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XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID 2004
HOUSE OF DESIRES (LOS EMPEÑOS DE UNA CASA)
ELEGANTE Y DIVERTIDA PARODIA |
William Buckhurst |
Rebecca Johnson
y Joseph Millson
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Claire Cox y Oscar Pearce |
Simon Trinder |
Título: House of desires
(Los empeños de una casa).
Autora: Sor Juana Inés de la Cruz.
Traducción al inglés: Catherine Boyle.
Diseño: Katrina Lindsay.
Diseño de escenario del ciclo: Es Devlin.
Diseño de iluminación: Ben Ormerod.
Diseño de sonido: Martin Slavin.
Música original: Ilona Sekacz.
Supervisora de vestuario: Sabine Lemaître.
Movimiento: Liz Ranken.
Peleas: Malcolm Ranson.
Asesora de voz y dialecto: Jeannette Nelson.
Dirección de reparto: John Cannon CDG.
Ayudante de dirección: Tom Daley y Chris White.
Producción: RSC (Royal Shakespeare Company), con la
colaboración de British Council.
Dirección de producción: Pete Griffin.
Músicos: David Carroll (guitarra), Simon Phillips
(contrabajo), Michael Tubbs (teclados).
Intérpretes: William Buckhurst (D. Pedro), Claire Cox
(Doña Ana), Katherine Kelly (Celia), Emma pallant y Joanna Van
Kampen (monjas), Peter Sproule (D. Rodrigo), Rebecca Johnson
(Doña Leonor), Julios D’Silva (Hernando), James Chalmers y Vinta
Morgan (hombres con capa), Oscar Pearce (Don Juan), Joseph
Milson (Don Carlos), Simon Trinder (Castaño).
Dirección musical: Michael Tubbs.
Dirección: Nancy Meckler.
País: Reino Unido.
Idioma: Inglés (con sobretítulos en español).
Duración aproximada: 2 horas y 30 minutos (con
intermedio).
Estreno en Madrid: Teatro Español 26 – X – 2004 (En el
Reino Unido: 30 de junio de 2004 en el Swan Theatre, Stratford-
upon – Avon).
El teatro hasta los topes. Con la última palabra, aplausos
reiterativos y salida y entrada de actores y
“¡bravos! y “huuuuu!!!”. Y
al salir al aire de la Plaza de Santa Ana, una satisfacción y un
pensar que el teatro vale la pena.
Se trata del segundo programa que la Royal Shakespeare
Company presentaba: House of desires (Los empeños de una
casa). Ya con el primero The Dog in the manger (El perro
del hortelano),
los parabienes fueron continuos. Con este
nuevo título vuelven a repetirse.
Los empeños de una casa es texto de una monja: Sor
Juana Inés de la Cruz – en el mundo Juana Ramírez de
Asabaje (Asuaje) – hija de madre criolla y padre español.
San Miguel de Nepantla (México) (¿1651?) fue su cuna y su
sepultura Amecameca (México) (1695). Quiere decir que es una
figura del s. XVII en una Nueva España dominada por las
costumbres y literatura españolas. Ello hizo que su producción
literaria – nacida en ella desde muy joven - participa de toda
la corriente española literaria del siglo de oro. Si se bucea en
su biografía no es monja y ni siquiera mujer como mandaban los
cánones de su época, visto su despliegue cultural y leídos sus
escritos. Dotada especialmente para la versificación y buena
lectora de Góngora, Quevedo y Calderón de la
Barca, también se adentró en el mar de las dramaturgias. De
ahí salió la obra que hoy nos ocupa y que es, prácticamente
desconocida y menos representada, en los corrales españoles de
hoy, no así en las tierras mexicanas.
R. Johnson
y Katherine Nelly |
El texto subió al escenario en 1683 en la corte de México. El
motivo: la entrada del Nuevo Arzobispo en la ciudad. El festejo
era muy amplio y esta comedia en tres actos formaba parte de
ella. Una comedia de lances calderonianos llena de barrocos
enredos y equívocos. El travestismo, tan familiar en muchas de
esas comedias, copa aquí un buen tiempo y catapulta el papel del
cómico (Castaño), casi hasta el protagonismo, lo cual permite al
actor Simon Trinder desplegar todas sus dotes histriónicas que
son admirables.
La pieza, si se me apura, es intrascendente y no hay que buscar
en ella más que el divertimento en un primer acercamiento. No
obstante hay un segundo nivel que se encuentra no en la trama
sino en el tratamiento de los personajes: Ellas y Ellos. Si
siempre en la comedia del siglo de oro el hombre noble o burgués
es un tanto tontorrón frente a la rapidez mental y de argucias
de la mujer, aquí esto se hace más evidente. Los hombres – salvo
los cómicos, lo cual está también en nuestros clásicos españoles
- son auténticos bobones teledirigidos por la pasión, el
enamoramiento, los celos, el honor, la violencia. Todo esto que
podrían ser valores les convierten en estúpidos.
Las mujeres, por el contrario – todas – aparecen os más rápidas
de reflejos, más espabiladas, más sibilinas y entre ellas, más
maquiavélicas y retorcidas. Es un modo de subsistencia en medio
de una cultura que las recluye entre celosías, sean profanas o
sagradas.
Al ser la autora una mujer y una mujer atípica, en una época que
negaba la cultura a la fémina, la obra termina por ser una
defensa de las cualidades y calidades de la mujer. Las presiones
que las damas de la comedia sufren, a causa de cancerberos – sus
hermanos, amantes y padre - que las custodian, podrían ser muy
bien las que la misma Sor Juana sufrió y que viene expresada por
ella en una cosa tan, aparentemente, tonta como es su propia
caligrafía: “hasta tener una letra razonablemente buena me ha
costado fatigosas persecuciones, simplemente porque decían que
mi escritura parecía la de un hombre y eso no era decente, y me
obligaron a deformarla a propósito, y toda la comunidad (el
convento), es testigo de ello”.
El personaje de Leonor – la protagonista, aunque en esta ocasión
prácticamente se puede decir que todos los papeles son
protagónicos -, probablemente es el que mejor encarna este
espíritu y ello lo subraya la directora Nancy Meckler, al hacer
encarnar a Sor Juana – la obra comienza como monja escribiendo
el texto, un recurso que, en principio está más que visto - el
papel de Leonor. Pero eso que “está más que visto”, deja de
estarlo cuando la tal monja, “cual crisálida”, le ayudan a
desprenderse de toca y habitos y surge esplendente Doña Leonor.
Una plástica perfecta para transmitir el posible carácter
autobiográfico que puede tener la obra y desvelar el verdadero
interior – reprimido en su subcosciente - de Sor Juana. Es un
transformismo muy cuidado al componer los brazos a modo de alas,
sugeridoras del vuelo hacia otros mundos más libres.
La adaptación se ha permitido – con éxito - abundantes licencias
y se ha encontrado el modo de hacer llegar el texto muy
directamente y con gran amenidad. Hay una excelente dirección
que se percibe en la composición de los movimientos de los
actores, hasta el punto de crear auténticas coreografías y
destacar los puntos centrales de cada personaje. La tónica
general es el continuo movimiento a derecha e izquierda, al
fondo y hacia delante. Los apartes, ese artificioso modo que
tenían los clásicos para que el personaje contase sus cuitas o
anunciara su recónditos deseos (reminiscencia del coro griego) y
así entrase en complicidad con el público, son efectivos, pero
no tanto por el congelado de la acción en los actores – algo ya
utilizado muchas veces – sino porque el propio personaje, al
lanzar su aparte, tiene la virtud de integrarse bien con el
público. También esto se ha visto muchas veces, pero la virtud
está en el “tempo” de duración. No se reitera en ello y dura lo
justo.
Este dar a cada momento su “tempo” sucede también con las
pequeñas gracias farsescas como por ejemplo el modo de usar la
pelea de armas blancas. Eliminada la espada, unos puñales la
sustituyen. Puñales que se usan como banderillas en un apunte
muy rápido sin reiterar la ingeniosidad que evoca los cuernos
amorosos y el mundo taurino. Este crear una serie de “gags” sin
reiteraciones y pasar rápidamente a la siguiente situación es lo
que proporciona la hilaridad y el ritmo.
Otra de las virtudes está en el modo de lanzar los textos – en
inglés y con sobretítulos. Todos los actores poseen una dicción
perfecta y una emisión de voz clara y precisa. Creo que es la
primera vez que yo, personalmente, consigo que todas las voces
lleguen diáfanas sin tener que estar preocupado por frases o
terminaciones que se pierden. No me refiero al idioma sino a una
perfecta emisión de voz del propio actor, que supone un buen
trabajo sonoro.
Peter Sproule |
La escenografía – siempre un reto en los clásicos debido a las
escenas cortas y cambiantes de espacio, cuando se pretende
recurrir a escenografías más o menos realistas – está bien
resuelta, con un concepto minimalista. Un panel de fondo dorado
con anaqueles sobre el que hay variados objetos profanos y de
culto, evocan ese México del Virreinato y esos conventos.
Siempre presente, el restante espacio lo crean los propios
actores, mediante sus desplazamientos y sencillos módulos: Don
Juan atrapado en el aposento aparece inscrito en un marco dorado
que se arrastra sobre carras. Lo mismo sucede con la calle o con
la reja, la cual curiosamente no es una reja al uso sino una
reja inspirada en los locutorios de las monjas de clausura, a
cuadrados pequeños. Puede decirse que no hay objeto que no posea
su funcionalidad dramática. Nada es superfluo.
El vestuario es otro de los aciertos. Sin perder la línea de la
época, se trata con gran libertad añadiendo en la ropa la
peculiaridad farsesca de cada personaje. Como muestra, baste la
caracterización de D. Pedro, una creación que bascula entre el
gaucho argentino, Rodolfo Valentino y Douglas Fairbanks, senior.
Vamos, un tangazo de señor, que ya su sola aparición produce
hilaridad. El elemento español aparece en ciertos colores,
adornos y recamados que sugieren, más que reproducen la moda
hispana.
Al comienzo había tachado a estos “empeños” de comedia
intrascendente y a lo más alegato de la exaltación de la mujer.
Siendo esto así, la representación que se nos ofrece va más
allá:l poner en solfa toda una serie de conceptos como son el
esperpéntico honor, los desquiciados celos, la ampulosidad de
una época, las convenciones sociales. Mediante la parodia,
caemos en la cuenta de lo absurdo que puede ser una época y una
cultura que por desgracia parece que nos acompaña siglo tras
siglo, bajo otros mantos y enaguas.
Más información:
José Ramón Díaz Sande
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