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XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID 2004
EL ENFERMO IMAGINARIO

FORMALMENTE MODÉLICO |
Título:
El enfermo imaginario.
Autor: Molière.
Compañía: Comedie Française.
Dirección: Claude Stratz.
Decorado y vestuario: Ezzio Toffolutti.
Iluminación: Jean-Philippe Roy.
Música: Marc-Olivier Dupin.
Coreografía: Sophie Mayer.
Intérpretes: Alain Praion (Argan), Muriel Mayette (Toinette),
Catherine Sauzal (Bèline), Christian Blanc (Monsieur Diafoirus y
Monsieur Purgon), Alain Lenglet (Bèralde), Laurent Stocker (Cleante),
Nicolas Lormeau (Thomas Diafoirus), Julie Sicard (Angélique),
Daniel Znyk (Monsieur Bonnefoy y monsieur Fleurant), Nina
Cruveiller (Louison), Chistian Silhol (Le Polichinelle), Carole
Segura-Kremer (soprano), Jean-Christophe Hurtaud (tenor),
Philippe Degaëtz (bajo), Jorris Sauquet (clave).
Estreno en Madrid: Teatro de la Zarzuela, 15 – X -
2004.
El
enfermo imaginario constituye el testamento teatral de
Molière. Como es bien sabido, fue la última obra que compuso y
la última también que interpretó. Como era habitual, él mismo
encarnó al protagonista, Argan, un hipocondríaco, un enfermo
imaginario a quien daba vida un Molière realmente enfermo,
tanto, que en la cuarta representación sufrió una convulsión y
murió pocas horas después. Por ello, El enfermo imaginario
no es un título más, sino que se ha convertido en una especie de
leyenda del teatro francés y un emblema del teatro universal. De
ahí que cualquier representación de este texto tenga mucho de
homenaje e incluso de ejercicio metateatral, algo que acaso
anticipaba ya el propio comediógrafo al poner en boca del
personaje de Argan, que él iba a interpretar, críticas contra
Molière y su prevención contra el ejercicio de la medicina.
Esta aversión de Molière encuentra su razón, como sucede con
otros personajes y con otros oficios y actitudes, en la
pedantería y en el interés económico que creía percibir en los
médicos, que encubrirían su superchería bajo la capa de un
lenguaje críptico con el que se aprovechaban de la candidez o de
la confianza acrítica y extrema hasta la beatería de algunos
enfermos, semejantes al Argan de su comedia. No es muy distinta
la actitud excesiva y desmesurada mantenida por Argan, de la que
advertimos en personajes como Orgon, a quien le une además la
semejanza fonética de su nombre. Y los parecidos podrían
extenderse a otros personajes molierescos, cándidos y fanáticos
a la vez, y, por tanto, objeto de burla y de sátira.
El esquema que sostiene la acción dramática de la comedia es
también similar a otras obras del autor, e incide precisamente
en otro de sus temas predilectos. Su hija quiere casarse con un
hombre, pero su padre le impone arbitrariamente a otro. En la
lucha por hacer valer sus deseos, la muchacha se ve ayudada por
la criada y por su tío, portavoz del sentido común y del
comediógrafo mismo. A estos dos temas se suman otros, como el de
la crítica de los matrimonios desiguales, representados en este
caso por el del viejo Argan con una mujer joven que ambiciona su
dinero y pretende lograrlo mediante el engaño, eficaz hasta el
final por la desconfianza que el padre siente hacia sus hijos
-otro asunto recurrente en Molière- y quizás por la no menos
infrecuente proclividad de los padres de las comedias del
dramaturgo hacia la avaricia.
Todo ello aparece aderezado por los bailes de aire carnavalesco
y por la influencia de la comedia del arte italiana, que insufla
un aire festivo a esta historia en la que no faltan las sombras
que proyecta el siempre desagradable asunto de la enfermedad y
la muerte.

ALAIN PRAION (ARGAN)
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El trabajo de la Comedie Française es fiel y respetuoso a la
letra y al espíritu de Molière y proporciona un espectáculo
académico y preciso a partir del texto del ilustre comediógrafo.
Todo es limpio y exacto, riguroso, pleno de profesionalidad y
formalmente irreprochable. Tal vez por ello al público que
abarrotaba el teatro de la Zarzuela en el día en que asistí a la
función (tercera y última jornada de las que estaba programada)
le entusiasmó el espectáculo y lo premió con prolongadas
ovaciones al final del mismo. Y no le faltaban motivos para
hacerlo. La labor actoral muestra un buen hacer, una dicción
cuidada y clara, muy alejada de la ampulosidad que en otras
ocasiones ha caracterizado a los trabajos de la compañía más
veterana de Europa, un movimiento escénico seguro y sobrio, una
contenida pero eficaz búsqueda de la comicidad y una adecuada
creación de personajes, en suma. El conjunto del trabajo
proporciona una lectura ponderada de la comedia de Molière, de
manera que quedan inequívocamente perfilados lo propósitos del
escritor, sus intenciones satíricas e ideológicas y su atinado
tratamiento del género.
Pero, a pesar de estos indiscutibles méritos, la escenificación
me resulta excesivamente fría, previsible, poco permeable a la
sorpresa, la emoción o a las soluciones inesperadas. Todo parece
correcto, demasiado correcto, pero, en mi opinión, un tanto
ajena al espectador o, al menos, alejada de él, como si
solamente se tratara de explicarle a Molière, de mostrarle la
corrección de su puesta en escena y no de implicarlo en la
historia, en el conflicto o en la vida de sus personajes a
través de los múltiples caminos posibles para hacerlo. A la
mayor parte del público, el trabajo que exhibió la Comedie le
resultó satisfactorio y suficiente. Acaso quepa plantear si hay
que conformarse sólo con esta innegable perfección formal.

 
Eduardo Pérez – Rasilla
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