TERRORISMO
LOS NUEVOS DRAMATURGOS RUSOS

FOTOS: ROS RIBAS
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Título: Terrorismo.
Autores: Vladimir y Oleg Presnyakov.
Traducción: Antonio Fernández Lera (a partir de la
versión inglesa de Sasha Dugsdale).
Escenografía: Ana Garay.
Vestuario: Cecilia Hernández Molano.
Iluminación: Pedro Yagüe.
Espacio sonoro: Javier Almela.
Ayudante de Dirección: Rafael Díez- Labín.
Producción: Teatro de La Abadía.
Intérpretes: Rafael Rojas, Chema Ruiz, Ernesto Arias,
Israel Elejalde, Lidia Otón, Inma Nieto, Luis Moreno, Elisabet
Gelabert.
Dirección: Carlos Aladro.
Duración: 1h y 50min.
Estreno en Madrid: Teatro de la Abadía.
(Sala Juan de la Cruz), 7 – IV - 2005.
Terrorismo habla de violencia en la vida cotidiana. Una
violencia que aparece mostrada sin implicaciones políticas
concretas, lo que puede sorprender a quienes, abrumados por la
continua propaganda oficial, vinculen siempre, y de manera
exclusiva, la violencia y el miedo que genera con la actuación
armada de determinados colectivos. El texto de los hermanos
Presnyakov presenta seis situaciones distintas en las que se
produce algún género de intimidación y de pánico subsiguiente,
tanto en el territorio de lo que pudiéramos considerar la vida
privada como en el de la vida pública. Las situaciones,
dramáticamente independientes, se enlazan mediante la relación
de los personajes que interviene en ella, en una construcción
que recuerda lejanamente el modelo de La ronda, de
Schnitzler.
El
lenguaje dramático de Terrorismo está casi siempre, o al
menos en las escenas más logradas, despojado de tonos
apocalípticos, de planteamientos maniqueos o de disquisiciones
morales, y está exento también de elaboraciones discursivas o
retóricas. Predomina por el contrario, la situación dramática,
escueta, casi desnuda, contundente y provocativa, netamente
teatral en sus mejores momentos. Y está presente también el
humor, un humor negro, corrosivo en ocasiones, incómodo y
eficaz.
No es fácil juzgar desde un contexto político tan diferente el
sentido último y la intencionalidad de un texto que, sin duda,
tendrá resonancias que se le escapan a quien esto escribe. Pero
el
espectáculo exhibido a partir de la propuesta de los
Presnyakov me pareció desigual. Algunas de las escenas, la
primera de ellas, por ejemplo, pero también algunos fragmentos
de las escenas quinta y sexta, me resultaban obvias o inocentes,
carentes de agudeza. Otras, sin embargo, me parecieron menos
pretenciosas, más incisivas y sugerentes. En ellas, y la
asociación probablemente es caprichosa, me venían a la memoria
algunos trabajos interesantes, aunque no siempre justamente
valorados, de dramaturgos españoles, por ejemplo, Sergi
Belbel, Jordi Galcerán, Ernesto Caballero,
Antonio Álamo o Paco Zarzoso, entre otros, quienes en
algunas ocasiones han recurrido a ese lenguaje lacónico y
cortante, limpio, que renuncia deliberadamente a cualquier signo
de emoción y que contempla la situación con la frialdad del
investigador que quiere poner de relieve precisamente la
brutalidad y el sinsentido del determinadas situaciones sin
recurrir para ello al lamento, a la condena explícita o,
incluso, a la calificación del hecho. No hay lugar para el
sentimiento, porque la mirada distanciadora o extrañada resulta
teatralmente más eficiente.
La escenificación de Terrorismo no era sencilla y el
resultado, aunque desigual, parece merecedor de elogio.
Carlos Aladro ha encontrado, por lo general soluciones
ágiles para algunos de los problemas que podría plantear un
texto con tantos personajes, con seis cambios de escena y con
otras dificultades derivadas de los espacios empleados. Sin
embargo, abundan también las ingenuidades, como las transiciones
dilatadas e innecesarias, resueltas con una estética que imita
de modo pueril el musical americano. Ayudan al director en su
trabajo una escenografía limpia y sugerente, que ha estilizado
el espacio de forma que haga posible su conversión en los
distintos ámbitos en los que se desarrollan las acciones, y una
buena iluminación del espectáculo.
El
trabajo actoral es correcto y esforzado en líneas generales, y
sugestivo en algunos actores y en algunos momentos. Se presume
un rigor en el proceso de ensayos y una convicción en la labor
interpretativa que es digna de alabanza. Merece destacarse muy
especialmente el trabajo de Lidia Otón, verdaderamente brillante
y seductor, cuya presencia, sobria, pero original y atractiva,
levanta el espectáculo siempre que se halla en escena.
En suma, un espectáculo interesante, pese a sus desigualdades.
Terrorismo revela una vez más la sensibilidad de la
Abadía que no ha temido arriesgarse con la presentación de un
texto novedoso y duro, y que lo ha llevado a cabo con el esmero
que se ha convertido en seña de identidad de este teatro.

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