hale), Marta Calvó (Elizabeth Proctor, esposa de John), Pablo Isasi (Francis Nurse, marido de Rebecca), David Areu (Ezekiel Cheever, enviado del tribunal), Elias Arriero (Eric, alguacil), Francisco Frijalvo (Juez Hathorne), Manuel Gallardo (Gobernador Danforth), Uvçan Nieto-Balboa/Fernando Valdivieso (Servidores deescena) Dirección: Alberto González Vergel Estreno en Madrid: Teatro Español, 1 de junio de 2007 |
FOTOS: JERÓNIMO ÁLVAREZ LUIS DÍAZ DÍAZ |
Regresa a la escena española, al mismo teatro en la que se estrenó en 1956, Las brujas de Salem. A pesar de ser una de las obras emblemáticas de Arthur Miller, no había sido representada de nuevo en Madrid por parte de ninguna compañía profesional. De modo que ésta era una buena oportunidad para comprobar su vigencia. También lo era la de celebrar el regreso a la dirección de escena, tras diez años de ausencia de los escenarios madrileños, de González Vergel, en un acto que cabe interpretar como homenaje a quién ha ocupado un lugar relevante en el teatro español de la segunda mitad del siglo pasado y que durante cuatro temporadas, de 1971 a 1976, dirigió el coliseo de la plaza de Santa Ana. El resultado es agridulce.
Miller escribió la obra hacia 1953, en plena caza de brujas, cuando el senador McCarthy creó el Comité de Actividades Antiamericanas para perseguir a aquellos ciudadanos norteamericanos con ideas políticas comunistas o simplemente de izquierdas. Los intelectuales fueron los más afectados y muy especialmente los relacionados con el mundo del cine y del teatro. Muchos directores, guionistas y actores fueron llamados a declarar y conminados, bajo amenaza de ver truncadas sus carreras profesionales, a delatar a sus propios compañeros. En muchos casos, las simples sospechas se convertían en pruebas de cargo. Miller se remontó a un suceso ocurrido a finales del siglo XVII en la ciudad de Salem, en el estado de Massachussets, para denunciar lo que estaba pasando en el país norteamericano en pleno siglo XX. El escándalo causado por un grupo de muchachas que habían sido sorprendidas bailando desnudas en un bosque cercano a la ciudad, alcanzó tales dimensiones que desembocó en un proceso en el que muchos ciudadanos fueron acusados de practicar la brujería. Lo que no pasaba de ser un acto de histeria colectiva provocado por el pánico de las jóvenes protagonistas fue aprovechado para dar vía libre a maledicencias gratuitas, castigar conductas que no se ajustaban a las normas, resolver enfrentamientos entre los vecinos, llevar a cabo venganzas y apoderarse de los bienes ajenos, todo ello animado por una clase dirigente empeñada en cortar de raíz todo aquello que pusiera en peligro el orden moral establecido. El resultado de aquella locura fue que una veintena de personas fueron ejecutadas en la horca.
Si el paralelismo establecido por el autor estaba bien traído, la historia que cuenta sigue siendo válida para denunciar otros excesos actuales. La intolerancia que conduce a la persecución de quiénes piensan de otro modo y a la violencia como medio para dirimir las diferencias, está a la orden del día. Los fundamentalismos de todo signo se han adueñado del mundo. De todo eso trata Las brujas de Salem.
Ahora bien, el planteamiento dramático no ha resistido el paso del tiempo como otras obras del mismo autor escritas entonces, entre ellas La muerte de un viajante. El texto conserva su vigor, pero tiene un aroma de lenguaje pasado que debiera haber sido revisado más a fondo. Tampoco la puesta en escena es la que se espera en un espectáculo actual. Es digna, como suelen serlo las que jalonan la trayectoria de González Vergel, pero no supera la que hizo José Tamayo, que contó con un sólido decorado de Víctor Cortezo y con actores de la talla de Francisco Rabal, Manuel Dicenta, Ana María Noé y Asunción Sancho.
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SERGI MATEU MARTA CALVÓ |
MARÍA ADÁNEZ SERGI MATEU |
Señala el director en el programa de mano los postulados que han presidido su trabajo. En ellos declara su voluntad de encontrar un equilibrio entre la tradición estricta y la modernidad recreadora, entre la fidelidad y la creatividad dramatúrgica. También la de amalgamar lo que de comedia, drama y tragedia hay en la obra. En lo tocante a la interpretación rechaza hablar de naturalismo, realismo y expresionismo o, citando nombres propios, de Stanislavski, Artaud y Brecht. Todo lo que exige a los actores es verosimilitud y que los espectadores que ocupan las últimas filas se enteren de lo que dicen. Esto último se consigue. Aquella, no tanto, con la excepción de las escenas protagonizadas por María Adánez. El resultado es una interpretación más gritada que hablada por parte de un elenco en el que se dan cita actores en ciernes, otros que proceden del cine y la televisión, como la citada María Adánez y Sergi Mateu, y un nutrido grupo de veteranos de muy distintas escuelas. Entre éstos, en papeles de diferente calado, Victoria Rodríguez, Carmen Bernardos, Juan Ribó y Manuel Gallardo. |
La escenografía diseñada por José Miguel Ligero, más bonita que bella, enmarca, en el mar de troncos de un denso bosque, los interiores en los que transcurre la acción: las casas del reverendo Parris y de John Proctor, la antecámara del tribunal y la sala de visitas de la cárcel. La presencia del espacio abierto ha permitido incorporar sin dificultades la importante y breve escena que Miller añadió al texto original, en la que se produce el encuentro entre el protagonista y Abigail, la sirvienta con la que cometió adulterio y se ha convertido, por despecho, en causa de todos sus males. Hay que poner en el haber de González Vergel la recuperación de esta escena, casi nunca representada. Menos afortunado es el nuevo final, en el que la carreta que lleva a los condenados a muerte cruza el bosque camino de la horca, bajo una densa nevada. Recupera así para el teatro la última secuencia de la versión cinematográfica de Las brujas de Salem, dirigida por Nicholas Hytner, pero, lejos de alcanzar su dramatismo, lo que vemos es una pobre estampa sin ninguna grandeza.
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