LIPSYNCH
INÚTILMENTE
EXTENSO
Título:
Lipsynch
Dirección:
Robert Lepage
Texto:
Frédérike Bédard, Carlos Belda, Rebecca
Blankenship, Lise Castonguay, John Cobb, Nuria García, Marie Gignac,
Sarah
Kemp, Robert Lepage, Rick Miller y Hans Piesbergen
Música:
Varios
autores
Escenografía:
Jean Hazel
Iluminación:
Étienne Boucher
Vestuario:
Yasmina Guigère
Asesora Dramática:
Marie Cognac
Ayudante de dirección:
Félix Dagenais
Ayudante diseño de
vestuario: Jeanne
Lapierre
Utilería: Virginie Leclerc
Producción de imágenes: Jacques Collin
Compañía:
Ex
Machina/ Théâtre Sans Frontières
Intérpretes:
Frédérike Bédard (Marie y otros), Carlos
Belda (Sebastián y otros), Rebecca Blankenship (Ada
y
otros), Lise Castonguay (Michelle y otros), John Cobb (Jackson
y otros), Nuria García (Lupe y otros), Sarah Kemp
(Sarah y otros), Rick Miller (Jeremy y otros), Hans Piesbergen (Thomas y otros)
Idioma:
francés o inglés, español y alemán (con sobretítulos
en español)
Duración: 8
horas y 35 minutos (con 5 intermedios)
Estreno
en España
Estreno
en Madrid: Teatro de Madrid,
25 – X -
2008 |
FOTO: ÉRICK LABBÉ
RICK MILLER
FOTO: ÉRICK LABBÉ |
Lipsynch es
una larga y folletinesca historia. Sus
piezas encajan al final del espectáculo como si de un mosaico se tratara, pero
no evitan la sensación de truculencia ni la de artificiosidad. El director del espectáculo y los actores del
elenco firman conjuntamente un texto que ha buscado la historia de un personaje
para cada uno de los intérpretes, quienes encarnan además personajes
secundarios en las tramas de los otros. El resultado es una extensísima
sucesión de episodios, relatados de forma morosa y con frecuencia reiterativa,
como si el propósito último fuera simplemente la duración inusual de un
espectáculo, que se extiende hasta las nueve horas, incluyendo los no menos
interminables intermedios.
FOTO: MARC MARNIE |
En el acto I, el más sugestivo y ajustado
de los nueve, una célebre cantante de ópera, Ada, viaja en avión tras haber interpretado brillantemente a Górecki. Entre los pasajeros que la acompañan se
encuentra una mujer joven con un bebé en brazos. El llanto del bebé atrae la
atención de la cantante, quien, al acercarse al niño, descubre que la
madre ha fallecido repentinamente. Ya en su ciudad, intentará saber algo sobre
el destino del niño,
Jeremy, a quien terminará adoptando,
porque su madre era una
inmigrante nicaragüense sin papeles ni recursos, que no contaba siquiera con familia
en Alemania.
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NURIA GARCÍA
FOTO: ÉRICK LABBÉ |
Las relaciones de la madre adoptiva con el
muchacho no serán fáciles. Este, a pesar de sus dotes excepcionales para el
canto, romperá la relación con la estrella de la ópera y decidirá dedicarse al
cine, no sólo como signo de ese distanciamiento de su hogar, sino con el
propósito de averiguar su origen. Para ello viajará a Centroamérica y rodará una
película en la que intenta reconstruir su pasado y el de su madre. Pero es el propio espectáculo el que, a través
de una maraña de seres que se interrelacionan, va dibujando el perfil de
una
complicada historia,
articulada por múltiples detalles y
personajes que directa o indirectamente
tienen que ver con el suceso o que establecen con él un paralelismo afectivo o,
en ocasiones, metafórico. Y será de
nuevo Ada quien revele la verdad al
muchacho ya maduro y padre a su vez de un bebé, en el último acto, que
reconstruye el viaje de Lupe, la mujer nicaragüense que fue madre de Jeremy, a
quien se trajo engañada a Alemania para que ejerciera la prostitución.
FOTO: ÉRICK LABBÉ |
Decepciona e inquieta la falta de discurso
y de pericia en la narración dramática. Lo que podría haber sido, por ejemplo,
un ejercicio de denuncia y de crítica, o un análisis incisivo de las relaciones
familiares o generacionales, se convierte por momentos en un desmedrado
folletín premiosamente contado. No faltan en la trama algunos momentos
poéticamente logrados o algunas situaciones
interesantes y
prometedoras, pero pesa en demasía una acumulación truculenta
de acontecimientos y coincidencias forzadas. Y no parece suficiente el hilo conductor que pretende dar cohesión a la
trama, por sugerente que inicialmente parezca: la exploración de la voz humana
en facetas tan diferentes como el canto operístico o la música rock, el llanto
de un recién nacido, la voz de un locutor de radio, gritos soeces o expresiones
delicadas de afecto y tantas otras como escuchamos a lo largo del espectáculo,
en el que tampoco falta la experimentación con diversas tecnologías relativas
al sonido: grabaciones, doblaje, música sintética, etc.
Los aspectos formales y técnicos del
espectáculo están cuidados con esmero. No sería imaginable otra cosa,
tratándose de un trabajo de Lepage. La factura de Lipsynch es impecable. Las
soluciones escenográficas y sonoras, la utilización de la luz, la
transformación del espacio, la música y algunas soluciones relativas a la
interpretación actoral son ciertamente brillantes, y la intensa y tenaz labor
de los técnicos resulta ejemplar. No es tampoco desdeñable el trabajo de
los actores: nueve intérpretes se transforman en una multitud de personajes,
que mantienen sobre la escena a lo
largo de sus casi nueve horas de duración. Pero son precisamente
estas consideraciones las que insinúan
la condición excesiva de Lipsynch,
cuando no su arbitrariedad.
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FOTO: ÉRICK LABBÉ |
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