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XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID 2004
SANTA JUANA DE LOS MATADEROS

BRECHT, TAN CERCANO |
Título: Santa Juana de
los Mataderos.
Autor: Betolt Brecht.
Traducción: Salvador Oliva y Joan de Sola Llovet.
Escenografía: Bibiana Puigdefábregas.
Iluminación: María Doménech.
Vestuario: M. Rafa Serra.
Música: Oriol Rosell.
Coreografía: Ferran Carvajal y Álex Rigola.
Sonido: Ramón Ciércoles. vides: Juanjo Jiménez.
Video: Juanjo Jiménez.
Corpoducción: T. Lliure, Salzburger Festpiele (Young
Directors Project powered by Montblanc) y festival GREC
de Barcelona. Colaboración con Festival Temporada Alta 2004, T.
Bartrina de Reus y T. Central de Sevilla.
Intérpretes: Nao Albert (Chico), Pere Arquillué (Mauler),
Ivan Benet (Cridle), Joan Carreras (Grahan), David Cuspinera (Goolmb),
Quim Dalmau (Meyers), Daniela Feixas (Sra. Luckerniddle),
Nathalie Labiano (Lennox), Áurea Márquez (Joana Dark), Keith
Morino (Guardia), Alícia Pérez (Slift), Anna Roblas (Mulberry),
Eugeni Roig (Snyder), Oriol Rosell (Dj), Àngels Sánchez
(Ganadero) y Jacob Torres (Obrero).
Compañía: Teatre Lliure.
Dirección y adaptación: Álex Rigola.
País: España (Cataluña).
Idioma: español.
Duración aproximada: 1 hora y 45 minutos (sin intermedio).
Estreno: Teatro de la Abadía (Sala San Juan de la Cruz),
11-XI-2004.
La importancia de un autor no garantiza la calidad de toda su
obra, ni toda obra escrita en un momento determinado conserva su
vigencia al cabo de los años, sobre todo si su contenido tiene
que mucho que ver con la sociedad que la inspiró. Santa Juana de
los Mataderos fue escrita por Bertolt Brecht en 1930, a la edad
de treinta y dos años, cuando ya tenía en su haber casi una
decena de excelentes obras, entre ellas La ópera de tres
peniques, aunque faltaban por llegar las que le consagraron como
una de las cumbres del teatro del siglo XX. Su estreno no
llegaría hasta 1959, lo que significa que no fue representada en
vida de su autor, que murió tres años antes. Únicamente, en
1932, se ofreció en una emisora de radio alemana una versión
reducida. Este hecho confirmaría que no se trata de uno de los
mejores textos del dramaturgo alemán, opinión que comparte Alex Rigola, que lo ha adaptado y dirigido en esta ocasión.
Lo que Brecht nos cuenta es la historia de Joana Dark, personaje
inspirado en la heroína francesa y, más concretamente, en la
protagonista de la Santa Juana, de Schiller. Aquí es una joven
dirigente de una agrupación llamada los Negros Sombreros de Paja
que lucha por aliviar la miseria de la clase obrera, en esta
ocasión la de los trabajadores de los mataderos de Chicago.
Enfrentada con las armas de la razón y con grandes dosis de
ingenuidad y voluntarismo a los capitalistas que controlan el
mercado de la carne con métodos mafiosos, no sólo no ayudará a
la causa de los suyos, sino que, hábilmente manipulada por
aquellos, precipitará su ruina. Brecht nos habla del
enfrentamiento entre patronos y asalariados. El retrato que hace
de los poderosos refleja muy bien algo de sobra conocido: la
conquista del poder económico se basa en una lucha sin cuartel
entre los aspirantes, que se traicionan y despedazan entre ellos
sin el menor escrúpulo. Pero lo más interesante de esta obra es
el valioso mensaje que envía a los obreros, sus destinatarios.
Pone sobre el tapete una cruda realidad que suele soslayarse a
la hora de analizar la lucha por sus derechos: que no todo es
oro en su conducta. Con frecuencia, el interés personal se
impone al colectivo, la ética cede ante la posibilidad de
obtener beneficios personales y el hombre trabajador acaba
siendo un lobo para sus propios compañeros. Así, de alguna
forma, y con clara voluntad didáctica, muestra la maldad de ese
comportamiento y advierte del daño que provoca a la causa del
proletariado.
Santa Juana de los Mataderos surge en un momento histórico
marcado por los prolegómenos de la conquista del poder por parte
de Hitler y por la crisis económica de 1929, que por su
violencia, profundidad y alcance, superó con creces otras
anteriores que habían sido consideradas como propias del sistema
capitalista. El “jueves negro”, en el que se produjo el
hundimiento de la Bolsa de Wall Street, marcó aquellos años y
ese clima es el que preside la obra. No supone una novedad en el
teatro que el autor escribió en aquellos años. Miembro de una
familia acomodada, fue, sin embargo, sensible a las
desigualdades sociales que provocaban la miseria de mucha gente.
Tomó, pues, partido por los desheredados, a cuya defensa
consagró su obra, siguiendo las pautas del marxismo en el que
siempre militó. Aunque nunca renunció al didactismo, en Santa
Juana de los Mataderos está muy presente, lo que hoy supone un
lastre. Si a ello unimos la complicada estructura de la obra y
que su escritura, con profusión de datos, resulta reiterativa,
se justifica que no figure entre las más representadas.
Lo que sucede es que, a pesar de tales reparos, la denuncia que
formuló Brecht tiene plena vigencia. Mientras no cambie el
hombre, no lo hará el mundo y los hechos demuestran que estamos
donde estuvimos siempre. Basta leer la prensa o ver la
televisión. Las noticias sobre la explotación de los inmigrantes
en los países desarrollados o las condiciones laborales en los
del tercer mundo son escalofriantes y los comportamientos de las
grandes multinacionales allá donde se instalan demuestran hasta
que punto llega su afán especulativo, su obsesión por la
obtención de beneficios y el desprecio por sus empleados, a
menudo sacrificados en aras de deleznables políticas que los
propios directivos suelen calificar de agresivas. Como dice la
protagonista, los que están abajo son retenidos abajo para que
los que están arriba sigan arriba.
Álex Rigola, consciente de la actualidad de la obra y de las
dificultades del texto, ha afrontado la puesta en escena con una
curiosa combinación de respeto y de atrevimiento que ha sabido
sacar
adelante. No ha establecido el paralelismo entre la
historia que contó Brecht y la situación actual interviniendo
sobre el texto, sino mediante un luminoso en el que se informa
de acontecimientos actuales y una gran pantalla en la que
alterna imágenes de la acción que transcurre en el escenario con
otras que remiten, entre otras catástrofes actuales, al desplome
de grandes edificios o a la visión de tiburones a la caza de sus
presas. Lo que varía respecto a lo que se entiende por una
representación clásica es cómo se cuenta la historia. Rigola lo
hace con recursos modernos, que exige de los actores bastante
más que decir un texto. La música, actual y de gran fuerza
expresiva, es vehículo de buena parte de su actuación, que llega
a ser, en ocasiones, frenética. La escenografía de Bibiana Puigdefábregas está en consonancia con este planteamiento. Tiene
mucho de instalación. Podría ser la creación de un artista
plástico destinada a una sala de exposiciones. Ocupa el centro
del escenario una gran urna de cristal reservada a los que
manejan el negocio de la carne. Alrededor, distribuidos como al
azar, hay un sinfín de objetos, desde dos bicicletas estáticas
hasta una vaca lechera modelada en cartón piedra, entre los que
transitan sin aparente dificultad, con bailes y piruetas
incluidos, los personajes. El Teatre Lliure siempre se ha
distinguido por la calidad de sus actores. En su nueva etapa,
cuya dirección ha sido encomendada a Álex Rigola, parece que
mantendrá esa seña de identidad. Así lo acreditan cuantos
intervienen en esta representación, en la que cabe destacar el
trabajo de Pere Arquillué como Mauler, el rey de la carne, y el
de Áurea Márquez como dulce, combativa y decepcionada Joana.

 
Jerónimo López Mozo
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