
RESEÑA (MARZO 1995)
(Nº 259, pp 9) |
EL ZOO DE CRISTAL
EL INFIERNO DE LA CLASE MEDIA
(En opinión del crítico, esta
versión traduce a la perfección el retrato que
Williams ha hecho de los personajes. Un aliciente es
la vuelta de Amparo Soler Leal al teatro, después
de su larga aventura con el cine. Ya en los principios de
los cincuenta, Amparo había actuado en otra versión de El Zoo). |
Título: El zoo de cristal.
Autor: Tenneesee Williams.
Traducción: Begoña Barrene.
Intérpretes: Amparo Soler Leal, María León, Francesc Orella y
Alex Casanova.
Dirección, escenografía y vestuario: Mario Gas.
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero, 27-1-1995. |

MARÍA LEÓN Y ALEX CASANOVA
FOTO: ROS RIBAS
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El zoo de cristal no fue la primera obra de Tennessee Williams,
pero sí su primer éxito, Atrás quedaba su colaboración con un
grupo marginal de St. Louis y el estreno de Batalla de ángeles y
aún estaban por llegar sus grandes obras — Un tranvía llamado
deseo, La gata sobre el tejado de zinc, La noche de la iguana,
Dulce pájaro de juventud, etcétera—, que habían de proporcionar
al teatro norteamericano — y también al cine — una galería de
personajes atormentados o violentos, zarandeados por sus
frustraciones. No alcanzan los de esta pieza la degradación de
otras criaturas imaginadas por el dramaturgo, pero la anuncian.
Estas también son víctimas, pero todavía no han bajado a los
infiernos, a cuyas puertas, sin embargo, llaman con insistencia.
En esta pieza, Williams, muestra, a través del recuerdo de uno
de sus personajes, Tom, a los Wingfield, una familia de clase
media americana. Sus tres miembros, hundidos en la mediocridad
de una vida anodina y difícil, incapaces de alcanzar sus
aspiraciones, son lo que solemos llamar perdedores. Lo es la
atosigante madre abandonada por el esposo, nostálgica de un
pasado prometedor y, ahora, preocupada hasta el exceso por el
incierto porvenir de sus hijos del que se siente responsable. Lo
es Laura, la hija inválida, torpe y miedosa que se niega a
enfrentarse a la realidad, criatura frágil como esas figurillas
de cristal con formas de animales que colecciona. Y lo es el
narrador, Tom, poeta frustrado que mantiene a los suyos con los
ingresos que recibe por su gris trabajo en un almacén, al que la
madre, egoísta, pretende cortar las alas para que no cumpla su
deseo de volar lejos, como hizo el cabeza de familia. Y lo es,
en fin, Jim, el pretendiente, el mediocre compañero de trabajo
de Tom, que llega a la casa de los Wingfield como una esperanza,
como una bocanada de aire fresco — es el clavo ardiente al que
la madre pretende asirse para asegurar el futuro de su hija — y
que la abandona, tras una fugaz visita, dejando a sus habitantes
convertidos en muñecos rotos.
Mario Gas se ha enfrentado al texto con una sensibilidad
exquisita. Su primer acierto ha sido no ceder a la tentación de
mostrar al Tennessee Williams que todavía no existía cuando
escribió esta obra, al Williams que él llama autor de patologías
personales, auténticos casos clínicos. Gas entiende, así lo ha
manifestado, que la historia de estos personajes está
íntimamente ligada a la depredadora sociedad americana de los
años treinta, que ella es, esencialmente, la causante de sus
conflictos. Y los muestra sin eludir el melodrama que el autor
propone, a partir de una traducción del texto adecuada a sus
propósitos y en un tono sereno, hasta donde es posible,
determinado por el hecho de que las situaciones no son vividas
en el tiempo presente, sino que pertenecen a un pasado que nos
es relatado, Estos seres que contienen su emoción sin consentir
que traspase la intimidad de su casa están minuciosamente
retratados por el autor y fielmente reproducidos por el director
sobre ese espacio de la memoria en que ha convertido el
escenario. Ha contado para ello con un reparto excepcional.
Amparo Soler Leal, recuperada para el teatro tras muchos años de
ausencia, pone al servicio del complejo personaje de la madre
toda su sabiduría de actriz. Domina el gesto y la palabra y sabe
disimular su derrota con tenues pinceladas de humor que arrancan
del espectador sonrisas amargas. Reconocemos en ella, sin
esfuerzo, a muchas mujeres de nuestro entorno que tejen su misma
mentira, y ese acercamiento a nuestra realidad más próxima hace
más entrañable su interpretación. María León es
Laura. La
introversión hace difícil su papel, que tiene, sin embargo, su
momento brillante: el largo y bello diálogo con el falso
pretendiente, muy bien representado por Alex Casanova. El
desencanto que invade a la joven cuando descubre que el ansiado
amor liberador no llegará es uno de los momentos cumbres del
espectáculo. Francesc Orella, el hijo, es también un gran actor.
A pesar de que su personaje no ofrece la complejidad de los que
más adelante creó el dramaturgo, logra realizar un excelente y
sobrio ejercicio de interpretación.

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