
RESEÑA,
20026
NUM. 336,
pp. 9 |
LA DAMA BOBA
EL AMOR, EDUCADOR Y GRAN MAESTRO
Cuando
todavía
la Compañía Nacional de Teatro
Clásico en la sede del Teatro de
la Comedia, se invitó a Helena Pimenta a montar La dama Boba, una vez que había mostrado una especial habilidad
para traer los clásicos a nuestra época y hacerlos entretenidos.
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Autor:
Lope de Vega.
Versión: Juan Mayorga.
Escenografía: José Tomé y Susana de
Uíja.
Vestuario: Rosa Carcia Andújar
Iluminación:
Miguel Ángel Camacho.
Intérpretes: José Luis Santos, José
Luis Gago, Jordi Dauder, Isabel Ordaz, Maruchi León, Fernando Aguado, Sergio de
Frutos, Eva Trancón, José Segura, Pilar Gómez, José Luis Patiñ.o,
Fernando Sendino, Gabriel Garbisu y Jorge Basanta.
Producción: CNTE.
Dirección:
Helena Pimenta
Estreno
en Madrid: Teatro de
la
Comedia,
16 – I - 02. |

FOTO: ROS RIBAS |
Helena Pimenta,
responsable de la puesta en escena de La dama boba, ha situado la acción en los años
treinta del siglo recién concluido. Esto plantea una cuestión previa: si es
necesario o conveniente someter a los clásicos a estas mudanzas temporales so
pretexto de que los contenidos de sus obras no sólo siguen vigentes, sino que
sirven, mejor quizás que las debidas a autores actuales, para explicar el mundo
contemporáneo. El fenómeno, tan frecuente, tiene defensores y detractores,
ambos apasionados, por lo que un debate sobre la cuestión resultaría conveniente.
A estas alturas, algunas cosas parecen claras. En primer lugar, que unos textos
- entre ellos las tragedias griegas y buena parte del teatro de Shakespeare - son más adecuados que
otros para este tipo de prácticas. En segundo lugar, que los resultados
dependen mucho de cómo han sido tratados por los responsables de la
actualización. Por último, que es un error escandalizarse, como hacen algunos,
por los cambios en el vestuarío o en la escenografía, cuando lo importante es
si lo que se dice resulta coherente con el objetivo que se persigue.
En
el caso de La dama boba, la cuestión es más
delicada porque el tema gira en torno a la mujer y su papel en la sociedad. Es
evidente que poco tiene que ver la que le tocó vivir a Lope con la existente en los albores de
la Segunda República,
aunque en ambas épocas la actividad femenina estuviera sometída a la tutela del
varón, fuera padre o esposo. Tal vez, la transgresión temporal propuesta por Helena Pimenta pretenda señalar
que el asunto planteado con tanto humor en esta comedia no ha sido resuelto y
que, por tanto, la lucha a favor de los derechos de la mujer sigue siendo
necesaria. A ello habría que añadir que la vía elegida responde al
empeño por reivindicar la contemporaneidad de Lope. Se esté de acuerdo o no con la versión, hay que reconocer que
el adaptador Juan Mayorga no ha
tenido necesidad de someter el texto original a mutilaciones severas, ni de
hacer demasiados añadidos, lo que, al margen de las dudas planteadas,
es prueba de respeto por el autor.
La
puesta en escena lleva el sello inconfundible de su directora. Imprime al espectáculo
un ritmo vivo que los actores asumen sin aparente esfuerzo. Hay fluidez en los
movimientos y en la declamación y, aunque no todos los personajes tienen
pareja importancia, la interpretación posee una homogeneidad que raramente se
alcanza cuando de teatro clásico se trata.
La
escenografía de José Tomé y Susana de Uña ocupa el fondo del
escenario, dejando amplio espacio para el movimiento de los actores. Por otra
parte, está concebida para definir los lugares en que sucede la acción sin
necesidad de realizar mudanzas complicadas que pudieran frenada. No logra, sin
embargo, recrear, como se ha pretendido, las hojas de un gran cuaderno escolar,
sino que más parece empalizada o burladero de coso taurino.
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