L’ORFEO
(L'Orfeo, favola in musica,
SV 318,
o
La Favola d'Orfeo,
o The Legend of
Orpheus)
Título:
L’Orfeo (Favola in musica en un prólogo y cinco actos, 1607)
Música: Claudio Monteverdi
Libreto: Alessandro Striggio
Escenógrafo
y figurinista: Pier
Luigi Pizzi
lluminador: Sergio Rossi
Coreógrafo: Gheorghe Lancu
Nueva
producción del
Teatro Real, en coproducción con el Teatro
La Fenice de Venecia
Coro y
orquesta: Les
Arts Florissants,
con la participación de Les Sacqueboitiers
Percusionista: Sergey Saprychev
Intérpretes:
Dietrich Henschel (Orfeo, barítono),
Maria
Grazia Schiavo (Eurídice/Proserpina/La música, soprano),
Sonia
Prina
(La mensajera,
La Esperanza
(contralto), Luigi De Donato (Caronte,bajo) Antonio Abete (Plutone, bajo),
Agustín Prunell-Fríend (Apolo, tenor), Hanna Bayodi-Hirt (Ninfa), Xavier Sabata
(Pastor I), Cyril Auvity (Pastor II/Espíritu I), Juan Sancho (Pastor III/
Espíritu II), Jonathan Sells (Pastor IV/Espíritu III, Ludovic Provost (Eco).
Director
musical:
William Christie
Director
de escena, escenógrafo y figurinista: Pier Luigi Pizzi
Estreno
en Madrid:
Teatro Real, 13-05-2008 |


FOTOS: JAVIER del REAL |
L’Orfeo de Claudio Monteverdi con texto de Alessandro Striggio, no
es ópera al uso, al menos a lo que estamos acostumbrados. Es opinión común que
con ella se inicia el género operístico, y al haberse cumplido 400 años
en el 2007, el Teatro Real ha creído conveniente volver a ella.

SONIA
PRINA/DIETRICH HENSCHEL
FOTO:
JAVIER del REAL |
No es ópera al uso,
porque, ya en su época, se trataba de una composición peculiar que algunos
piensan escrita más para escucharla que para verla escénicamente y por lo tanto
alejada de la representabilidad, aspecto que sí tendría más en cuenta Monteverdi en sus obras posteriores
como son Il ritorno d’Ulisse in
Patria, L’incoronaziones di Poppea –
ambas programadas por el Teatro Real en las temporadas sucesivas para completar
la Trilogía de Monteverdi – y la ópera perdida Le nozze di Enea
con Lavinia. |

MARIA GRAZIA SCHIAVO/
DIETRICH
HENSCHEL
FOTO: JAVIER del REAL |
Las crónicas relatan que
la representación se hizo en uno de los salones del Palacio Ducal de Mantua. De todos modos,
al relatarnos una historia (Favola con música),
existe una dramatización más allá del mero concierto, aunque Monteverdi y Striggio la crearon para un
espacio que no era el teatro.
En esta versión de Pierre
Luigi Pizzi, el director artístico, esto se tiene en cuenta y nos lleva a
los espectadores a aquel 1607 espacial en que Vicenzo Gonzaga I, duque de Mantua
y Monferrat, escuchaba con su corte y amigos este Orfeo. Pizzi no viste escénicamente el ambiente Pastoril o el Hades, que
son los dos grandes lugares de la narración, sino que opta por reproducir el salón del Palacio Ducal, según los
cánones de la época ya que no se conserva vestigio arqueológico del lugar. Y puestos en esa línea también nos trae del pasado a los músicos, que no es orquesta al uso operístico, sino que es un reducido grupo de músicos con instrumentos cercanos a los del compositor. Ello lleva
a que su ubicación huya del habitual foso y se sitúe casi a la altura del
escenario. También, fiel esa evocación, los músicos, incluido el director Wiliam Christie, visten
con los trajes de entonces. Pero toda esta reconstrucción del vistoso vestuario
se ciñe a la primera parte que abarca la fábula pastoril. El descenso a
los Infiernos, manteniendo el mismo espacio, cambia en vestuario hacia un casi un
uniforme en negro, tanto en los
músicos como en los intérpretes. Ellos pantalón y camisa, y ellas vestido
corto. Así pues el brillante colorido – alusión a la fiesta amorosa - domina la
primera parte y el negro – alusión al tenebrismo del Hades – protagoniza la
segunda.

FOTO: JAVIER del REAL |
Este cambio de “look”, por llamarlo de alguna manera, parece intentar
manifestar el contraste entre la alegría primera de los enamorados, amigos,
ninfas y dioses, y la desgracia acaecida con la muerte de Eurídice.
Orfeo
desciende a la negrura de los infiernos, pero también se pretende acercar la
fábula al hombre de hoy en esa dimensión universal de la pérdida de la persona
amada – o cualquier otro ser querido – y la posibilidad de un reencuentro. El
final feliz que pone Monteverdi con
la solución de que el dios
Apolo,
padre de Orfeo, invita a su hijo a subir al Olimpo y encontrarse con su amada Eurídice, lo aprovecha Pizzi para
que esa buena nueva llene de alegría a todos y haya un intercambio entre todos
los participantes. Si durante esta versión
músicos y actores conviven casi
espacialmente, aquí la fusión llega al máximo. La proximidad de
unos y otros se favorece con la escalinata palaciega que sube desde el patio de
butacas.
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L’Orfeo
es la primera ópera en cuanto que la música de Monteverdi va más allá de la mera ilustración. Es ella misma, con
su partitura, la que intenta la dramaticidad, así como el uso de los diversos
instrumentos que contemplan también este carácter personal y dramático en cada
situación y momento. Algo que un tipo de ópera posterior tendrá en cuenta pero
que aquí aparece por vez primera. No hay que esperar una estructura de arias y
recitativos. Más bien toda la composición se asemeja a un recitativo amplio al que
se le puede aplicar el concepto de un recitativo cantado y prolongado, de ahí
que el espectador tiene que cambiar un tanto el “chip” habitual.
Lo más llamativo es el conjunto de sonidos orquestales con los
instrumentos, cercanos a los originales, que crean una atmósfera, no solamente
dramática – Monteverdi se ocupa de
cada instrumento o conjunto de instrumentos reflejan un ambiente o un espacio -,
sino evocadora de otros tiempos. Lo mismo sucede con el canto, tanto en los
solistas como en el coro que funciona con un colorido unitario y de gran
belleza. Responsables de ellos son el grupo Les Arts Florisants,
que muestran la grata experiencia de un largo recorrido anterior.
En su estreno los
personajes femeninos como son La música, Proserpina
y
La Mensajera,
así como Eurídice fueron encomendados
a castrati.
Aquí la voz de los castrati – hoy prácticamente inexistente - se
encomienda a la tesitura de soprano – Maria
Grazia Schiavo, que
interpreta a Eurídice, Proserpina
y La
música - y contralto – Sonia Prina,
que interpreta a
La
Mensajera y
La Esperanza. La tesitura
de tenor en el original para Orfeo, se pasa al barítono, que
interpreta el barítono lírico alemán Dietrich Henschel. Tanto María
Grazia Schiavo como Sonia Prina,
no solamente muestran una gran empatía con el estilo, sino que son dúctiles y
eficaces en sus interpretaciones. Dietrich Henschel impecable como cantante, posee elegancia, una gran
versatilidad como intérprete y sabe entraren comunión con el público. |

ANTONIO
ABETE
FOTO: JAVIER DEL REAL |
Si la parte musical, la concepción escénica de Pizzi, ingeniosa y apabullante como
sucede con la aparición desde el foso del Palacio al son de la trompetería, son
atractivas, así como el conjunto coral e instrumental, no deja de notarse
cierta monotonía en algunos momentos desde el punto de vista dramático. De
alguna manera hay que trasladarse a la época en que se escribió. Y
transportados a ese momento, descubrimos
a Monteverdi como poseedor de un
gran dominio del sonido de cada instrumento. William Christie ha sabido rescatar esa
faceta y entregarnos una partitura realmente bella, con unos sonidos orquestales
muy evocadores. Voces, sonidos y espacio resucitan, acertadamente a Claudio Monteverdi.
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