RESEÑA, 1988
NUM. 190, pp 9-10 |
LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE
UNA CUMBRE DEL TEATRO
Con motivo del Centenario de Eugene O’Neill,
Miguel Narros y William Layton
en 1988 montaron Largo viaje la Noche, respetando
su larga duración. Combinaron a dos actores de su grupo
(José Pedro Carrión y Carlos
Hipólito) y Alberto Closas y
Margarita Lozano, actriz española que había
fijado su residencia, desde hacía muchos años, en
Italia. |
“Tyrone es un hombre con un
profundo amor a su mujer y a sus hijos. El de su mujer prima
sobre todos los demás. No ignora en ningún momento nada de lo
que pasa. Es el que mejor lo sabe de todos”. Así
describe Alberto Closas a su personaje protagonista en
El largo viaje hacia la noche de Eugene O'Neill, obra
homenaje en el centenario del nacimiento del autor con la que el
Teatro Español abre la programación de 1988-89.
Tyrone vende su alma de actor shakespereano por
unas monedas: el éxito comercial de El Conde Montecristo.
Me pregunto, si en este caso, actor y personaje no poseen cierto
guiño. Alberto Closas es un triunfador y un gran actor
que en los últimos treinta años ha hecho del teatro comercial su
reino. La temporada pasada anunciaba su retirada de los
escenarios con La zorra de Alfonso Paso; una
«comedia» - término utilizado por Alberto Closas para
definir cualquier espectáculo teatral- que era un «tú a tú»
entre él y la actriz argentina Leonor Benedetto. Al poco
su nombre reaparecía en el reparto del Teatro Español.
Alberto Closas había dejado
aparcado el teatro a sus 67 años.
“Ya está bien eso de la Compañía de
Closas haciendo temporadas aquí y allí. Eso es lo que
se ha acabado”. El paso de la jubilación lo da con
sesenta y siete años que él califica de «larga vida». ¿Y esta
función?
- Acepté
esta comedia porque reunía varios
ingredientes tentadores: la dirigían
Miguel Narros y
William
Layton; era un texto de
O'Neill;
una auténtica función, aunque dura tres
horas y media; el centenario de
O'Neill;
un tipo de obra imposible para las compañías
comerciales por su elevado costo; un papel
importante en un personaje que da juego
interpretativo al tratarse de un actor
retirado; soy una especie de actor
invitado... Una cosa así es de agradecer. Lo
hago encantado. Si dentro de dos años me
propusieran hacer un rey Lear, también aceptaría. Sólo me jubilo del ajetreo
loco de estos años, no de actuaciones esporádicas.
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ALBERTO CLOSAS
(LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE, 1988)
FOTO: J. R. DÍAZ SANDE, 1989 |
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Título: Largo viaje hacia la noche.
Autor: Eugene O'Neill.
Traducción y adaptación: Ana Antón-Pacheco.
Escenografía y vestuario: Andrea D'Odorico.
Iluminación: José Miguel Sáez.
Reparto: Alberto Closas Games (James Tyron), Margarita Lozano
(Mary Tyron), Carlos Hipólito (Edmund Tyron), José Pedro Carrión
(Jamie Tyron), Ana Gaya (Cathleen).
Dirección: Miguel Narros y William Layton.
Estreno en Madrid: Teatro Español,
19 de octubre de 1988. |
JOSÉ PEDRO CARRIÓN
CARLOS HIPÓLITO
FOTO: FERNANDO SUÁREZ (1988) |
El centenario del nacimiento de Eugene O'Neill (1888-1953) ha
dado lugar no sólo a una revisitación teórica de la obra del
famoso dramaturgo norteamericano (1), ganador del Nobel en 1936,
sino también a una reposición en los escenarios de su pieza
teatral más culminante y definitiva: Long Day's Journey into
Night (2). Ingmar Bergman ha llevado a cabo su montaje en
Suecia, y algo más lejanas están las noticias del éxito obtenido
por un montaje americano con Jack Lemmon al frente del reparto.
En Madrid, la temporada del Teatro Español se ha abierto con una
versión casi íntegra de esta obra fundamental de la dramaturgia
de nuestro siglo. Si esa mema convención de los centenarios
sirve, en ocasiones, para poner en pie proyectos como este,
bienvenida sea.
O'Neill escribió Largo viaje hacia la noche, en 1940, en plena
madurez artística. No era una de sus creaciones habituales
destinadas al escenario: existía una prohibición expresa, por
parte del autor, de que el texto viese la luz antes de
transcurrir veinticinco años desde su muerte. El motivo es bien
sabido: O'Neill, que a lo largo de toda su producción dramática
nunca había dejado de reflejar elementos autobiográficos en sus
obras, se decidía por fin a hablar directamente de su propia
familia, de las personas y los hechos que hicieron de él el
hombre hipersensible, dolorido y atormentado que siempre fue
(3). El resultado fue esta pieza antológica, escrita con
lágrimas y sangre; un exorcismo hecho de amor y de odio, de
piedad y de furia, donde su autor se dejó la piel en cada
conflicto al tiempo que desplegaba todos los conocimientos
teatrales adquiridos en su larga trayectoria de dramaturgo.
Más allá del estudio profundo y desnudo de personajes y
conflictos, de la búsqueda de una catarsis personal, Largo viaje
hacia la noche está considerado como un compendio de todo el
teatro norteamericano contemporáneo. El drama que nos cuenta,
pese a ser tan prolijamente biográfico, se transforma, gracias a
la genialidad de su autor, en una tragedia universal. En la
tragedia colectiva de un sueño, el americano, tal y como expone
Isaac Chocrón en su lúcido ensayo (4). Y también en la tragedia
individual que supone encontrar un sentido a la vida. Los
personajes de O'Neill nunca llegarán a encontrarlo. Se aman y se
odian con la misma intensidad. Cada cual es un poco el infierno
de los demás, y, en los breves instantes de acercamiento,
también su salvación. Pero al final la soledad individual se
impone a cada uno de ellos: acabarán, cada uno a su manera,
intentado evadir la realidad. Largo viaje hacia la noche es el
testamento de un hombre atormentado que tuvo sobrado s motivos
para ello. Es, asimismo, una lúcida y angustiosa visión de la
existencia y de las relaciones humanas. Una tragedia moderna en
la que, como explica William Layton, sus personajes no son
dioses ni reyes. Son «ordinary people» convertidos en arquetipo
de familia humana, que pasan revista a sus grandes traumas, y
para los que no hay salida pues ellos mismos han construido las
celdas que les encierran.
MARGARITA LOZANO
ALBERTO CLOSAS
FOTO: F. SUÁREZ (1988) |
La tragedia aletea desde el primer minuto en este montaje que
Miguel Narros y William Layton han presentado en el Español; la
llevan los personajes dentro de sí desde el instante en que se
alza el telón. Los únicos datos externos que acontecen en esta
obra de absoluta interioridad no son sino la confirmación de dos
sospechas que los personajes tienen desde el principio: Edmund
padece tuberculosis y la madre ha vuelto a caer en la droga. No
hay revelaciones ni acontecimientos; sólo un desgranar de
confesiones, reproches, afectos, sueños y desesperanzas que los
personajes se arrojan unos a otros desde el primer momento.
La versión respeta casi íntegro el texto original. No deja de ser una audacia: cuatro horas de representación (incluyendo un descanso) de un
texto que no encierra trucos ni
sorpresas. No creemos que
se trate de un texto intocable; puede comprimirse sin
excesivo perjuicio (recuérdese la hermosa película de Sidney
Lumet (5) y de hecho existen reiteraciones de fácil supresión.
En cualquier caso, está bien como está, aunque buena parte del
público acabe acusando la larga duración y pierda concentración
en el último acto, el más hermoso, sin duda.
La adaptación de Ana Antón-Pacheco ha vertido los diálogos hacia
un coloquialismo que ayuda a los actores y contribuye a la
fluidez del drama, si bien en algunos momentos se pierde algo de
la intensidad lírica del original. El decorado de Andrea
D'Odorico es bello y funcional; los personajes y su drama quedan
perfectamente empastados en él al tiempo que la dirección de
Narros acierta a mover a los actores en este nada sencillo
carrusel de acercamientos y desapegos.
Con el capítulo de la interpretación entramos a juzgar el punto
decisivo de una función como ésta. Hay una pieza que nunca acaba
de encajar con el resto, y es la creación que Margarita Lozano
hace del personaje de la madre. Sin dudar de sus excelencias
interpretativas, lo cierto es que ni su físico ni su forma de
declamar la hacían la actriz ideal para encarnar a Mary Tyrone.
A veces parece como si su actuación discurriera en un registro
distinto al de los otros miembros del reparto, y su personaje no
llega a conmovemos en el escenario como es capaz de hacerla con
la mera lectura de la obra. Alberto Closas parece haber tenido
en cuenta las palabras de Lawrence Olivier a la hora de encarar
su personaje (6). Su interpretación, no obstante, peca a veces
de excesiva llaneza, y en contra de la opinión del eximio Olivier creemos que el personaje creado por
O'Neill sí tenía
bastante de ese histrión del que Closas ha huido en todo
momento, aunque en las escenas fuertes del drama su actuación
sube muchos enteros. Carlos Hipólito y José Pedro Carrión, como
los hijos, realizan un trabajo impecable. La angustia, la
tortura, el dolor de sus personajes llega sin trabas al
espectador. Ana Gaya, en la corta intervención de la criada,
pone las pinceladas humorísticas en la función exagerando un
tanto algunas características de su personaje que en el texto
aparecen más difuminadas.
En conjunto, el gran reto que suponía el montaje de esta obra se
ha saldado con unos resultados más que favorables. Este Largo
viaje hacia la noche exige la asistencia de todo aquel que se
considera un amante del teatro.
(1) Citemos como ejemplo el
Simposiurn internacional Eugene
O'Neill, celebrado en Madrid, o la edición de algunas obras del
autor ya comentadas en RESEÑA nº 179, págs. 32-33.
(2) Otras traducciones del título en castellano son
Largo viaje
del día hacia la noche y Viaje de un largo día hacia la noche,
tal vez la más correcta.
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(3) La acción de la obra transcurre en un único día del mes de
agosto de 1912, si bien constantemente se evocan hechos del
pasado. Los personajes son los propios padres del autor, su
hermano mayor y el propio Eugene O'Neill, que aparece con el
nombre de Edmund. Prácticamente todo lo que se dice en el texto,
hasta los detalles más nimios, es autobiográfico.
(4) Sueño y tragedia en el Teatro Norteamericano, lsaac Chocrón,
Alfadil Ediciones, 1984.
(5) El film, producido en 1962, fue estrenado en España en 1969,
en salas de arte y ensayo, con el título Larga jornada hacía la
noche. Eran sus intérpretes Katherine Hepburn, Ralp Richardson,
Jason Robards y Dean Stockwell.
(6) Mi resistencia a esa pieza maratón se fundaba en razones muy
distintas. No es que creyera que ese papel no era apropiado para
mí; veía de sobra que estaba dentro de mis posibilidades. Cuando
se interpreta el papel de alguien que pertenece a una profesión
que tanto se presta a la burla, es ya tradicional que se crea
que ha de ser un estereotipo: vanidoso, afectado, presumido: con
ganas de llamar la atención y bastante absurdo. Confesíones de
un actor, Lawrence Olivier, Planeta 1984. |
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