RESEÑA 2002
NUM. 35, PP. 33 |
DON JUAN TENORIO
EL TEATRO NO SABE DE EDADES
Estamos ante un Don Juan cuya originalidad
de planteamiento no consigue
transmitirse a través del escenario |
FOTOS: CHICHO |
Autor: José Zorrilla.
Versión y Dirección: Alfonso Zurro.
Escenografía: Alfonso Barajas.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Vestuario: Ana Garay.
Composición musical: Luis Navarro.
Intérpretes: Héctor Colomé, María José Goyanes, Amparo
Soler Leal, Luis Varela, Cesáreo González, Teófilo Calle, Charo
Soriano, Victoria Rodríguez.
Estreno en Madrid: Teatro de la Comedia, 20-XI-2001
Retrasada de fechas en Madrid - los difuntos ya habían pasado -
llega este novedoso Don Juan Tenorio de Zorrilla.
Alfonso Zurro, su director, es el responsable del invento
que no disgusta, pero desconcierta.
Sus credenciales eran halagueñas. Se hablaba de un Don Juan
representado en un asilo de ancianos. Don Juan Tenorio
ha perdido la lozanía, Doña Inés la ingenuidad y
Brígida podría estar en su edad, así como el
Comendador. A nivel de producción brindaba un reparto
de actores más que maduritos. Así que todos contentos. El
espectador no tenía que soportar un Don Juan trillado y
los actores, avezados en edad, podrían ilusionarse con un
Don Juan o una Doña Inés como en los años
mozos.
La lectura del programa de mano nos fascina más. La idea que
expone Zurro es muy ingeniosa: un antiguo Don Juan
de provincias ha desembarcado en un asilo y termina por
capitanear la farándula de la tercera edad. La obra elegida era
Don Juan Tenorio y él podría ser ese Don Juan
y así pasar del Don Juan de provincias al
Don Juan internacional.
Comenzamos la representación en un asilo. Flashes congelados de
las diversas oportunidades de vida que ofrece el asilo: juego de
cartas y otras. Todo a través de la consabida gasa distanciadora
y creadora de la poética pátina de la lejanía. Casi sin solución
de continuidad, entramos en la representación del Don Juan.
Los muebles siguen siendo los del asilo: la formica y las patas
metálicas. El gris y apilastrado escenario se mantiene. Varía
discretamente el vestuario, a excepción del acuñado hábito de
Calatrava de Doña Inés y de la Superiora, por ser
un tradicional icono del Don Juan de siempre. En cuanto
Don Juan comienza con aquello de «Cuán gritan esos
malditos», la obra trascurre por los caminos habituales. La
filosofía de la dramaturgia de Zurro se desvanece. Al
menos no llega al
HÉCTOR COLOMÉ (D. JUAN)
JOSÉ GOYANES (DOÑA INÉS)
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espectador. Olvidamos el asilo y sólo se retorna en una
pincelada cuando pasa el cortejo fúnebre de Don Juan. El
tradicional ataúd seguido de las almas en pena se transforma en
una camilla con Ciutti como único cortejo mortuorio. Uno piensa
que siguen utilizando los muebles del asilo y sorprende que en
el último acto Ciutti siga vivo. La imagen pretende ser más
ambiciosa: ha muerto no el personaje, sino el anciano Mª (Don
Juan/ Don Luis) del asilo. Ingenioso recurso que no se adivina,
sino que lo cuentan. De la pura representación solamente mentes
más agudas pueden haberla intuido. Y aquí está la madre del
cordero. Esa fascinante idea de trasladar el Don Juan a un
asilo, queda como mera disculpa para ofrecer el Don Juan a un
reparto de actores obligados, por edad, a hacer de abuelos y
padres, que han descartado de su carrera la galanura de Don Juan
o la inocencia de Doña Inés.
Pero a Zurro el teatro le juega una mala pasada, porque siempre,
en los buenos actores, hay una distancia entre él y su
personaje. Por otro lado la luz y la lejanía del escenario se
confabulan para distorsionar la idea de Zurro. Y otra, porque la
Goyanes (Doña Inés) y Colomé (Don Juan), aunque ya no son
mocitos, aún les queda algún tiempo para pasarse la tarde
jugando a las cartas en un asilo. Desaparecido el prólogo de
Zurro se acepta perfectamente la lozanía de Colomé para
Don Juan
y la inocencia de la Goyanes para doña Inés. El teatro - a
diferencia del cine o la televisión - con sus maquillajes,
luces, alejamiento y eficaz interpretación, borra las edades.
La ventaja que tiene este montaje es que todos estos veteranos
actores llevan muchos años sobre las tablas y esto se nota. Su
interpretación se agradece, al menos yo personalmente lo
agradezco, cuando han suprimido el engolamiento y la
grandilocuencia de los dudosos versos de Zorrilla, sin perder
cierta musicalidad.
Estamos pues ante un Don Juan cuya originalidad de planteamiento
no consigue transmitirse a través del escenario. Asilo y
representación se divorcian ya en la primera noche de bodas. Y
es una pena, porque la idea original de Zurro era fascinante.
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