TIRANO BANDERAS
VALLE-INCLÁN, ALLÁ A LO LEJOS



Título: Tirano Banderas.
Autor: Ramón María del Valle-Inclán.
Dramaturgia: Tomás Gayo y Nieves Gámez.
Escenografía: Ricardo S. Cuesta.
Vestuario: Javier Artiñano.
Iluminación: Fernando Ayuste.
Compañía: Tomás Gayo Producciones.
Intérpretes: Héctor Colomé, Mariano Venancio, Vladimir Cruz, Julio Escalada, Jorge Lucas, Mario Martín, Juanjo Pérez Yuste, Tomás Gayo, Mundo Prieto y Nuria Gallardo.
Dirección: Nieves Gámez.
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz, 19 – V - 2005.


Valle-Inclán describe a Santos Banderas, el Generalito, el Presidente dictatorial de Santa Fe de Tierra Firme, como un tipo cruel, vesánico y taciturno, con aspecto de calavera con antiparras negras y corbatín de clérigo al que le salía una salivilla de verde veneno por las comisuras de los labios, consecuencia de su costumbre de rumiar coca. A veces se refiere a él como el negro garabato de un lechuzo, corneja sagrada o pájaro nocherniego. Al caminar, lo hace con paso de rata fisgona. Y cuando habla, con voz de caña hueca, si no es que se le desbarata en una cucaña de gallos. Zamora Vicente, experto en la obra de Valle, ha dicho que el creador de este personaje afiló los recursos de expresividad para ir deshumanizándole al extremo. Considera que la hipocresía, la doblez, la pedantería de dómine, la


HECTOR COLOMÉ
TOMÁS GAYO
crueldad indiferente y la frialdad calculadora conducida al paroxismo son sus cualidades y, en lo que se refiere a su figura, lo compara con un pajarraco de mal agüero dispuesto a lanzarse sobre sus víctimas. La escritura de Tirano Banderas coincidió en el tiempo con la creación del esperpento, de modo que éste tiene cómodo asiento en ella. Sin embargo, apenas se percibe en la versión teatral que firman Tomás Gayo y Nieves Gámez, sobre todo en la figura de su protagonista. Se nos muestra, en efecto, a un tirano, pero no a Tirano Banderas. El que vemos es un dictador de punta en blanco. Hay quién asocia a este personaje con el general Primo de Rivera y hasta quién afirma que Valle se inspiró en él. Es sabida la inquina que el escritor le tenía al militar golpista, al que dedicó comentarios de grueso calibre, pero desde luego no fue su modelo. El propio autor dijo que su tirano tenía rasgos de Porfirio Díaz, que rigió con mano de hierro los destinos de México, del doctor Francia, de Rosas, de Melgarejo y de López, todos ellos pertenecientes a la nutrida cofradía de caudillos latinoamericanos. Un detalle curioso certifica el abismo que separa al Tirano de Valle del que aquí vemos. Aquél, cercado por los sublevados contra su poder, sale a una ventana blandiendo el puñal con el que ha cosido a puñaladas a su propia hija, y cae acribillado. En la versión dramática que se nos ofrece, el dictador se suicida mediante la ingesta de unas pastillas.

Hecha esta salvedad, que estimo importante, la versión que se nos ofrece es fiel al argumento de la novela y a los diálogos que escribió Valle. Claro está que, como suele suceder cuando se viaja de la novela al teatro, en el camino se van perdiendo personajes y menguando las acciones más de lo que el adaptador desearía. Si tenemos en cuenta todo esto, el juicio sobre el espectáculo debería ser severo. Otra cosa es que lo juzguemos como una propuesta original, en la que Valle queda como una referencia

NURIA GALLARDO
lejana. Si lo hacemos así, el espectáculo tiene interés. Nieves Gámez hace un correcto trabajo de dirección, logrando conjugar, hasta donde es posible, el histrionismo del que hacen gala unos personajes con la sobriedad de otros. No es fácil navegar entre ambos extremos. Que lo haya conseguido sin naufragar no es mérito pequeño. El mayor reparo que cabe formular a su trabajo es el propósito de presentar el histrionismo como si se tratara del esperpento. Lo único que hay en común entre ellos es que, en sus respectivas definiciones, figura la palabra grotesco. Fuera de eso, aquél busca la risa del espectador, sin más, mientras éste propone una nueva estética en la que la realidad aparece distorsionada. Histriónicas son las actuaciones de Mariano Venancio en el papel de Ministro de España y de Tomás Gayo en el de Nacho Veguillas. Entre las interpretaciones presididas por la sobriedad, la de Hector Colomé está a la altura de lo que de él se espera, aunque su Tirano Banderas no responda al modelo propuesto por Valle-Inclán. Es digno de mención el buen trabajo de Nuria Gallardo, que asume tres papeles –los de Manolita, Lupita la Romántica y la Chinita- que nada tienen en común. Los elogios alcanzan a la escenografía de Ricardo S. Cuerda y al vestuario diseñado por Javier Artiñano. Aquél ha resuelto con sencillez y eficacia la recreación de los lugares en los que transcurre la acción. Sobre un fondo común a todos ellos, las luces van acotando los diversos espacios, que son definidos por un atrezzo mínimo que facilita el discurrir fluido de las numerosas escenas.

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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