RESEÑA, 1982
NUM, 136 pp. 18 |
PAVLOSKY INTEGRAL
(ORQUESTA DE SEÑORITAS)
En 1981 la desparecida Sala Olimpia de
Madrid – hoy renacido de sus escombros como Teatro Valle Inclán, -
un cómico/ca rompía todos los esquemas y nos mantenía en la butaca durante más
de tres horas. Era todo una revelación y provocación. El crítico de entonces Miguel
Medina lo calificó de “torbellino creativo”.
|
Título: Orquesta
de señoritas.
Intérprete: Ángel Pavlovsky
Estreno en Madrid: Sala Olimpia, diciembre 1981
PREPARENSE
a presenciar la destrucción sistemática de los moldes convencionales, la
descarnada y reconfortante demolición de las estructuras dramáticas, el
desguace de la ortodoxia teatral. Nadie sueñe, pues, con esquemas al
uso. ¿Dónde y cómo encasillar el torbellino creativo de Pavlovsky?
Cuando
el espectador intoxicado de intentos teatrales fallidos ocupa su localidad, no
supone que
muy pronto se convertirá en el elemento fundamental de una sorprendente
eclosión creativa. Ante él, un decorado sin pretensiones naturalistas - apenas
un recorte de cartón - que simula el frente de un jardín relamido y lánguido.
Entre las falsas flores y arbustos, algunos instrumentos musicales van siendo
afinados con cierta desgana por sus intérpretes: cinco señoritas que
simulan evidente nerviosismo en el ceremonioso y romántico saludo al respetable.
En todas ellas se intuye la nostalgia del viejo cabaret. Notas de piano,
acordes de flauta y violín; en "off", alguna música añadida
como "sin querer". Todo ello sin aparente orden ni
"concierto", para que nadie pueda sospechar que se trata de un preámbulo
perfectamente medido. Los que carecen de referencias podrían suponer que la
elección, de nuevo, fue poco afortunada. Sin previo aviso, estalla el
espectáculo. Las concertistas atacan de firme y un foco delimita, entre el
público, la figura estilizada (hombre-mujer, mujer-hombre. o quizá todo lo
contrario. o tal vez ninguna de las dos cosas) de Pavlovsky. Canción recitada informalmente y una figura elegante,
oscura de vestuario; terminada, arriba, en un sombrero de ala ancha que
difumina sombras sobre el maquillaje femenino.
El
ACTOR (conviene apuntalarlo ortográficamente) aparece en la sala con un extraordinario
vigor, con un singular entusiasmo que rápidamente será transmitido a todos
los presentes. Su ingenioso juego dramático parte de la burla absoluta y se
mantiene luego sobre tres ejes perfectamente definidos: su propia identidad sexual.
La historia de sus relamidas acompañantes y el espectador como realidad
social. Su acción crítica no parece olvidarse de nada y, sin embargo, corre
por senderos sensibles, delicados. Nunca se sabe dónde comienza el guión
elaborado y termina la
pura
improvisación. Las palabras aparecen como un chorro de frescas ingeniosidades,
agresivo y controlado, dulce y terrible al mismo tiempo. De la anécdota intima,
indiscreta, al gran contexto social, cultural, político.
"¿Usted
cree que soy hombre o mujer...? ¿Está seguro? Piense, piense un poco más,
caballero." Las preguntas nacen directas, incisivas, sin
aparente preparación. "Donde existen tantas locas / qué importa una loca más." La música apunta la
socarronería nihilista de… Pero, ¿quién es en realidad Pavlovsky? Una "estrella" - él
lo afirma - que se burla de los creadores fatuos, la vanidad, el orgullo, el
oscuro mundo de la creación. Un producto artificial que no esconde sus
amarguras ni las ajenas, que más bien las potencia para convertirlas en un acto
sensual, comunicativo, relajado y amable. Intenta demostrar que la búsqueda de
un gratificante hedonismo radical pasa por el rompimiento de oscurantismos, por
la entrega al hecho vital de vivir sin más. Sus compañeras y él mismo se
entregan al espectador, se ofrecen en una manifestación descarada de humanidad.
La
comunicación entre Pavlovsky y los
espectadores resulta terrible en algunos momentos. El recatado quisiera escapar
con disimulo, ocultarse para eludir el compromiso de contestar, de integrarse;
perola mirada profunda de Pavlovsky
utiliza el tímido movimiento como fuerza creativa qua dará lugar a nuevas
participaciones y compromisos. La sátira recorre la sala sin poner división
entre representantes y receptores: sobra el escenario. las luces, la parafernalia
que suelen disimular el temor del actor.
No
podría resumirse la estructura del espectáculo. El actor se enfrenta
abiertamente a su trabajo; desea divertir, tocar, seno suavizar cada segundo.
Se sabe, eso si. qua no permite barreras, que los diálogos corren enloquecida
mente de un lado a otro; ahora se salta, ahora se canta, ahora se aplaude,
ahora cada uno mira a su compañero y la cuenta su pequeña
historia ... Teatro sencillo - el más complejo - o sin otras pretensiones que
las que corresponden a su propia esencia.
La
lección del actor integral puede, incluso, no ser comprendida. No existe,
cierto, un argumento, una intriga perfectamente narrada. La historia, la
"almendra", están en el mismo local, en los espectadores, en las
tensiones que, nunca serán las mismas. Se crea en el momento, se inventa a
partir da un gesto, una sonrisa, un movimiento. Para quienes el teatro continúa
siendo un hermoso féretro donde las élites amplían sus vivencias. Pavlovsky no pasará de ser un homosexual
con sobresaliente descaro; pero, ¡ah! este mediocre y sospechoso sentido
de la cultura siempre fue extraño a la propia historia cultural. En el
teatro puede sobrar todo excepto el talento. Pavlovsky no necesita casi nada, y con tan poca cosa lo hace casi
todo.
|