SPLENDID’S
Gánsters
metafísicos
Título: Splendid’s
Autor: Jean Genet
Traducción: Mauro
Armiño
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda
Iluminación: Francisco Leal y Óscar Sainz
Vestuario: Pedro Moreno
Música: Mariano Díaz
Vídeo: Álvaro Luna
Caracterización: Juan Pedro Hernández
Ayudante de dirección: Manuel Calzada Néstor
Ayudante de escenografía: Lahuerta
Ayudante de vestuario: Elena Sánchez
Producción: Centro Dramático Nacional
Intérpretes: Alberto Berzal (Ráfaga),
Patxi Freytez
(Pierrot),
Israel Fróas (Ritom),
Carlos Martínez-Abarca (Bravo),
Daniel Ortiz
(Jean (Johnny),
Sergio Otegui (Voz de radio),
Helio Pedregal (Scout),
Joseba
Pinela (El Policía),
Antonio Zabalburu (Bob)
Dirección: José Carlos Plaza
Estreno en Madrid: Teatro
Valle Inclán
(Sala principal), 19 – IV - 2007 |


FOTOS: ROS RIBAS |
Un
grupo de gánsters secuestra a la heredera de un millonario estadounidense en la
séptima planta de un hotel de lujo con el propósito de pedir un rescate, pero sucede
algo imprevisto. Cuando la policía tiene rodeado el edificio, uno de los
pistoleros asesina a la rehén, lo que despeja el camino de los sitiadores para
poner fin al violento suceso. Pero antes de que se produzca el asalto, una
estratagema permite aplazar el desenlace: uno de los secuestradores se viste
con las ropas de la mujer muerta y se pasea frente al balcón haciéndose pasar
por ella. Esta historia, inspirada en un hecho real del que se hizo eco la
prensa de la época, da para una buena novela negra, un trepidante thriller
cinematográfico o, en el caso que nos ocupa, una comedia de acción. Genet se sirvió de ella para otra cosa.
Aprovechó el largo encierro de los personajes para alternar los momentos de
tensión provocada por una situación cuyo desenlace conduce a una muerte segura
o a su rendición, con otros, en los que, como si su destino hubiera dejado de
preocuparles, dan rienda suelta a sus fantasías. Dos de ellos, bailan sobre las
alfombras de aquel escenario de lujo, como si fueran privilegiados clientes que
participan en una fiesta.

HELIO PEDREGAL
FOTO: ROS RIBAS |
A través de ese grupo de delincuentes, el
autor, que también lo fue, va desgranado un discurso que está presente en buena
parte de su obra, tanto novelística como dramática. Afloran sus obsesiones personales, su gusto
por la ceremonia, de la que el travestismo es elemento fundamental, sus ideas
sobre el poder y la permeabilidad de las barreras que separan a las gentes
defensoras del orden de sus teóricos enemigos, a los poderosos de los apestados
sociales. Se plantea también la fascinación por el mal, encarnada en un policía
que cambia de bando, uniendo su suerte a la de los malhechores, decisión de la
que más adelante
se
arrepentirá, cuando el heroísmo de éstos
hace
agua y sale a relucir su cobardía. |
Es
una suerte que Splendid’s –nombre del
hotel en el que transcurre la acción-, escrita en 1948, se salvara de la
destrucción a la que la condenó su autor, quien se negó a que se representara. Se
trata de un texto que, aun no alcanzando la grandeza de Las criadas o El balcón, ocupa un lugar importante en la obra de Genet.
Hay varias versiones sobre las razones de su decisión, todas verosímiles,
aunque ninguna fuera avalada por él. No sería extraño que, entre ellas,
figurase sus dudas sobre el desequilibrio existente entre discurso y acción,
entre la parte narrativa y la teatral que le sirve de marco, apenas
desarrollada. Desequilibrio que, sin embargo, apenas se percibe en la lectura
de la obra, espléndidamente traducida por Mauro
Armiño.

FOTO: ROS RIBAS
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José Carlos
Plaza,
responsable de la puesta en escena, podía haber intentado lograr un conjunto
más armónico, pero, entusiasmado por la hondura de las palabras, se ha dejado
arrastrar por ellas y ha hecho todo lo contrario. Hay teatralidad en las
escenas relacionadas con la trama, expresada mediante gritos, carreras de los
personajes por el imponente escenario diseñado por Ricardo Sánchez Cuerda y el
ruido ensordecedor de las metralletas. En cambio, durante el tiempo reservado a
la metafísica, la actuación de esos mismos personajes
que han escenificado con tanto brío el
caos, se torna morosa, y la grieta se hace más
ancha y profunda. Los actores acusan los cambios de ritmo y a duras penas los
superan a pesar del esfuerzo que hacen. El espectáculo pesa y el final
efectista que Plaza se ha inventado
no logra maquillar los problemas de su propuesta. En el texto original, cuando
el policía se da cuenta de que los gánsters renuncian a inmolarse y van a
capitular, finge haber actuado como un infiltrado. Apuntándoles con su arma,
grita a sus compañeros: “Subid, muchachos. ¡Todo ha terminado!”. En
la representación, antes de pronunciar esa frase, el policía descarga su arma
sobre los pistoleros desarmados y convierte la escena en un baño de
sangre.
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