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LA COMEDIA NUEVA O EL CAFÉ

Título: la Comedia nueva o El Café
Versión: Ernesto Caballero
Autor: Leandro Fernández de Moratín
Escenografía: José Luis Raymond
Iluminación: Juan Gómez Cornejo (A.A.I.)
Vestuario: Javier Artiñano
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.
Intérpretes: Vicente Colomar (Aníbal/Don Hermógenes), David Lorente (Don Serapio/Luso/alguacil), Yara Capa (Doña Agustina/Himilce), Natalia Hernández (Doña Mariquita/Hesione), José Luis Esteban (Don Pedro Aguilar), Carles Moreu (Don Antonio/Senescal), Iñaki Rikarte (Pipi/alguacil), Jorge Martín (Don Eleuterio/Tago)
Dirección: Ernesto Caballero
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (CNTC),
17 – XII - 2008

FOTO: CHICHO

La comedia Nueva o El Café de Leandro Fernández de Moratín es obra con poco predicamento para la escena a juzgar por lo poco que se ha representado. Las crónicas de la época hablan de éxito, pero la realidad posterior es que los escenarios la abandonaron.
 

FOTO: CHICHO
No obstante, todo el discurso crítico que el personaje de Don Pedro tiene con respecto al teatro y la nueva normativa teatral que propone y que Moratín procuraba poner en práctica en sus comedias, es de lo más interesante. Si hoy ya no nos resulta tan novedoso, sí lo fue en su época. Pero tal discurso resulta más propio de un tratado, y por lo tanto de la lectura, que de una representación. Algo similar sucede con sus didactismos moralistas en boca de sus personajes, incluyendo el consabido sermón del final, que a la sociedad actual le cuesta admitir  por contenido y porque, en nuestra mentalidad, el hombre actual no gusta de personas que se erigen en maestros.

Mi impresión cada vez que he leído, al principio por curiosidad y después por necesidades de enseñanza, La Comedia Nueva, se me planteaba  un interrogante. ¿Cómo trasladar este texto a la escena sin aburrir al público? Tal incógnita la responde Ernesto Caballero con su acertada puesta en escena. Consigue que la situación y unos personajes, aparentemente nacidos para disertar sobre una teoría del teatro, tengan “chicha”, por decirlo coloquialmente. Lo que podría aparecer como meramente literario se encarna bien sobre la escena. Como en los Sainetes, Ernesto consigue convertir las piedras en gemas.

Hay que agradecer a Moratín el poner el acento en un teatro más rico en contenido – a veces lleno de un moralismo que ahora nos repele – y en luchar por una interpretación y puesta en escena más cercana al quehacer diario del espectador. El teatro posterior se alimentará de tales directrices, aunque será un ir y venir, incluso en nuestros días. Repasando esos consejos dramatúrgicos emitidos a finales del siglo XVIII, no deja de ser extraño que en el siglo XX, se hubiera vuelto a los excesos de aquel teatro grandielocuente, al menos en España.

Moratín critica el teatro barroco de su tiempo. Los espectadores de su época, seguidores de dicho teatro, lo conocían y bastaba aludir a él. Ernesto Caballero ha pensado, con buen criterio, que los espectadores del s. XXI no tenían tales referencias y nos ilustra tal teatro con un fragmento de La destrucción de Sagunto  de Gaspar Zavala y Zamora. Vemos esa escena a través de los ojos de Moratín que criticaba tal tipo de comedias llamadas heroicas, y de los ojos de Ernesto. Quiero decir que Ernesto la entrega de forma paródica a los espectadores del s. XXI: gesticulación, altisonancia de la palabra, tonos lacrimógenos poco verosímiles y efectos ingenuos de tramoya. Esta es la misma impresión que Moratín tiene, a juzgar por las palabras de su personaje Don Pedro, la máscara teatral bajo la que se oculta el propio Moratín. Posiblemente para los espectadores no ilustrados del s. XVIII no era así. La miraban con otros ojos y les impactaba. Si acudimos a la historia, el tal Zavala era autor con mucho predicamento en los escenarios de entonces (*).
FOTO: CHICHO

Salvando las distancias, lo que nos sorprende, como espectadores, es que al rememorar paródicamente la escena, vienen a la memoria ciertos experimentos teatrales de los últimos tiempos como si toda aquella revolución escénica de los ilustrados no hubiera servido para nada.

Admitiendo la parodia, pues son los ojos de Moratín, esa primera escena es de gran ternura por la ingenuidad y por la decoración de telones pintados, así como nos centra plásticamente – teatralmente - la queja de Don Pedro-Moratín. Divierte y es un brillante arranque.


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A partir de entonces, Ernesto lo tiene más duro, pues ha de bregar con partes discursivas, poca acción y ausencia de intriga, salvo el resultado de la obra del joven autor: El cerco de Venecia, que la verdad nos interesa muy poco y a Moratín menos. Y aquí está el milagro. Ernesto consigue mostrar una amplia paleta colorista de variopintos personajes, que nos atrraaen por sí mismos y nos divierten. En ello tienen gran parte del mérito los actores que consiguen hacerlos verosímiles, incluso en las partes más didácticas y moralistas.

Y ya que alabamos la interpretación en general, cabe destacar la de Natalia Hernández (Doña Mariquita/Hesione) que brilla, especialmente, en su monólogo. Y quien está espléndido es José Luis Esteban al encarnar su Don Pedro de Aguilar. Le toca la parte más ingrata, la de los discursos preceptistas y moralistas. Él los hace soportables y creíbles dramáticamente. Es actor de gran comedimiento que, en este caso, es sumamente importante.

Ernesto con su dirección ha conseguido darnos una divertida galería de personajes de una época, que quedan realzados por el exquisito y entonado vestuario de Javier Artiñano.

A todo ello se añade la bella escenografía de José Luis Raymond que con su Café nos traslada a la época de modo muy sugestivo, así como sabe crear una escenografía funcional para albergar las diversas escenas, incluyendo el sorpresivo y efectista final. Dicha escenografía queda realzada por la iluminación de Juan Gómez Cornejo.

Personajes enfundados en las modas del XVIII, escenografía e iluminación consiguen un bello cuadro que nos evoca una época plena de acontecimientos.

Quienes conocen el texto de La Comedia Nueva, en principio, se nos presenta como un texto, a cuya representación da pereza acudir y se asiste con ciertas reticencias o prejuicios. Ernesto ha sabido alejar todos esos prejuicios y desvela la riqueza, limpieza y austeridad de la prosa moratiniana. Termina por ser divertida y los moralismos y la concepción tradicional de la mujer, en los que cree Moratín y quiere predicar, se mantienen por fidelidad al autor aunque con cierto distanciamiento, lo cual lo hace más asequible para el espectador del siglo XXI.
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La queja de Moratín: un teatro inapropiado, la obsesión por la fama a corto plazo, el ansia de dinero, es curioso que parecen ser temas eternos, sólo que ahora se han proyectado sobre otro medio de comunicación: la televisión.    

Un acierto ha sido el acercarse a este Bicentenario con una obra que no fuera simplemente de sangre y fuego o de valores patrios. Un tema que se echaba de menos era el de los “afrancesados”  - término peyorativo en algunas épocas de la historia – y que está intrínsecamente unido al mundo ilustrado y a la apertura hacia nuevas ideas. Felizmente se ha recuperado con La Comedia Nueva.



(*)
Gaspar Zavala y Zamora
(Aranda de Duero, Burgos, España), se le consideró, en su época, como un insigne dramaturgo y creador de la obra, entre otras de La destrucción de Sagunto que se estrenó en Madrid el 17 de febrero de 1792, que constaba de tres actos y un total de 3.137 versos.  Moratín describe el género:

  • La conquista de un reino, una batalla, el sitio de una ciudad, no son argumentos proporcionados para la comedia. Pertenecen a la epopeya exclusivamente, y la tragedia misma los admite sino apartándolos de la escena y usando de ellos en relación, como de incidentes que motivan la fábula o contribuyen a sostenerla. [...] En suma no son   -10-   materia conveniente para el teatro las empresas militares, sino los afectos heroicos [...] Son, pues, unos monstruos dramáticos todas aquellas comedias que ofrecen a los ojos del espectador el conflicto de una batalla, la ruina de una ciudad, o la invasión o trastorno de un imperio. No pertenecen al género cómico, ni al trágico ni al épico, las que tuvo presentes D. Eleuterio para escribir la suya. Tales fueron por ejemplo:

Por ser leal y ser noble, dar puñal contra su sangre, y la toma de Milán;  Carlos Quinto sobre Durá;  Sitio y toma de Breslau; La más heroica espartana; Triunfos de valor y ardid; La destrucción de Sagunto; La conquista de Stralsundo; El sitio de Toro;  Aragón restaurado por el valor de sus hijos

Las obras citadas pertenecen a Zavala. Entre todas ellas Moratín se centra en La destrucción de Sagunto para satirizar ese tipo de teatro que en su opinión pervierten la escena y la cultura española.


José Ramón Díaz Sande
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