Reseña
1976
Num. 97,
pp, 20 - 21 |
las criadas
J. GENET
(Montaje: Compañía del Mar de Valencia) |
Título original: Les bonnes
Autor del texto: Jean Genet
Montaje escénico: Compañía del Mar de Valencia
Dirección: Antonio Corencia
Intérpretes: Antonio Corencia (CJaire),
Enrique Benavent (Solange),
José Manuel Pascual (la señora)
Estreno en
Madrid: Teatro
Alfil, 10 - V - 1976 |
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Esta obra de Genet - estrenada en París en 1947- es la culminación ritual y catártica del
resentimiento. Hay que conocer el resto de sus obras - Alta vigilancia, El
balcón, Los negros, y su inaudito film Un canto de amor - para
comprender hasta qué punto Las criadas sintetiza esquemática y
exasperadamente su visión atormentada sobre el hombre. El hombre rechazado por
la sociedad y que intenta desesperadamente repudiar a un mundo que previamente
le ha repudiado. Y que sólo desde el resentimiento lúcido y pronunciado puede -
de alguna manera - liberarse. Jean Genet con su vida y con su obra nos asoma a la sima - a un tiempo oscura y descarada -
del mal. Del mal puro y sin posible consuelo.
Las criadas se está
acercando ya a la consideración de obra clásica. El público español - digamos,
mejor, madrileño - ha tenido la oportunidad de presenciar, en pocos
años, tres versiones distintas de esta obra. La última - que nos
presenta
la Compañía
del Mar, de Valencia - es, sin duda, la más radical, la más desnuda, la más
atroz. Todo un mundo de humillación- límite, lúcidamente asumida y - sólo en
cierto modo - purificada, se nos da, en el nuevo montaje del Teatro Alfil, sin
contemplaciones y sin paliativos. La sordidez sin velos, la comunicación
humana impúdicamente degradada a un nivel de dominio, oscuro sexo, masoquismo y
rencor. Al lado de este torrente de rencor concienciado y desatado, las
consideraciones de Nietzsohe en
torno al binomio señoresclavo nos resultan ingenuas. Las criadas no
es sólo una lectura dramática de la relación opresoresoprimidos, no es sólo un
análisis estremecedor de la ambigüedad amorodio en la comunicación
interpersonal, ni un análisis del contenido equívoco del sexo, es toda
una consideración atormentada y atroz sobre la miserable
condición humana.
Pocas veces se ha representado en un escenario la
tragedia de un ser que sólo es ser en cuanto relacionado a otro. Claire y Solange,
las dos criadas hermanas, son el desdoblamiento de un solo personaje que
necesita a la hermana-espejo para poder objetivar en ella su propia situación.
Lo profundamente trágico no es vivir, sino verse vivir. Pero, a su vez, estas
dos criadas necesitan mimar alternativamente entre ellas lo que constituye el
núcleo esencial de su condición: la relación a <<la señora». Una
señora adorada y odiada sin descanso por las dos que tejen y des tejen
su imposible parodia en una estremecedora ceremonia de purificación hecha de
adulaciones y de insultos. Y en este tremendo juego - una vez más teatro dentro del teatro - se
consuma el ritual desesperado de la representación, es decir, una
presentación doblemente reflexiva.
Desde un punto de vista dramático, Genet juega en su obra con dos procedimientos importantes. En
primer lugar, quiere que los tres personajes femeninos - Claire, Solange y la señora - sean interpretados por actores, con lo que se refuerza aún más el
carácter de la representación distanciada y asumida, o - dicho con sus propias
palabras – “hacer
que los personajes sean metáforas de lo que deben representar”. Este
primer procedimiento ha sido puesto en práctica en este nuevo montaje por tres
actores excelentes que saben incorporar distanciadamente sus papeles en un
trabajo lleno de aciertos y, para dos de ellos, agotador.
En segundo lugar, sitúa Genet la acción en el dormitorio de la señora – “una alcoba estilo
Luis XV “-, en donde, al comenzar la obra, una criada está ayudando
a vestir a su señora. Provoca así el autor un engaño inicial de
los espectadores que, hasta muy entrada la acción - el momento en que suena el
despertador -, no deben saber que la «señora» es una falsa
señora, que no es sino Claire haciendo el papel de la
señora, mientras que la hasta entonces llamada Claire es Solange,
la otra criada.
Es éste un momento crucial en la obra, ese momento que Sartre define como «instante perfecto y
perverso» en que los espectadores deben aprender a desconfiar de toda
apariencia, porque - continúa Sartre - «no estando
seguro nunca de hacer buen uso de la apariencia, Genet quiere que sus fantasías, tras dos o tres cambios en su realidad,
se le revelen en su propia nada. En esta pirámide de fantasías, la última
apariencia destruye todas las realidades anteriores». En la versión
que hace unos años ofreció Víctor
García con
la Compañía de Nuria Espert en el Teatro Fígaro este procedimiento fue
hábilmente atendido. Montó Víctor un
escenario fríamente metalizado - mezcla de fogón de cocina y de cambiantes
espejos - en donde se posibilitaba este engaño inicial de los
espectadores. Pero en la versión actual se ha preferido una escenografía más
sórdida y despojada – una especie de buhardilla miserable - en donde el
público contempla desde el primer momento a las dos andrajosas hermanas.
Suprimida la necesaria sorpresa, toda la primera parte se alarga excesivamente
causando cansancio en el público.
No es ciertamente Las criadas una obra para pasar
un buen rato. La desesperanzadora visión de Genet, su agudo análisis del servilismo y del resentimiento
responde a una reflexión sobre el comportamiento humano parcial, pero
escalofriante. El público, al salir del teatro con la cabeza baja y mal sabor
de boca, tiene que hacer algo que no se hace con frecuencia a la salida de
nuestros teatros: tiene que pensar.
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