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LE MENTEUR
(EL MENTIROSO)
de
PIERRE CORNEILLE
por
LA COMÉDIE - FRANCAISE
LA FUERZA DEL TEATRO ESTÁ
EN LA
PALABRA DEL BUEN ACTOR |
FOTOS: LAURENCINE LOT |
Título: Le menteur (El
mentiroso)
Autor: Pierre Corneille
Escenografía y vestuario: Alain Chambon
Iluminación: Joel Hourbeigt
Música original: Etienne Perruchon
Pelucas y maquillaje: Cécile Kretschmar
Asistente de dirección: Alison Hornus
Intérpretes: Isabelle Gardien (Sabine), Bruno
Raffaelli (Cliton), Denis Podalydès (Dorante), Laurent d’Olce
(Philiste), Michel Bulliremos (Géronte), Elsa Lepivre (Clarece),
Margot Faure (Lúcrese), Adelina Giroudon (Isabelle), Sébastien
Raymond (Lycas)
Dirección: Jean-Louis Benoit
Estreno en la Comunidad de Madrid
País: Francia
Idioma: Francés (sobretítulos en español)
Durción aproximada: 2 horas y 30 minutos
Estreno en Madrid: Teatro de la Zarzuela,
21 de octubre de 2005
La
Comèdie Francaise se ha presentado en el Festival de Otoño
con Le menteur (El mentiroso) (1643) de Pierre
Corneille (1606 – 1684). Dorante, su
protagonista y el mentiroso en cuestión, responde a ese
personaje – literario y real – de verborrea diarreica pero con
una gran poder de imaginación y que la mentira forma parte de su
propia esencia. Este recurso no aparece tanto como un intento
malvado de engañar al otro, sino como una necesidad de aparecer
como lo que no se es y de paso buscarse un puesto en la
sociedad. Su identificación es tal con la mentira que puede
llegar un momento en que él mismo no distingue dónde se
encuentra su verdad y dónde su falacia. El ingenio y la simpatía
de las que están dotados estos seres, los convierte en personas
agradables y seductoras.
El
tema y el personaje abundan en la literatura y en España ya hay
un antecedente en La verdad sospechosa (1630) de Juan
Ruiz de Alarcón y Mendoza - 1581 (México) - 1639 (Madrid).
Si se comparan las fechas, la obra de Ruiz de Alarcón
(1630) es anterior a la de Corneille (1643). En las dos
obras no solamente existe la coincidencia en el personaje sino
en la trama. Sin ser mera copia, es muy similar, porque
Corneille lo que hace es una adaptación. Esta costumbre de
adaptar textos o de tomar personajes de otras obras era más que
frecuente en los clásicos. Con el tema del mentiroso,
Corneille y el original de Ruiz de Alarcón no se
limitan exclusivamente a construir una comedia para pasar un
divertido esparcimiento, que lo es, sino que, este fantasioso
personaje, permite el análisis de toda una sociedad cuyos
intereses, a veces mezquinos, salen a flote al relacionarse con
el mentiroso en cuestión. Al final no sabemos exactamente quién
es más vituperable.
Una figura en contraste es la del padre, importante en al
relación y en el sentido de la verdad. Él es el que obliga al
mentiroso a seguir hilvanando mentiras al intentar convertir en
realidad lo que es ficción. Por un lado representa la monótona y
aburrida verdad con sus prejuicios que hay que respetar y por
otro matiza el concepto de la mentira. También él busca el
“aparecer”, sólo que esa “apariencia” es bendecida porque se
ajusta al sistema establecido por la sociedad.
Por todo esto, la comedia desemboca en una reflexión acerca de
la imaginación creadora que siempre se siente constreñida por
una extraña verdad.
Cuando se levanta el telón y asciende desde el foso el nuevo
licenciado en derecho, Dorante – nuestro mentiroso
– y a los pocos segundos vemos el clasicismo del espacio, uno
teme lo peor. Da la impresión de habernos trasladado a un tipo
de montaje de lo más tradicional que no casa con estos tiempos
ávidos de originalidad, por la actualización de las historias,
por el travestismo de vestuarios y por la sorpresa del mecanismo
escenográfico. Sin embargo, a medida que avanza la trama y los
actores se expresan, entran y salen, componen los personajes y
trazan las líneas de relación entre unos y otros, el temor
desaparece e invade una esponjosa sensación de encontrarnos ante
el teatro en su esencia más pura: la palabra y el actor. Esto
viene a demostrar que en teatro, como en cualquier obra de arte,
no hay fórmulas fijas o trasnochadas. Todo depende del cómo se
haga.
En este montaje una primera virtud es la forma de decir el texto
los actores y la composición externa e interna del personaje. Se
hacen totalmente creíbles y su comicidad recae en la misma
inocencia con que se expresan, sin recargar las tintas o
esperpentizar el personaje. Llama satisfactoriamente la
atención, al principio, la primera mentira de Dorante.
Su intérprete, Denis Podalydès, muestra una gran
habilidad en el modo de emitir su monólogo en el que hilvana
mentira tras mentira como si en ese mismo momento le vinieran a
la mente y no fuera un texto aprendido. Esta tónica también
invade al resto de los actores, y ello nos lleva a un goce de la
verosimilitud de las situaciones y a quedarnos con los
personajes y olvidar al actor que hay debajo.
Jean-Louis
Benoit, el director, logra una composición espacial y
movimiento de los actores que oscila entre la creación de
cuadros que evocan la pintura francesa de la época – la
escenografía y vestuario de Alain Chambon son clave para
tales evocaciones – sin caer en el trasnochado tópico de
estáticas composiciones. Son fugaces y en movimiento, pero
consiguen que entremos en ese familiar mundo pictórico de
cuadros francés.
El vestuario, inspirado en las pinturas francesas, entona y se
marida con el propio decorado. Tal maridaje llega a identificar
ciertos personajes con su habitat. Así sucede con las damas,
cuyos trajes floreados, una en ocre y la otra en azul claro, son
prolongación del color y dibujo que visten las paredes de su
casa.
Una delicada, bella y sugerente escenografía, inspirada en la
pintura de la época, logra un doble juego: por un lado la
escenografía se alimenta de las creaciones de los pintores que
han logrado eternizar los momentos de la vida francesa mediante
una imagen estática de gran poder evocador, y por otro, el
desarrollo de la trama y de las idas y venidas de los personajes
dan la palabra, la acción y el movimiento a las mencionadas
imágenes estáticas. Sugerente también como elemento plástico de
transición y paso del tiempo, el ingenioso uso de las negras
vaporosas cortinas-telón, que al cerrarse y abrirse poseen un
movimiento de desplazamiento hacia atrás y hacia delante.
Igualmente de gran sugerencia el constante perfil de París, al
fondo en la línea más baja del horizonte sobre el ciclorama.
Este Le menteur de La Comèdie Francaise, demuestra
una vez más que la fuerza del teatro – amén de un buen texto que
cuente algo interesante - sigue apoyándose sobre la palabra del
actor y sobre su capacidad interpretativa. También demuestra que
el teatro es una labor de grupo y de trabajo del día a día.
Cuando todo eso se da, vale la pena acudir al teatro.
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