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EL
BARBERILLO DE LAVAPIÉS
de
F.
ASENJO BARBIERI
en
los
JARDINES
DE SABATINI
Música,
bailes y
brillante
colorido,
Los
protagonistas |
Título: el Barberillo de Lavapiés
Autor
libreto: Luis
Mariano de Larra
Música: Francisco Asenjo Barbieri
Coreografía: Marco Berriel
Diseño
de escenografía: Luis
del Álamo
Realización
de escenografía: Altamira
Diseño
de vestuario: Mariana
Mara
Realización
de vestuario: Cornejo
Atrezzo: Mateos
Diseño
de iluminación: Pedro
P. Melendo
Jefe
técnico: Alfonso
Cogollo
Regiduría: Pedro Tojar
Peluquería
y maquillaje: Jesús
Martín,
Ma Teresa Ortuño
Sastrería: Ma Teresa Becerro,
Alejandro Carrasco, Davíd García, Ma José Mena
Transporte: Isidro
San Román e hijos
Jefe
de prensa: Izaskun
García
Jefe
de producción: Alicia
García Alegre
Producción: Ópera Cómica de Madrid
Compañía: Ópera Cómica de Madrid
Orquesta: Ensamble de Madrid
Ballet y coro: Opera Cómica de Madrid
Intérpretes:
Milagros
Martín (días 11, 12, 14, 25, 26, 27 Y 28)/Carmen González (días 13, 18, 19,20 Y
21) (Paloma).- Sonía de Munck (días 12,
14, 18, 20, 25, 26 Y 27)/ Francesca Calero (días 11,13,19,21 Y 28) (Marquesíta del Bierzo).- Enrique Ferrer (días
11,12,13,14,18,19,20 Y 21)/ Ricardo Muñiz (días 25, 26, 27 Y 28) (Lamparilla).- Juan Lomba (Don Luis).- Carmelo Cordón (Don Pedro).- Elier Muñoz (Don Juan)
Director
musical: Lorenzo
Ramos
Director
de escena: Francisco
Matilla
País: España
Idioma: español
Duración
aproximada: 2
horas y 10 minutos (con intermedio)
Estreno
en Madrid:
Jardines de Sabatini,
10 – VII - 2007 |
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Apenas si había bajado el telón para la Ópera Cómica de Madrid en el Centro Cultural de
la Villa, cuando se vuelve a
levantar – metafóricamente hablando - en los Jardines de Sabatini para el agradecido El barberillo de Lavapiés. El
Barberillo es título que se ha mantenido en repertorio y vuelve
periódicamente, aunque no con mucha asiduidad. Hay sus razones. Como todas las
zarzuelas grandes de Barbieri posee
una cierta complejidad vocal y requiere un buen número de solistas. En este caso
dos sopranos – a veces Paloma es una mezzosoprano – de
tesitura muy similar, dos tenores y bajo. A ello hay que añadir el coro
que no se queda manco a la hora de cantar y los bailes. Si a esto se le añade su longitud,
pues se explica que sólo una potente compañía pueda abordarla.
La longitud del texto siempre se ha resuelto recurriendo a las
tijeras. El único problema es saber dónde cortar y procurar que la historia se entienda.
Esto lo ha conseguido esta versión. La trama es una rocambolesca intriga
política por conseguir el poder. Por lo tanto, cambio de un ministro a otro. Y
en este enredo se ven mezclados nobleza y pueblo, manteniendo como fondo las
historias de enamorados. Paloma y el Barberillo Lamparilla - el pueblo – sin más problemas que la conquista amorosa de uno por el
otro.
La Marquesita del
Bierzo y su prometido Don Luis - el cual pertenece al
bando contrario de
la Marquesita -, lo tienen más difícil ya que al desconocer la conspiración en que se encuentra su amada, surgen en él los celos. De
siempre, nunca queda claro cuál es la razón para que D. Luis crea en la
inocencia de su prometida, salvo la amenaza de ser abandonado por ella y su
ciego amor. De todos, este es el personaje más insulso.
Más que la intriga
política, queda de relieve el enfrentamiento del pueblo y la nobleza a todos
los niveles. El pueblo es sano y el mundo del poder/nobleza retorcido. La
simpatía se la lleva el pueblo, personificado en Paloma y su Lamparilla,
muy trabajado en cánones del “pícaro”, en este caso más culto y adinerado. Es
significativo, con motivo de la huída, la encarnación de
la Marquesita y
su Don
Luis en el pueblo mediante la vestimenta y el modo de hablar – la jerga
del pueblo - con lo que se consigue uno
de los números más vistosos y llenos de casticismo.
El
Barberillo siempre que se representa, se tiene la sensación de que está
plagado de música y los textos hablados
son mínimos. La razón está en que al haberlos acortados, la música impera.
Ya se ha escrito mucho sobre la brillantez musical de este último Barbieri y se confirma una vez más. Manteniendo partes del bel canto, aquí hilvana con generosidad y sin miedo aires más
españoles. La partitura no cansa y se escucha con gusto.
La otra baza son los bailes. Marco
Berriel ha coreografiado los diversos ritmos con gusto, sin caer en el
simple folklorismo reproductor mimético de las melodías. Incluso va más allá de
la simple estilización del Folk. Pinta
la danza más que la fotografía. En el movimiento se reconocen las líneas
originales del baile que exigiría la música, pero pronto lo enmascara con
pinceladas nuevas. Hay otra virtud. No nos detenemos a contemplar una danza porque
sí y por lo tanto rompiendo la acción, sino que entra y sale en la narración escabulléndose
entre todo el conjunto.
Un número al que Marco cuida con delicadeza es el
conocido Camisón, Camisón. El número
visto con nuestros ojos cotemporáneos, llenos del Freud divulgativo, de
habernos familiarizado con el concepto de fetichismo y demás entornos eróticos
que alimentan la vida amorosa del ser humano, es un número musical con ribetes eróticos.
Las costureras cosen el camisón de los hombres y ello desencadena cierta
efusión erótica. Lo mismo sucede con el número musical que le precede: el
pajarito, término castellano – italiano también – de claro erotismo masculino. Tales
interpretaciones eróticas – no sé si en la época lo leían igual – han abundado
en varias versiones. La más llamativa, la de Carlos Bietio. Aquí se poetiza bajo la visión del deseo
de su amado que ya se anuncia en el número del pajarito haciendo entrar a dos bailarines, evocadores del deseado
hombre. En el número musical del Camisón se crea una coreografía que juega con el camisón y las sábanas entrelazadas en
un abrazo amoroso. Coreografía sugerente y de buen gusto. |
FOTO:
SOFÍA MENÉNDEZ |
La escenografía ha preferido recurrir al gran fondal que supone el Palacio Real iluminado en la noche.
Es un decorado natural, que en esta ocasión viene al pelo para esta historia
dieciochesca, en el que las insidias de la corte son protagonistas. La obra se
desarrolla en tres ambientes: los alrededores del Pardo, la plazuela de
Lavapiés, la habitación de Paloma. Los tres lugares no se reproducen, sino que
se recurre a unos plafones laterales con puertas y ventana en altillo que
servirán para todas las situaciones. Bancos y mesas, ubicándolos de una forma u
otra, terminan de perfilar el escenario requerido.
Al fondo un muro de
ladrillo visto recorre todo el escenario paralelo a la batería. Está claro que
sirve para ocultar toda la parafernalia – entre cajas -que exige cualquier
montaje. No obstante resulta un tanto de mal gusto y contrasta con el fondo del
palacio, al cual oculta la mitad. Rizando el rizo ¿se quiere dar a
entender el contraste de
la
Nobleza (el palacio) y el pueblo (el muro de ladrillo)?
Una vez que no se echa la carne en el asador en lo que respecta a
la escenografía, sí se es generoso con el vestuario, rico en hechura y
colorido. La estética que se ha buscado son los majos y majas, damas y galanes,
alguaciles y soldados, estudiantes y pueblo, arrancados de los tapices de Goya. Ante los ojos del espectador desfila
ese brillante y alegre mundo Goyesco, cuando el pintor nos daba un Madrid vibrante de regocijo. Y
dentro de esta estética goyesca están los apuntes a movimientos, leves
esteticismos de grupos – sin caer en el cuadro plástico – que apuntan aquí y
allá al pintor. El vestuario, en cuanto al colorido, marca también los dos
niveles sociales. El pueblo viste colores vivos, mientras que la nobleza pardos
y obscuros.
Y vamos a la parte musical. Es espectáculo al aire libre y, la
megafonía se impone. Personalmente yo no la llevo muy bien cuando se trata del
género lírico, ya que se pierden muchos matices tanto de los cantantes como de
la orquesta, pero digamos que es un mal
menor. Olvidando este lamento y algunas pequeñas deficiencias por parte
de los técnicos de sonido, en conjunto suena bien. El día del estreno – día 10
de julio – Milagros Martín interpretó con fuerza y gancho a Paloma. Es cantante de voz nítida y
segura y en ella se une también la calidad interpretativa, así como una notable
vocalización. Enrique Ferrer (Lamparilla)
combina también las dos facetas. Más pálida comenzó Sonia de Munck (
La
Marquesita), que fue creciendo a medida que avanzaba
la obra, llegando a una brillante interpretación en el castizo dúo de Paloma y
La
Marquesita.
Al terminar la obra se han tenido en cuenta los dos finales. El
primero, más anodino, es una pieza musical discreta sustituto de aquel pedir
benevolencia al público por los muchos fallos por parte de los actores, como se
hacía en las obras del teatro el siglo de oro. Después se finaliza con la
repetición del número de las Caleseras que es más brillante. La Ópera Cómica en su afán por recuperar cierta autenticidad originaria no tiene empacho en
acudir al primer final, pero la verdadera consolación es el citado número de
las Caleseras.
En resumen, una buena
velada en la que la música y el brillante colorido son los protagonista.
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