RESEÑA,
1999
NUM. 303,
pp. 46 |
TANNHAUSER
WAGNER EN ESENCIA
En la
etapa anterior el Teatro Real llevó Tannhäuser
a escena en 71 ocasiones desde 1890 hasta 1921. Restaurado el coliseo, en
1998, fue la producción del cineasta Werner Herzog
bajo la batuta de Christof
Perick – versión de Dresde (1845) - y
en el 2002,
la Deutche Staatsoper de Berlin con Harry Kupfer como director de escena y Daniel Barenboim
como director musical.
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Título: Tannhäuser (Versión de
Dresde)
Autor
y Música:
Richard Wagner
Producción: Teatro de
la Maestranza de Sevilla
Coro Nacional de España
Orquesta Sinfónica de Madrid
Intérpretes: Jon Fredric West (Tannhäuser), Cynthia
Makris (Venus), Gabriela Benackova (Elisabeth), Alan Titus (Wolfram), Hans
Sotin (Landgrave)
Director
de coro:
Rainer Steubing-Negenborn
Director
de Escena: Werner
Herzog
Director
de orquesta:
Christof Perick
Estreno
en Madrid:
Teatro Real, 7 – II - 1999 |
FOTO: JAVIER DEL REAL |
La
versión de Dresde (1845) del Tannhäuser ha sido la elegida para el
primer Wagner ofrecido por el Teatro Real. Frente a la opción parisina (1861), supone la apuesta por una
mayor concisión, intimidad y contención. No obstante, la versión francesa fue,
con toda probabilidad (y pese a que la obra, saboteada por parte del público,
sólo llegó a contar con tres representaciones), la preferida del autor. La
exhaustiva revisión de la partitura le confirió una mayor riqueza y
refinamiento, mayor extensión y brillantez. Sin embargo, de cara a la
representación teatral, la de Dresde es una opción válida pues ofrece como
claras ventajas una menor duración, particellas más llevaderas para los cantantes
(sobre todo para el tenor) y menores complicaciones escénicas.
El
montaje del Real es original del Teatro
de
la Maestranza
de Sevilla. El cineasta Werner
Herzog, su responsable, juega con varias ideas interesantes, que tratan de
ir al meollo de la ópera desechando los aspectos anecdóticos. Resulta claro
el deseo de Wagner de utilizar esta
leyenda de minnesiinger (trovadores alemanes del siglo XIII) para exponer
el conflicto vital entre la pasión carnal y el misticismo, entre la sensualidad
y el amor puro, entre el goce de los sentidos y el del intelecto; dualidades
que el responsable de la dirección escénica resuelve sirviéndose de colores y
formas claramente identificables: el rojo, las formas ampulosas y teatrales
corresponden al Venusberg, a la
pasión, al pecado; el blanco, las formas sencillas y directas, a la pureza, a
la virtud, a la virgen Elisabeth.
Escénicamente,
el paso desde la mansión de Venus a la tierra de Turigia y la reaparición del Venusberg
en el tercer acto están resueltos con maestría y simplicidad de medios. Menos
vistosa parece la entrada de los caballeros en el Wartburg, pues, pese a la grandiosidad de la música, Herzog
prescinde de cualquier adorno o laborioso movimiento coral.
Durante
casi toda la representación, un fino viento eleva los vestidos de los
protagonistas, empuja las hojas o mueve las cortinas. Herzog pretende así subrayar el carácter irreal de los
protagonistas y la escena, presentarlos como una
alegoría. En cambio, el poco juego que extrae del coro de los peregrinos,
excesivamente estático, resta ligereza y provoca el efecto contrario.
Pese
a lo que se acaba de apuntar, y como en óperas
anteriores de esta misma temporada, se dejó sentir mejor calidad escénica que
musical. En la función que aquí se reseña (7 de febrero), la dirección
de Christof Perick fue excesivamente
lánguida y contemplativa. Nunca se dejó arrebatar y le faltó nervio en los
momentos de mayor intensidad. Además, su batuta no estuvo en comunión con la
estética wagneriana. Quizás en consecuencia,
la Orquesta Sinfónica de Madrid tampoco brilló a
gran altura; aparte de borrones y fallos en los distintos cuerpos de la
orquesta, faltó calor y concentración.
Igualmente
anduvo poco templado el Coro Nacional de España preparado
por Rainer Steubing-Negenborn. Se apreciaron bastantes fallos en las entradas y en el ajuste general
entre las voces. El canto a media voz o piano dentro del Venusberg resultó más logrado, pero su
concurso en momentos como la escena de los peregrinos se situó en un nivel muy
bajo. Por el momento, parece evidente que funciona mejor como coro
sinfónico-orquestal que operístico.
Jon Fredric West sacó
adelante su Tannhäuser por empuje y fuerza vocal. El papel es realmente
extenuante y para aguantar toda la representación sin
evidenciar fatiga se requiere un canto técnico y una gran energía. West, que no posee una voz de hermoso
brillo ni excesiva capacidad para matizar, sí tiene un instrumento potente,
natural, comunicativo, con squillo; además, se atreve a sumergirse en el
papel y, sin duda, “pone toda la carne en el asador”. Las dos figuras femeninas
que transitan a su alrededor, Venus y Elisabeth, fueron
encarnadas respectivamente por Cynthia
Makris y Gabriela Benackova. La
primera carece de la voz mórbida, corpórea y dúctil que exige su parte.
La Benackova, dueña de un instrumento de
mayor calidad, aunque mostró algunas dificultades con el registro más agudo
(aria del segundo acto), exhibió un canto más cuidado y un buen ajuste con su
pareja.
Las
dos voces graves, la de Wolfram y la del Langrave Hermann, fueron excelentemente servidas por dos
cantantes especializados en Wagner. Alan Titus posee, en principio, una
voz más dramática de la ideal para Wolfram; sin embargo, su
participación supuso una agradable sorpresa: con su canto sensible, hondo y
melancólico, nunca estridente, logró una notable encarnación del caballero
cantor. Hans Sotin dio vida al Landgrave,
un papel que ha abordado innumerables veces y del que siempre extrae hermosos
detalles.
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