EL LOCO
DUDOSA TRADUCCION COREOGRÁFICA
Christian
Lozano como Félix
Foto original C. Álvarez |
Título: El loco.
Idea original, libreto y dirección de escena:
Francisco López.
Coreografía: Javier Latorre.
Música: Manuel de Falla, Mauricio Sotelo, Juan
ManuelCañizares.
Coordinador musical: Mauricio Sotelo.
Escenografía y vestuario: Jesús Ruiz.
Vestuario reproducción: Figurines originales de
Picasso.
Iluminación: Nicolás Fischtel (A.A.I.)
Realización escenografía: Ferrán Decoración. Specchio
Piuma, Iberia Inkyet, Peroni, Pinto’s.
Realización vestuario: Ana Lacota, Joseph Ahumada,
González y Maty.
Calzado: Gallardo.
Compañía: Ballet Nacional de España.
Intérpretes: Christian Lozano/Mariano Bernal (Félix
“El loco”), Tamara López (Tamara Karsavian/La molinera),
Esmeralda Gutiérrez (La dama blanca), Óscar Jiménez/Sergio
García (Massine/El Molinero/Espectro), Alberto Ferrero (Diaghilev/Espectro),
Primitivo Danza (El bailaor antiguo/Espectro) (Bailarín
principal invitado).
Cantaores y músicos: Isabel Soto, Manuel palacín,
Jesús Soto “El Almendro”, Enrique Bermúdez, Jónathan Bermúdez,
David Cerraduela “Caracolillo”, Sergio Martínez.
Bailaores: Esther Jurado, Cristina Gómez, Jesús
Córdoba, Sara Alcón, Jessica de Diego.
Orquesta: Orquesta titular del Teatro Real (Orquesta
Sinfónica de Madrid)
Saxo invitado por el BNE: Marcus Weiss
Estreno en Madrid (Estreno absoluto): Teatro Real, 6 –
IX - 04
El
loco abre temporada en el Teatro Real. Un proyecto que con
el siguiente estreno de la ópera La Dolores (Tomás
Bretón), son las dos aportaciones españolas a la temporada 2004
– 2005.
El loco, también es una esperanza renovadora en la sede
del Ballet Nacional de España. Un proyecto nacido con la
antigua dirección, Elisa Andrés, y que ha respetado su
actual director José Antonio. No solamente lo ha
respetado, sino que ha tenido palabras de aliento para esta
ambiciosa producción.
Ambiciosa lo es a muchos niveles: puesta en escena, cánones
estéticos de nuevo cuño, música atípica en la tradición del
Ballet Nacional y análisis del vocabulario flamenco para una
historia de un bailaor flamenco: Félix Fernández García,
apodado “El loco”
El libreto
Francisco López – actual director del Teatro Villamarta
de Jerez de la Frontera – tiene en su haber, desde finales de
los años setenta, una larga trayectoria artística teatral: autor
de teatro, dirección (textos en prosa, líricos y ballets
flamencos), dramaturgias y libretos. En esta ocasión su
colaboración es triple: idea, libreto y dirección de escena.
El libreto que nos ofrece nace a partir de un oscuro y
entreverado personaje con muchas lagunas biográficas, hasta el
punto de ser conocido más por una literatura legendaria que
histórica. La idea central vendría a ser la pasión por el baile
– en concreto la farruca - que es lo que determina su destino.
Tal destino le lleva a su incorporación como maestro de baile –
en su mente él pensaba ser el intérprete protagonista – de
Los Ballets Rusos de Diaghilev para la coreografía de El
Sombrero de Tres Picos de Manuel de Falla, en Londres. La
desilusión por verse reducido a un mero “maestro de baile”, el
desbordamiento del complejo y competitivo mundo de los
bailarines y gente de alrededor de Diaghilev y una
predisposición congénita hacia la locura – su madre padeció tal
mal - le llevan al psiquiátrico de Epson (Gran Bretaña), donde
morirá aquejado de una esquizofrenia catatónica.
La leyenda lo encumbra en ese arte de la “farruca”, pero parece
haber un fundamento histórico si damos crédito a las palabras de
Tamara Karsavina – intérprete de la Molinera en la obra de Falla
– que queda fascinada por el baile de Félix, o bien, lo que
parece cierto: la farruca que Falla compone para el Molinero (la
interpretará Leonid Massine), nace al ver bailar a Félix.
Dejando aparte la historicidad de estos hechos, lo que el
libreto nos da es un recorrido pseudobiográfico, visto a través
de la mente enfermiza del propio protagonista. El psiquiátrico
de Epson abre y cierra la leyenda. Lo que sucede en medio es, en
palabras de Francisco López, la visión fragmentada,
personalísima y obsesiva de una mente que se siente atacada
desde el exterior.
Contado así el guión puede ser coherente, aunque no original.
Desde que tuve noticia de él, me vino a la memoria el
tratamiento que John Neumeier (The Hamburg Ballet) dio a
su Nijinsky (estrenado el 2 de julio de 2000 en el teatro
de la Ópera Estatal de Hamburgo y que pudimos ver en España en
el Teatro Real en septiembre de 2003). Ignoro si Francisco López
inspiró su estructura en el mencionado guión de Neumeier, una
vez que la situación era muy similar: dos bailarines – genios en
su interpretación (aunque con bases más históricas en el caso de
Nijinski) – que sufren un delirio similar desencadenado por una
frustación: Nijinski es rechazado por Diaghilev - debido al
matrimonio de Nijinski - y sustituido por L. Massine; Félix
constata que ha sido contratado como simple maestro de baile.
También allí veíamos la historia a través de la dislocada mente
de su protagonista.
Hay una diferencia a nivel de traslación del guión a la escena.
En el caso de Neumeier esa visión subjetiva se mantiene en todo
momento, aquí no parece que sea así. El Loco, al
plantarse sobre la escena, se comporta como un “Flash back” al
uso, a excepción de la secuencia de El Sombrero de Tres Picos.
Salvo ésta, su recuerdo es la de un “loco” muy cuerdo.
Dicho esto el guión está bien construido en su itinerario al
centrarse en los momentos claves del personaje, bajo la idea de
su pasión por la danza: la farruca, que viene a ser el “leiv –
motiv” narrativo, de danza y musica.
Una coreografía que no entiende el
guión
El título de este apartado, se me ocurre debido a una cierta
desproporción que existe entre las partes y que parece nacer de
una no sincronización de dramaturgia, baile y música. Da la
sensación de que no se ha llegado a un trabajo integrado de los
tres elementos que conforman el ballet.
Se comienza con el manicomio de Epson que obliga a una difícil
coreografía: la interpretación de la farruca por unos seres que
no son bailarines sino que intentan imitar los pases de Félix,
obsesivo en reproducir (¿recordar?) los pasos de su baile. Hay
un trabajo de desfragmentación del paso “farruquero” creíble en
los locos, pero incomprensible en el personaje. Lo podría decir
un experto en esquizofrenia, pero no parece que la esquizofrenia
lleve a restar facultades motoras a alguien que ha integrado
como vida propia y única el baile. La Dama Blanca (la locura),
se mantiene en el fondo, pero su intervención coreográficamente
resulta pobre, casi inútil.
A partir de entonces comienza el mencionado “flash back” y aquí
nos olvidamos de la mente enfermiza del protagonista. Vamos
hacia los orígenes, de un modo ordenado: ambiente de baile,
clase personal y el café cantante, donde va a darse el encuentro
con Diaghilev.
Contratado en Londres para El sombrero de Tres Picos,
todavía en la primera parte – el ensayo – la coreografía sigue
olvidándose de que es la mente desquiciada de Félix la que
recuerda. Es en la segunda, el momento de la representación,
donde todo lo vemos a través de su propia mente y así hasta el
final.
¿Qué quiero decir con todo esto? Que la coreografía no consigue
traducir la idea original del guión que es, en palabras de su
autor, el recuerdo a través de una mente esquizofrénica. Algo
que si conseguirá en la mencionada reproducción de la obra de
Falla, al apartarse totalmente del esquema tradicional del
conocido ballet. Hay pues como dos tratamientos que no congenian
entre sí y desvirtúan la pretensión de la idea original.
Para terminar volvemos al manicomio en el que la Dama Blanca
cobra mayor protagonismo en un paso a dos. La locura y Félix
componen al final un icono de La pietá.
Tamara López
como Tamara Karsavina.
Foto original: C. Álvarez
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Desproporción entre las partes
Hay por lo tanto una falta de unidad de criterio, pero también
una cierta desproporción entre las partes a nivel narrativo y
coreográfico. Dentro de cada secuencia – El viaje a los
Orígenes y El Café Cantante – no cabe ponerles peros.
Concebidas aisladamente, como ballets independientes, poseen una
factura impecable y una capacidad imaginativa notable. De gran
efecto la salida de ellos y ellas en ese Aire de Burlerías.
No solamente se consigue una transición fluida, sino que el
propio baile se olvida de lo trillado para crear atractivas
composiciones coreográficas de conjunto. La lección de baile, el
incipiente paso a dos de maestro y discípulo es eficiente y
Primitivo Danza nos deleita con su baile.
No digamos de El café Cantante. Es una reconstrucción
atractiva en cante, música, baile y ambientación. Los bailaores
– Esther Jurado, Cristina Gómez, Jesús Córdoba, Sara Alcón, y
Jessica de Diego – así como los cantaores y músicos componen
un cuadro flamenco de categoría y estéticamente de gran belleza.
Disfrutamos de ello, pero nos hemos olvidado de la historia
central y cuando el tiempo pasa nos preguntamos qué ha pasado
con nuestro protagonista. Por fin aparece con su farruca,
bailada con fuerza y brío por Christian Lozano (día 11),
y volvemos a enganchar con la historia central.
En toda esta primera parte no hay, pues, proporción. Las dos
escenas – admitiendo que no se siga la mente esquizofrénica de
Félix – resultan demasiado largas dentro de la línea narrativa
central. Y aunque coreográficamente y musicalmente resulten
atractivas, no se puede menos de caer en un parón de ritmo
narrativo. Da la sensación de rellenar música o tiempo, aunque
éste se haga bien. Casi está a la altura de los antiguos ballets
clásicos en la ceremonia de las bodas que se inundaba de pasos a
dos de los invitados. Hoy, que el ballet argumental es mucho más
riguroso con la narración, estos rellenos, aunque sean bellos
coreográficamente, se convierten en tiempos muertos.
El Sombrero de Tres Picos
La segunda parte – ensayo en Londres y representación de El
Sombrero – posee, a nivel coreográfico, más coherencia con
la esquizofrenia del protagonista. También es cierto que a
partir del estreno de El sombrero la mente de Félix se
desquicia.
Tras un inicio cómico y caricaturesco de aprendizaje de la
farruca por parte de Massine y cuya duración está bien medida
pasamos al nudo central trágico de Félix: el abandono por parte
del grupo, su asilamiento y su huída por las calles londinenses
perseguido por los fantasmas de El sombrero.
El coreógrafo Javier Latorre, emprende aquí el camino más
arriesgado coreográficamente por varias razones. Una de ellas es
con la música de Falla – en concreto La jota final – al
ofrecer una versión nueva: la visión de Félix de ese momento a
través de su locura en donde todo aparece distorsionado. Ya de
suyo es difícil empresa, pero hay algo más: enfrentarse con los
puritanos de la coreografía tradicional y con una música nacida
para una coreografía muy concreta que se ha convertido en icono
a nivel de puesta en escena y de vestuario, los de Picasso.
Viene a ser algo así como quien reelabora una pintura de un
renombrado pintor.
Personalmente creo que sale bastante bien parado en lo que se
refiere a la coreografía de conjunto. Mantiene ciertos elementos
tradicionales en los bailes que pronto se distorsionan o se
ridiculizan. Hay un acierto también en recurrir a una
coreografía coral a medias entre el orden de filas y desorden de
entradas y salidas, reduciendo al mínimo las intervenciones
individuales. El trabajo de los bailarines es ejemplar. Lo que
sí parece olvidar es el entronque de Felix en toda esa baraunda.
Al menos yo no lo percibí. La idea del guión es que la
frustación de Félix proviene de no poder ser el intérprete. Esta
característica parece olvidarse. No aparece, prácticamente,
ninguna fantasía de protagonizar él mismo la obra. Más bien se
percibe que el es un espectador más de un desastre de
representación. Con todo, es una de las secuencias que más se
acercan a la idea del guión desde el punto de vista coreográfico
y la música de Falla toma connotaciones nuevas.
Toda la parte final resulta desigual. Hay aciertos en las
interpretaciones individuales pero se tiene la sensación de
reiteración y de no avanzar emocionalmente ni coreográficamente.
Parece como si hubiera que rellenar una música compuesta
previamente. Lo mismo sucede con el paso a dos del final: Félix
y La dama blanca. Resulta anodino.
El loco es un ballet con muchos aciertos coreográficos en
cada una de las partes, tomadas aisladamente, pero que no
guardan proporción entre ellas e incluso no se les ve la
justificación – vista la importancia de tiempo que se le da –
dentro de la narración central. Una vez que, como ya he dicho,
la primera parte, a nivel coreógrafico, es un recuerdo ordenado
y preciso, tal vez no convendría empezar con el prólogo del
Manicomio. Más bien habría que seguir el orden biográfico:
Escuela, Café Cantante, Estreno en Londres, Calles y Manicomio.
Este orden de secuencias le viene impuesto al espectador al
contemplar el tratamiento coreográfico que se le ha dado y no
tanto por el utópico guión que escribió Francisco López y nos
relata en el programa de mano. Claro, que yo no soy quien para
enmendar la plana a nadie.
LA MÚSICA: TRES FUENTES
Música original de dos compositores y Manuel de Falla. De la de
Manuel de Falla, poco hay que decir. Comprendo que a algunos les
moleste el uso atípico (algún espectador lo ha comentado). A mí
no. Funciona bien.
Las dos músicas originales – Mauricio Sotelo en la
composición general y Juan Manuel Cañizares en el
guitarreo de El Café Cantante – operan como dos
composiciones totalmente independientes, hasta el punto de que
el foso de la orquesta se apaga durante El Café Cantante
porque las protagonistas musicales son las guitarras que se
posicionan sobre el escenario, reproduciendo el ambiente. Tal
dicotomía no tiene más reproche que el ya mencionado: las
secuencias aparecen como ballets independientes. Musicalmente no
parece haber una unión. Otra cosa es que su interpretación
resulta buena y creíble en su atmósfera.
La composición musical de conjunto, la de Mauricio Sotelo,
consigue, desde el comienzo evocar el interior confuso y
evanescente del protagonista. Son acertadas las distorsionadas
ráfagas inspiradas en la obra de Falla. Crea un clima adecuado
en cada momento. Lo que sucede es que, sobre todo en la última
parte, la partitura viene a crear tedio y cansancio, una vez que
no se ha encontrado la traducción dramatúrgica y coreográfica. O
faltan ideas en la coreografía, o sobra música para una
situación que, dramáticamente, se alarga en exceso.
Foto original. C. Álvarez |
LOS BAILARINES Y BAILAORES
Otro cantar es la interpretación de solistas y conjunto.
Despliegan una gran profesionalidad en las dos facetas de
bailarines y bailaores, una vez que se les obliga a una variedad
de tratamientos balletísticos diversos: clásico discreto,
flamenco y coqueteo con ráfagas de danza contemporánea. Las
entradas y salidas son fluidas y llenas de ritmo, así como las
composiciones de conjunto. Los solistas de El café Cantante,
reconstruyen bailes y formas del flamenco de otra época con
precisión y garbo.
LA ESCENOGRAFIA Y VESTUARIO: GRAN
ACIERTO
Anteriormente he aludido a un tratamiento estético muy depurado
al mencionar alguna secuencia. Tal afirmación se puede hacer
extensible a toda la obra. Tanto la escenografía como el
vestuario son modélicos, así como la iluminación. Hay un
cuidadoso estudio del vestuario diversificando los distintos
momentos de la historia: ocres progresivos en las burlerias y
colorista en El café. Acertado también el telón de fondo, que
termina por ser una pintura abstracta.
De alabar también la ágil transición escenográfica entre unas
escenas y otras.
LA DIRECCIÓN
A pesar de las reticencias expresadas acerca del ritmo interno
de la historia, hay que reconocer que la dirección en conjunto
es buena y que están logradas las transiciones: entradas y
salidas de unos y otros, aspecto interpretativo de los propios
bailarines y composiciones de los conjuntos.
El Loco es un ballet que necesitaría una revisión a nivel
de proporción de las escenas en su duración, aunque esto en una
obra terminada no es fácil de corregir. Lo que vemos sobre el
escenario poco tiene que ver con la idea del guión que se nos
expone en el programa de mano: la visión del recuerdo a través
de una mirada esquizoide. La tal mirada sólo comienza en la
segunda parte. Pero aunque no conociéramos la intención del
guionista, El Loco es un ballet desproporcionado en su
conjunto y habría que revisar el “tempo” narrativo y
coreográfico. El problema está en renunciar a unas coreografías
que, independientemente del conjunto, tienen sabor y belleza.
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