UN HOMBRE LLAMADO
«FLOR DE OTOÑO»
PEDRO OLEA
Título
original: «Un hombre llamado Flor de Otoño».
Nacionalidad: Española.
Producción: José Frade, 1978.
Argumento: Basado en la obra de José Mª Rodríguez
Méndez.
Distribución: J. F. Films.
Guión: P. Olea y Rafael Azcona.
Dirección: Pedro Olea.
Fotografía: Fernando Arribas (Eastmancolor).
Música: Carmelo Bernaola.
lntérpretes: José Sacristán, Carmen Carhonell, Paco
Algora, Roberto Camardiel, Félix Dafauce, Carlos Piñeiro,
Antonio Corencia, Paco España, Mimí Muñoz.
Estreno en Madrid: Capitol, 25-9-78, (3R) 18.
En 1972, José María Rodríguez Méndez, uno de nuestros
autores malditos, junto a Lauro Olmo, Martín Recuerda
y Alfonso Sastre, escribía una obra dramática que el
gusta de llamar «Tragicomedia documental sobre el Barrio
Chino»: Flor de otoño. El texto, que entonces produjo la ira
de nuestros solícitos censores, era una mezcla de indagación
casi etnológica de ese medio marginado barcelonés y una crítica
de la esquizofrenia social a la que están abocados muchos
representantes de la clase alta burguesa. Un texto, pues,
revulsivo, además de contener bastantes alusiones históricas,
relativas a la vida española, y especialmente catalana, de los
años treinta.
Ahora, en 1978, con la colaboración de Azcona en el
guión, Pedro Olea, uno de nuestros artesanos
cinematográficos, ha tomado como punto de arranque la obra de
Rodríguez Méndez, para articular una mediocre reflexión
sobre el segundo aspecto del texto dramático, es decir, la
esquizofrenia social de la alta burguesía, en plan sicologista
más que histórico. Un hombre llamado Flor de Otoño
traslada la acción a los años veinte, durante Primo de Rivera,
vacía el texto original de carga política auténtica y alcanza
sus mejores momentos, Como siempre sucede en Olea, cuando
las relaciones interpersonales hacen su aparición. En conjunto,
una película chata, sin gracia, que, para colmo de males, no
cuenta siquiera con la pretendida gran interpretación de José
Sacristán, premiado incomprensiblemente en San Sebastián. Y,
sin embargo, dada la enorme aceptación popular que la película
está teniendo, es preciso hablar de ella.
Olea sitúa la acción, según decíamos, durante la
Dictadura de Primo de Rivera, quien tan duramente trató el
movimiento anarquista profundamente arraigado en Cataluña. En
este contexto histórico, que después pasa casi desapercibido, un
joven abogado barcelonés, Lluis de Serrecant,
alterna su trabajo sindicalista durante el día con e!
travestismo nocturno en un local del Barrio Chino, por nombre
«Bataclán». Un conflicto amoroso provocará el fracaso del
atentado que prepara contra Primo de Rivera, y acabará condenado
a muerte. Mientras, se han desarrollado unas extrañas relaciones
con su madre (una extraordinaria Carmen Carbonell), quien
llega a conocer, pero procede como si la desconociera, la
naturaleza homosexual de su hijo. El argumento, como se ve, daba
para una película interesante, con esa mezcla un tanto morbosa
de clases sociales, de ambientes eróticos, de personalidades
fracturadas, de relaciones familiares. Olea, por el
contrario, se limita a narrar nos esta historia de una manera
discreta pero en primera instancia, de tal forma que la película
va discurriendo ante nosotros con el sólo interés de lo que
sucederá a este pobre Lluis de Serracant metido en
unas situaciones que le sobrepasan.
Y
es que Olea, repetimos, es un buen artesano pero no es un
artista. Carece de la capacidad de comunicar ulteriores
dimensiones a personajes y situaciones, que es donde radica la
categoría artística de todo creador. Así, sus películas resultan
chatas, elementales, estrictamente narrativas, sin sugestión
alguna. Sirva de ejemplo, en Un hombre llamado Flor de Otoño,
el modo de tratar la ambientación, con esos decorados
barceloneses cuya arbitrariedad es evidente, en especial la
visión de la plaza catedralicia al comienzo y el recinto de la
celda carcelaria al final. Un espectador medianamente avezado a
degustar cine, clamará contra este mecanicismo de que hace gala
Olea, y que reviste la película de inverosimilitud. No
hay creación alguna sino mera representación de unos datos.
La película alcanza sus mejores momentos en los breves
encuentros entre Lluis y su madre, Doña
Nuria. Esta mujer, aparentemente condicionada por su
clase social y su educación burguesa, tendría que rechazar la
situación de su hijo, pero la acepta en un gesto de honda
maternidad. Excelente personaje, por desgracia perjudicado
cuando aparece rodeado de esa pléyade de familiares que quieren,
sin conseguirlo, representar todas las lacras de una burguesía
industrial intransigente y de un catolicismo tradicional
integrista. La simplificación a que somete todos estos
personajes Olea es tal que resulta imposible creérselos.
Son muñecos pero jamás personas de carne y hueso.
Este es, pues, el caso de una película llevada en volandas, que
sacia el apetito morboso de un sector del público, pero que una
lectura un tanto recia de la misma obliga a desvelar sus
debilidades, que son muchas. Para abordar argumentos tan
complejos, donde la historia se mezcla con la sicología, es
preciso el tacto creador de un Buñuel, por ejemplo, quien
acierta a historizar mientras describe, con enorme sencillez,
características elementales de sus personajes. Olea no se
ha mostrado capaz, hasta ahora, de hacer tal cosa. Y es un
enorme riesgo, entonces, abordar empresas tan arriesgadas.  |