RESEÑA, 2001
NUM.324, PP. 7 |
DON JUAN TENORIO
EL RETO
Recuperar para el teatro
la confrontación de criterios |
GINÉS GARDA MILLÁN
EVA TRANCÓN
FOTOS: ROS RIBAS |
Título: Don Juan Tenorio.
Autor: José Zorrilla.
Versión: Yolanda Pallín
Intérpretes: Ginés Garda Millán, José Luis Gago.
Walter Vidarte, Jorge Basante, Juan José Otegui, José Segura,
Jesús Fuente, Arturo Querejeta. José Tomé. Gerardo Quintana,
Daniel Albadalejo, Femando Gil, José Vicente Ramos, Julia
Trujillo, Eva Trancón/ Berta Labarga, Cristina Pons, Ana Lucia
Billate.
Iluminación: Miguel Angel Camacho.
Escenografía: José Hemández.
Dirección: Eduardo Vasco.
Estreno en Madrid: Teatro de la Comedia, 14-IX-2000.
“Mi
Don Juan es el mayor disparate que he escrito... No hay
drama donde yo haya acumulado más locuras e inverosimilitudes.”
Son algunas de las rotundas declaraciones que José Zorrilla
realizó públicamente contra su criatura dramática. ¡Para qué
quiso más Don José! Dicho y hecho: a partir de ese momento la
pieza alcanzó las más altas cimas de popularidad... hasta
nuestros días. Y no es que Zorrilla errara en sus
juicios; simplemente no reparó en que su frágil personaje podía
satisfacer plenamente las apetencias de un espectador acomodado,
sesteante, amante de lo apacible, contrario a cualquier
convulsión interna. Queriéndolo o no, el autor muestra cómo el
libertino que todo humano bien nacido esconde por decoro,
culmina con éxito sus desmanes y, finalmente, por medio de un
amor puro, alcanza la salvación eterna. ¡Ahí es nada! Tirso
de Molina, con mayor rigor moral, arrastró al mito hasta los
infiernos. El texto barroco resulta de mayor interés y contenido
que el romántico, pero siempre - y quizá precisamente por ello -
será menor en audiencia/ taquilla.
Corre la leyenda de que la Royal Shakespeare mantiene una
saludable tradición: que todo director de escena que ingresa en
sus filas debe enfrentarse a un texto de poco fuste. Superada
esta prueba de fuego, se le considera capacitado para continuar
su labor con plenas garantías.
Eduardo
Vasco es director que ya demostró sobradamente su capacidad
profesional. Pero este empeño en conceder nuevo aliento a la
desalentada tradición, mucho tiene de reto iniciático. Es
posible que con ello no se pretenda salvar lo que Zorrilla
salvar no quiso. Se salva, eso sí, la dignidad de quienes se
pusieron al servicio del intento. Al tiempo, se salva también la
imagen de una institución pública (Compañía Nacional de
Teatro Clásico) que emplea los fondos públicos en lo que
debe: apostar por los nuevos creadores encargados de abrir
espacios imaginativos hacia el futuro.
Sólo desde la envidiable osadía de la juventud, en efecto, se
puede asumir el riesgo de intentar desmantelar la acartonada
convención y ofrecer una propuesta insólita de este Don Juan.
Yolanda Pallín realiza una versión especialmente
acertada.
Las peripecias son situadas en el verdadero y desgarrado
romanticismo francés y alemán (que el nuestro se nos quedó chato
y un tanto cursi). El perfil de los personajes, en consecuencia,
adquiere un brillo singular, una fuerza vital más allá de lo que
el propio texto les concede. Se realiza una cuidada selección de
escenas sustantivas, se evitan inercias populistas, se modifica
el verso allí donde está preso del ripio.
El
espacio escénico presume de sobriedad, pulcritud y, en los
momentos oportunos, extremada belleza visual. Las filmaciones
resuelven situaciones tradicionalmente maniqueas y les concede
una mágica dimensión. La luz se convierte en elemento básico,
capaz de concretar sensaciones y enriquecer atmósferas.
Configurado con precisión el nuevo marco, parece evidentemente
la dificultad de repintar los personajes que componen la
totalidad del cuadro. Desde un Don Juan de
talante desgarrado, rotundamente varonil (espectacular su
transformación con el paso del tiempo), hasta una Doña
Inés de luminosa -que no ñoña- y atemporal adolescencia,
los participantes del drama son afrontados con renovados
matices. De lo que se sigue que la totalidad de los actores
participan de una generosa complicidad coral. Cada cual, parece,
aporta lo mejor de sus conocimientos, poniendo al servicio de
una maquinaria general lo particular de sus personales escuelas,
experiencias y procedencias. Y es así cómo el anquilosado
Don Juan transcurre por caminos inéditos, incluso
insospechados, que justifican plenamente el proyecto. El reto
logra su cometido fundamental: recuperar para el teatro la
confrontación de criterios, la pasión imprescindible para que
toda creación artística cumpla su cometido.
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