APRÈS MOI, LE DÉLUGE
Retrato
de África
Título:
Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio)
Autora:
Lluïsa Cunillé
Escenografía:
Max Glaenzel y Estel Cristià
Iluminación:
Mingo Albir
Vestuario:
M. Rafa Serra
Ayudante de dirección: Ferran Dordal i Lalueza
Maquillaje:
Ignasi Ruiz
Construcción de escenografía: Tero Guzmán
Intérpretes:
(por orden alfabético) Jordi Dauder (Hombre), Vicky Peña
(Intérprete)
Coproducción:
Centro Dramático Nacional / Teatre Lliure
Dirección:
Carlota Subirós
Duración del espectáculo: 90 minutos
Estreno en Madrid: Teatro Valle Inclán
(Sala Francisco de Nieva), 29 – V - 2008 |

VICKY PEÑA/JORDI DAUDER
FOTO: ROS RIBAS |
Après moi, le déluge se escribió a partir de
un encargo del Teatre Lliure,
dentro del Proyecto de Autoría Textual. Lluïsa Cunillé es dramaturga
residente del Teatre Lliure.
Hablar
de África, de su miseria, de la explotación a la que son sometidos su
habitantes y de la obsesión de muchos de ellos por escapar y establecerse en el
primer mundo, y hacerlo sin salir de la confortable habitación de un hotel de
la capital del Congo frecuentado por hombres de negocios europeos es, sin duda,
un reto notable que la dramaturga catalana Lluïsa
Cunillé ha asumido y resuelto con acierto.

VICKY PEÑA/JORDI DAUDER
FOTO: ALBERTO NEVADO |
La
autora se sirve de dos personajes europeos y de un recurso de buena ley teatral
para superarlo. Aquellos son el representante de una compañía
surafricana dedicada a la extracción y exportación de coltan y una traductora
que trabaja como intérprete para los que se alojan en él. Son dos seres
maduros, ya de vuelta de casi todo. Él, a punto de jubilarse, se ha curtido en
aquellas tierras, que conoce palmo a palmo. Es uno de los miles de depredadores
que han contribuido a la ruina del continente africano. Ella reside en el
hotel, del que nunca sale. Vive ajena a la miseria que le rodea. Abandonada
muchos años atrás por su marido, su tiempo se divide entre su actividad
de traductora, que ejerce de forma mecánica, sin que le importen los clientes
ni los asuntos que se traen entre manos, y las largas horas que pasa en la
piscina tomando el sol, su gran y única pasión. El recurso que Lluïsa Cunillé emplea es un tercer
personaje, un nativo invisible para el espectador, que mantiene una larga
conversación con el comerciante europeo. Es un anciano enfermo que se ha
desplazado desde su aldea para proponerle un negocio: que éste se convierta en
representante de su hijo, jugador de fútbol de diecinueve años, y
consiga que le contrate un club europeo. El Viejo Continente aparece como el
destino ansiado por quiénes aspiran a librarse de la miseria, el hambre y la
guerra, y prosperar. Es un espejismo. Si el fútbol es una meta inalcanzable,
cualquier otra cosa vale para aquel pobre hombre, que sólo espera, para morir
tranquilo, ver resuelto el porvenir de su hijo. En última instancia aceptaría,
incluso, que el muchacho se convirtiera en criado del ciudadano europeo, incluso
en el mozo que le lleve las maletas. Este negro, al que imaginamos ocupando un
sillón, es la puerta por la que África se cuela en la habitación del hotel. No
le vemos, pero tampoco le oímos. Es la intérprete la que le presta su voz
aséptica. Mostrar ese brutal retrato africano con la frialdad de quién lee un informe
técnico ante los asistente a un congreso es, por su eficacia e impacto en el
espectador, uno de los aciertos de esta obra. Otro, el desenlace, porque deja
las cosas como están. No hay moraleja. Cuando el hombre de negocios decide
conocer al muchacho, el anciano confiesa que no es posible. Ese joven sobre el
que han estado hablando durante hora y media murió víctima de la malaria cuando
apenas tenía tres años. Un final que no es original.

VICKY PEÑA
FOTO: ROS RIBAS |
Ana
María Matute
es autora de un relato breve titulado La
felicidad en el que una mujer cuenta que enviudó muy joven y a base de
mucho trabajo ha sacado adelante a su único hijo. Le ha ayudado a crecer y sólo
aspira a que prospere en la vida. “Ya le
conocerá usted”, le dice a la persona que le escucha y muestra su interés
por verle. Nunca llegará el momento, porque ese hijo murió de meningitis
años atrás. Ignoro si Cunillé
conoce ese relato y, por tanto, si el desenlace de su obra se inspira en él.
Pero, en todo caso, su conclusión es más inquietante que la de
la narradora. Mientas
la protagonista del cuento
es una perturbada que no acepta
la
muerte de
su hijo, el joven africano del que habla la dramaturga es el símbolo de
todo el continente. En ese muchacho muerto prematuramente se resume África
entera. Murió víctima de la barbarie colonizadora y del abuso de las empresas
que explotan sus riquezas naturales. Lo que de él cuenta su padre no es sino lo
que pudo ser y nunca será, ni siquiera en el supuesto de que los depredadores
se arrepintieran y quisieran reparar el daño causado. Se ha llegado tan
lejos que la recuperación ya no es posible.

JORDI DAUDER
FOTO: ROS RIBAS |
Este texto supone una importante
aportación a la recuperación de la palabra en el teatro actual. Tras la
marginación sufrida durante las últimas décadas del siglo pasado, en la que a
punto estuvo de ser expulsada de los escenarios, textos como éste viene a
demostrar su valor y su enorme fuerza expresiva. Lluïsa Cunillé, formada a la sombra de Sanchis Sinisterra, es digna representante del teatro de
la palabra. Su escritura,
libre ya de aquella feliz tutela, se caracteriza por su originalidad y
sobriedad. Es cierto que en esta obra, como en otras
anteriores, apenas hay acción, lo que
algunos
consideran
una grave carencia que invita más a la
lectura que a verla representada. Es una objeción
legítima que bien merecería ser tenida en cuenta si no fuera porque, en este
caso, la interpretación de Vicky
Peña y Jordi Dauder es todo
un regalo. Su dominio de los dos recursos que aquí se manejan, la voz y el
gesto, es absoluto y el resultado es una inolvidable lección magistral.
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