RESEÑA (MAYO 1976)
(Nº 95, PP.19 – 20)

AL CALOR DE “LA COCINA”

CUATRO ESTACIONES

ARNOLD WESKER

(Apenas si habíamos estrenado democracia por fallecimiento del antiguo
régimen, no tanto porque comenzáramos a entendernos.
El crítico Miguel Medina alude a la atonía de la escena española.
El mundo del teatro ansiaba abrir nuevos caminos a todos los niveles.
Arnold Wesker nos traía entonces ese aire puro o al menos novedoso).


Título de la obra: Cuatro Estaciones.
Autor: Arnold Wesker.
Dirección: José Díaz.
Intérpretes: Carmen de la Maza, Juan Sala.
Estreno en Madrid: Teatro Alfil, abril 1976.

JUAN SALA y CARMEN DE LA MAZA

Tras un estreno nada afortunado, el teatro Alfil se enfrenta ahora con una nueva y quizá «peligrosa» aventura teatral. El local de la calle del Pez se ha convertido en un centro de intentos, de riesgos, de posibilidades. Su programación cada día nos recuerda más a la mantenida por Paul Garsabell en su «Capsa». Compendiar el hasta ahora inevitable comercio con el verdadero interés dramático no puede arrancarnos más que aplausos. Lo cierto es que cada estreno que se produce en este determinado tipo de salas es una interrogante. Claro que, después de todo, la interrogación se ha convertido en el signo ortográfico más empleado en la interpretación de nuestro actual hecho escénico.

La realidad que ahora nos ocupa es que Arnold Wesker ha vuelto a los escenarios madrileños. Tras el éxito de La Cocina, el público «medio» pareció quedar plenamente convencido de que el dramaturgo inglés tenía mucho que decirles —y eso que la muestra, aunque muy representativa, fue cuantitativamente corta—. Pero, de nuevo la interrogante, tal vez el fenómeno de La Cocina no pueda repetirse.

El autor inglés plantea en este caso la presencia de dos únicos actores en escena. Dos actores enfrentados a un texto más que problemático de principio a fin, empapado de insinuaciones, de cadencias —incluso de sonidos con fundadas pretensiones impresionistas—, de símbolos, de una belleza de lenguaje extremadamente sencilla. Los silencios — los elocuentes silencios de Wesker — son como una continuación musical de la palabra; también en ellos se respira el dramatismo, la melancolía, la decadencia de dos seres en plena lucha existencial.

Cuatro estaciones —en curioso paralelismo con la Obra de Vivaldi, recordada en el comentado montaje por algunas notas musicales— es una pieza «clásica» sobre un eterno conflicto: un hombre y una mujer entregados a ese peligroso y oscuro juego del amor. Dos seres buscándose mutuamente, egoístamente, arañando cada posibilidad de felicidad como arañan los enfermos crónicos el calor del sol que puede devolverles la salud perdida. Y en el fondo, estos dos personajes no son más que dos enfermos cotidianos. Enfermos comunes, seres sometidos a la tensión que proporciona la frustración diaria. Los dos buscan un refugio donde poder esconder un pasado que les aprisiona. Ella, fracasada como esposa y amante. El, herido por un matrimonio destrozado. Buscar en la soledad la terapéutica adecuada para sus males. Uno y otro solicitan del oponente la ayuda necesaria para tapiar unas vivencias. ¡El olvido! Ese olvido que en cierta manera todo el mundo parece apetecer en mayor o menor medida. Pero, plantea Wesker, ¿puede el hombre cambiar su vida?... ¿Es posible hacer tabla rasa de un pasado que se repetirá inevitablemente?... Mientras seamos nosotros mismos, no hay error pasado que podamos remediar mañana. De nada vale escapar de una situación, porque ella irá siempre pegada a nuestra naturaleza. No hay olvido para el hombre, en definitiva.

El juez psicológico se establece inmediatamente. Los diferentes estados anímicos que dominan a los personajes los enriquece frente al espectador, los hace variables, nerviosos, violentos, humildes, naturales. Toda una radiografía del esqueleto mental de nuestra época. Todo un estudio sobre la impotencia para terminar con ciertas determinantes vitales.

Cuatro estaciones, cuatro momentos diferentes en el transcurrir de un encontrado contacto humano. Wesker, que en toda su Obra emplea sistemáticamente la vivencia personal como arranque de sus planteamientos dramáticos, conoce a fondo el problema. Es una estampa sutil, matizada, cadente, con un realismo perfectamente ajustado.

La pieza está llevada con extremada delicadeza, con mimo incluso. Se nota un cuidado en todos sus detalles, un estudio apasionado en el montaje a cargo de José Díaz. El joven director ha manipulado los más recónditos rincones del texto, midiendo cada tono, cada sonido, cada gesto. El resultado de todo ello es un espectáculo que no se «cae» bajo el peso de su propio naturalismo — ya un poco decadente —. Pese a todo, el riesgo existe. No podemos olvidar las dos tendencias más acusadas que hoy gobiernan nuestra agonizante vida escénica: Por un lado, la diversión fácil, grosera, salpicada ya con una muy considerable dosis de erotismo. Por otro, el fresco «cachondeo» crítico-nacional, el «desmadre» mejor intencionado. La juventud burlándose de todo. El valiente rompimiento de las formas, de los convencionalismos, del viejo sentido teatral. La pieza de Wesker no se encuentra, desde luego, ni en un lado ni en otro. Incluso se podría decir que Cuatro Estaciones es un aparte en la línea creativa del autor, una especie de reposo en su carrera rabiosa por los senderos del compromiso social y político, un dulce, un aperitivo. Así ha sido entendido y los resultados del montaje aparecen altamente satisfactorios.

Naturalmente que se necesitaba para este estreno dos nombres de cierto «gancho» comercial cara al espectador. Carmen de la Maza y Juan Sala fueron los destinados. Uno y otro afrontan su trabajo con todo tipo de entregas, sin escamotear el indudable esfuerzo que de ellos solicita la pieza. El intento de mantener a los espectadores prendados de la acción de dos personajes presupone ya una valentía muy digna de tenerse en cuenta.

Queda ahora la pregunta siempre abierta de si los incondicionales del Alfil y de su programación verán con buenos ojos la elección. Nosotros, por nuestra parte, pensamos que volver sobre Wesker con dignidad en el trabajo merece una atención por parte de todos aquellos que aspiran a presenciar un espectáculo teatral más rico y completo.

 

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MIGUEL MEDINA VICARIO
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