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XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID 2004
THE SONG OF SONGS (EL CANTAR DE LOS CANTARES)
DISTANCIAMIENTO Y SIN CARGA EMOCIONAL |
Título: The Song of
Songs (El Cantar de los Cantares).
Autor: Texto a partir de El Cantar de los Cantares.
Escenografía: Marius Nekrosius.
Iluminación: Audrius Jankauskas.
Vestuario: Nadezda Gultiajeva.
Música: Mindugas Urbaitis.
Producción: Meno Fortas (Vilnius-Lituania) con
coproducción del XXi Festival de otoño y el Baltic Theatre di
San Pietroburgo y la colaboración del Ministerio de Cultura
lituano y Aldo Miguel Frompone, Roma.
Intérpretes: Aldona Bendoriute, Salvijus Trepulis, Zemyna
Asmontaite, Povilas Budrys, Ausra Pukelyte, Diana Gancevskaite,
Vaidas Ilius, Kestutis Jakstas.
País: Lituania.
Idioma: Lituano (con sobretítulos en español).
Duración: 2 horas y 30, sin intermedio.
El
título El Cantar de los Cantares, para quienes conocen algo del
texto bíblico ya puede ser un aliciente, movido por la
curiosidad, para acercarse a este espectáculo de la Compañía
Meno Fortas (La Fortaleza del Arte), que dirige el lituano
Eimuntas Nekrosius (Raisenai, Lituania, 1951). La curiosidad
estriba en que se trata de una colección de versos sensuales,
hoy catalogados como poesía erótica, y por otro lado la casi
imposibilidad de trasladar a escena la retahila de esos
inspirados versos.
Si nuestro afán investigativo se orienta hacia la “sensualidad”
esperamos un espectáculo de cuerpos que traduzca el amor
erótico. Si por el contrario el interés abunda más en la
profesión teatral, todo se centra en ver qué elementos visuales
ha utilizado Nekrosius para transmitir esa fusión de una pareja
enamorada.
EL CANTAR DE LOS CANTARES
TEXTO ENIGMÁTICO
Muchos son los estudios sobre el tema. A algunos se les ve el
plumero al intentar justificar con criterios victorianos que una
poesía de alta tensión erótica pertenezca a los llamados Libros
Sagrados. Si analizamos con detención a los comentaristas, se
puede intuir quiénes sienten cierto repelús ante lo sensual,
táctil y erótico y quiénes valoran el cuerpo y su sensualidad
como algo positivo. Hay épocas en que se ha obviado el libro e
incluso en seminarios y noviciados se prohibía la lectura, así
como los rabinos sólo permitían su lectura a partir de los 30
años. Práctica muy en contradicción con la propia historia de
los grandes hombres religiosos que han recurrido a él como
inspiración: Fray Luis de León (Isabel de Osorio le encarga su
traducción al castellano), San Juan de la Cruz, Santa Teresa de
Jesús y, en general, la literatura mística e incluso el mismo
Pablo al comparar los desposorios humanos con los desposorios de
Dios con su pueblo. Tema por otro lado muy común en todo el
Antiguo Testamento.
Quienes sienten cierto repelús – no caen en esta trampa los
exegetas serios – inmediatamente pasan por alto las
descripciones eróticas y a renglón seguido nos hablan del amor
de Dios y su pueblo. Quienes valoran la dimensión corporal
alaban por sí mismo la relación de la pareja, aunque después a
tenor de su mentalidad religiosa, trasciendan ese amor y vean el
libro como una alegoría de las relaciones de Dios y el hombre.
De ahí que la interpretación del libro es una discusión sin
término e influye mucho la concepción que se tenga sobre el
universo. Posibilidad de trascendencia o de pura inmanencia. En
ambos casos sigue siendo válido. Lo que sucede es que al estar
inscrito en una cultura religiosa, como es la del pueblo de
Israel, hay que pensar que el tal libro transmite una dimensión
que quiere ser trascendente y que tiene un nombre Dios. Los del
“repelús”, tal vez, contestasen que para describir el amor de
Dios con el hombre podrían haberlo hecho de otro modo,
posiblemente más “Light”. Si se piensa así, es desconocer el
mundo oriental antiguo más vertido hacia la tierra y los
sentidos y con una mirada más limpia sobre la creación, cuyas
metáforas utiliza el poema para ensalzar los cuerpos de
enamorado y enamorada.
Sea la interpretación que se quiera, lo que sí parece quedar
claro es la que tiene la Compañía Meno Fortas:
“tiene un
elemento central: él y ella, el hombre y la mujer; sin un nombre
real, son todas las parejas de la historia que repiten el
diálogo del amor… Sin embargo… no puede reducirse a mera poesía
erótica, ni consiste sólo en una serie de cantos para celebrar
una boda oriental, ni es un drama ritual similar a algunos
textos de Mesopotomia y Canaan, destinados a representar la
hierogamia, es decir, las nupcias sagradas entre unas
divinidades de la fecundidad. El amor humano, que es, sin duda,
el nudo que mantiene unida la obra, puede ser el paradigma de la
relación entre Dios y la Humanidad”
EL CANTAR. ¿PAREJA? O ¿”MENAGE” A TROIS?
El esposo y la esposa son los dos protagonistas y los que se
intercambian palabras de amor a lo largo de los ocho capítulos
de los que consta el poema. Quiénes sean estos protagonistas es
un tema sin dilucidar y hay opiniones para todos los gustos, así
como intentar clasificar el género al que pertenece el
mencionado poema: ¿Alegoría histórica? ¿Drama o cantar de bodas
siguiendo el ritual de las bodas hebreas? ¿Simple colección de
poesías eróticas sin trabazón interna? Hay quienes piensan que
se trata de un diálogo lírico con cierto tratamiento dramático
entre Salomón y la Sulamita. Los profanos se quedan en el mero
diálogo y los religiosos en la alegoría de Dios (Salomón) y los
hombres (la Sulamita).
No obstante, se ha ido más lejos al descubrir a tres personajes
en vez de dos: la Sulamita – pastorcilla del Líbano llevada al
harén de Salomón -; su Esposo – el único y verdadero amor de la Sulamita y con el que se ve a escondidas en medio de veinte mil
peligros - , y Salomón que se empeña en conseguir el amor, no
correspondido, de la esclava. El final es un “happy end”: los
esposos caen uno en brazos del otro y se salvan de la pasión del
Rey. Y aquí sucede lo mismo. Para los profanos, es un drama
humano más en que el amor se pone a prueba. Para los religiosos
es una metáfora de clara traslación: la Sulamita es la nación
israelita, el Esposo es Yahveh, y Salomón es el culto
idolátrico. Tal traslación ha sido trasportada a la época neotestamentaria en que
Yaveh se trasforma en Jesús e Israel en
la Iglesia.
Otras interpretaciones apuntan a desmentir que la historia sea
de dos amantes reales, sino más bien sueños imaginarios de dos
enamorados.
Investigadores más recientes como Luis Alonso Schökel nos habla
de que “Este librillo es una colección de cantos de amor, una de
las joyas de la literatura hebrea. No conocemos al autor (o
autores) ni la fecha de composición, y no importa. El libro se
lee como colección de canciones para una boda y de diálogos
entre novios: esperando y recordando. Durante la semana que
sigue a la boda, los novios son rey y reina: Salomón y Sulamita,
“pastor de azucenas” y “señora de los jardines”. Canciones con
dos protagonistas por igual. El y ella, sin nombre propio son
todas las parejas de la historia que repiten el milagro del
amor”. Estas palabras últimas de Schöekel son las mismas que la
Compañía Meno Fortas utiliza en su comentario. Este mismo
comentarista traduce el sensualismo corporal de los amantes como
el constatar que al contemplar sus cuerpos – no hay que olvidar
las metáforas campestres, propias de la cultura –
“descubren que
el mundo es muy bueno, como en un reposo genesíaco”. La
traslación a la dimensión religiosa la lleva hasta el mundo neotestamentario:
“Si el amor de esa pareja, sin perder
intensidad, pudiera abarcar y abrazar a todos los hombres, ese
amor sería la encarnación más alta del amor de Dios: ese amor,
hecho hombre, se llama Jesucristo. Por eso san Pablo aplica la
imagen conyugal a Cristo y su Iglesia… y canta entusiasmado la
participación humana en ese amor, el amor cristiano”.
EL CANTAR DE NEKROSIUS - MENO FORTAS
Ya he indicado la orientación – a juzgar por los comentarios del
programa de mano – que Nekrosius da de este Cantar. A través de
un desarrollo progresivo de ese amor con sus esperanzas, sus
miedos y trabas, para llegar a la plenitud de la posesión mutua
en una pareja, sin espacio ni tiempo concretos, asistimos a lo
que llama Nekrosius y Schökel “el milagro del amor”. Nekrosius
más discreto que los exegetas religiosos, no olvida esta
dimensión que parece tener o que le han dado los comentaristas
bíblicos: la trascendencia. Para ello irrumpe con una serie de
elementos bíblicos: la ansiada manzana suspendida en el espacio,
dentro de un marco, la tela de araña que impide el efluvio
amoroso, la crucifixión ligada a la subsiguiente Pietá en una
composición fugaz, y la sorpresa final efectista visual y
sonora: todos los pergaminos (¿visualización del libro y
fragmentos de la divinidad?) en rollos verticales – desde el
comienzo van apareciendo paulatinamente – forman un órgano
catedralicio que suena estruendosamente bajo una única luz.
Esta historia de amor humano y divino la transmite a través de
un multilenguaje teatral: protagonismo de los objetos como
simbologías, movimientos corporales con visos de apuntada danza
(los primeros pasos en el caminar más cercanos al animal que al
hombre, los lanzamientos del cuerpo de la esposa hacia el aire,
el desplazamiento de unos y otros, el saltar a los brazos del
enamorado…), y la voz muy dosificada en pequeñas dosis que
“gritan” más que recitan los inspirados versos de amor del
Poema. Es pues un tipo de puesta en escena predominantemente
visual. Este tratamiento facilita la comprensión y el desarrollo
de toda la acción. Los textos, (en lituano) y traducidos en los
conocidos “sobretítulos”, sirven de anclaje al significado de
unos signos teatrales, en muchos casos evidentes y en otros
ambiguos.
Este lenguaje preferentemente teatral y muy apoyado sobre la
expresión corporal del actor está usado con habilidad e
inteligencia. Hay momentos muy bien expresados como son el
lanzamiento de la amada hacia las alturas mediante una especie
de manteo, que tiene su réplica en el mismo movimiento, cuando
agotada de remar en busca de su amado se le envuelven las manos
en papel dorado. O bien la búsqueda y llamada del amado
emitiendo sonidos a través de una gigantesca bocina,
confeccionada con un inmenso rollo de papel etc. El uso de todos
estos objetos, que se van realizando ante los ojos del
espectador poseen la virtud de no detener el ritmo de la
narración, ya que la acción continúa en otro plano. Desde el
punto de vista del interés, el espectador se ve obligado a
mantenerlo ante lo insólito que se le presenta.
Hay que reconocer que estas virtudes sólo se constatan al final
de la representación (2 horas y cuarto, sin descanso), ya que en
un primer momento y durante bastante tiempo, el espectador se
siente un tanto desconcertado sin saber exactamente de que va
todo aquello. De hecho, discretamente, hubo algunas – pocas –
deserciones. No sé si en el caso de que hubiera habido descanso,
las tales deserciones hubieran aumentado. Y es que el
espectáculo en sí además de desconcierto, es transmitido con
cierta distancia y frialdad y sin apenas carga emocional. Los
mismos versos gritados, como los de una fiera, no son
perceptibles auditivamente en lo que tienen de pasión, lirismo y
emoción. Sí se constata – más que en una lectura el libro – que,
al haberse hecho una selección, la simple lectura de los
sobretítulos hace caer en la cuenta de la belleza de esos
textos.
El silencio y la atención predominaban durante la
representación, con la incógnita de saber si aquello estaba
llegando o no. Con la traca final del efectista órgano visual y
sonoro, los aplausos estallaron y se prolongaron repetidamente.
Parece que aquellas dos horas y cuarto habían dicho bastante.
(Más información)
José Ramón Díaz Sande
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