ANIMALES ARTIFICIALES
El mejor humor de Matarile
Título: Animales artificiales.
Creación y textos: Ana Vallés.
Otros textos: Mark L. Knapp, Enriq González y Helen Bertels, José Campanario,
Mónica García, Mauricio González, Iván Marcos y Ricardo Santana.
Espacio escénico, iluminación y producción musical: Baltasar Patiño.
Ayudante de dirección: Nuria Sanz
Asistente de iluminación: Miguel Muñoz
Arreglos: André Cebrián
Realización espacio: MatarileTeatro-RTA-Manu Lago
Diseño en la red/Fotografía: Jacobo Bugarín/Baltasar
Patiño
Sastra: Clotilde Vaello
Prensa: Helen Bertels
Distribución y producción: Laura Sánchez
Logística técnica: RTA Servizo Integral para Teatro e Artes Escénicas
Gestoría: INPAX
Imprenta: Artes Gráficas Litonor
Produce: Matarile Teatro-Teatro Galán
Coproducen: Festival Internacional de Teatro de Málaga, Teatro Fernán Gómez.
Centro Arte, IGAEM (Instituto Galego das Artes Escénicas e Musicais)
Intérpretes: Helen Bertels (La alemana y los melones), José Campanari (El hombre con lámpara), Mónica
García (El bicho con zapatos rojos), Mauricio González (El cisne con sombrero),
Iván Marcos (El inglés con gabardina), Ricardo Santana (La mujer con bigote),
Ana Vallés (La payasa en taburete), Hugo Portas (Tuba) y Ramón Vázquez (Voz
contratenor).
Dirección: Ana Vallés
Duración: 100 minutos (sin intermedio)
Estreno en Madrid: Teatro Fernán Gómez,
7 – V - 2008. |



FOTOS: JACOBO BUGARÍN |
Animales
artificiales es un espectáculo lleno de lozanía. Matarile recupera con este trabajo su
mejor humor y su capacidad de sorprender. Después de un espectáculo más grave y
desengañado, como Truenos y
misterios, o de la colaboración de Ana Vallés con el Teatro de
la Abadía
con Me acordaré de todos vosotros, la
compañía regresa al tono festivo, agudo e irónico que ha inspirado quizás
sus mejores logros. Sin embargo, no hay
una renuncia a la reflexión y el pensamiento que late tras esta última entrega
del grupo es sutil, pero elaborado y complejo.

FOTO:
JACOBO BUGARÍN |
Textos de diversa
procedencia – Knapp o Enric González - se entremezclan con
los de Ana Vallés y con las
aportaciones de los intérpretes en un discurso lúcido, divertido, provocador y
coherente a un tiempo. La dialéctica entre lo natural y lo artificial, la
conciencia de la propia limitación y de la condición efímera de personas y
cosas, la vulnerabilidad del cuerpo y del espíritu, la indulgencia burlesca con
las obsesiones y manías que configuran los respectivos modos de ser, la
invisibilidad de los unos para los otros y la facilidad, inquietante o
tranquilizadora, para la transmutación, el intercambio el desplazamiento o la
confusión de
los supuestos elementos constitutivos de la personalidad son algunos de los motivos
sobre los que se compone este espectáculo.
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Estos motivos se
desarrollan desde el lenguaje singular y brillante de Ana Vallés, que responde a la expresión exigida por los temas a los
que hacíamos referencia, hasta tal punto que parece establecer un criterio de
necesidad en las relaciones entre el contenido del discurso y la forma
dramática. La fragmentariedad, las interrupciones, los cambios inopinados, la
superposición de acciones, los disfraces y caracterizaciones o las diversas
transmutaciones no son soluciones ingeniosas de eficacia escénica, o no lo son
preferentemente, sino, sobre todo, expresión teatral de una manera de percibir
el mundo. Las rupturas de las series
establecidas, las continuidades de líneas de acción o de discurso, mucho más
allá de lo previsible o lo razonable, o
las recurrencias tenaces remiten irónicamente en algunos momentos a las
consideraciones de Bergson sobre la
risa, que, según el pensador francés, se
logra con lo mecánico calcado sobre lo vivo. Y, si bien este concepto del humor
conviene al quehacer de Matarile en su conjunto, nunca ha tenido mejor cabida
que en este espectáculo, que dilucida precisamente las relaciones y los límites
entre artificio y naturaleza, que son los equivalentes de los términos bergsonianos
relativos a lo mecánico y a lo vivo. El
tránsito inesperado de uno a otro, con su consecuencia de fracturas bruscas o
de obstinadas acciones resulta tan cómico como inquietante.
Como en anteriores
trabajos, la propuesta de Matarile
libera a los actores de la coerción del
personaje y los convierte en actuantes, en creadores de momentos y situaciones
reveladores de sí mismos en un juego que genera tentativas truncadas o sugestivos
paralelismos entre acciones dispersas que coexisten extrañamente, pero
con naturalidad, aparente o real, sobre
el escenario. Contribuye eficazmente a ello otra de las señas de
identidad de la compañía: la convivencia de músicos, cantantes,
bailarines y actores, cuya labor no necesariamente se reduce al ámbito de su
supuesta especialidad. Y es encomiable el grado de compromiso asumido por todos
ellos en la tarea, que conduce a esa sensación de proceso inacabado, pero irrenunciable – un
lejano parentesco de esta actitud podría
buscarse en Bernhard - que ejecutan
incesantemente los actuantes, solos o con la compañía ocasional de otros
miembros del elenco. |

FOTO: JACOBO BUGARÍN |

FOTO: JACOBO BUGARÍN |
En el lenguaje
verbal, lo familiar y lo coloquial conviven con lo científico, lo literario o
lo filosófico, casi sin solución de continuidad, lo que ocasiona soliloquios y
diálogos memorables, como algunas de las intervenciones de Ana Vallés o el monólogo de los melones de Helen Bertels. Y en el
lenguaje escénico los géneros y estilos se solapan y superponen constantemente.
La amplitud del escenario del Teatro
Fernán Gómez ha posibilitado soluciones y juegos espaciales impensables en
algunos de los lugares en los que se presentaron algunos de los trabajos
anteriores. La disposición de los objetos y de los
desplazamientos de los actuantes sobre el escenario es más rica y se recurre más a la
ruptura de la cuarta pared, con salidas y regresos de los intérpretes a través
del patio de butacas. |
Desde estos
procedimientos de trabajo, Animales
artificiales ofrece momentos e imágenes de gran originalidad, potencia y
belleza, con guiños a algunos referentes plásticos, musicales o
literarios, y también a otros espectáculos de Matarile. Si hubiera que
recordar uno sólo, nos quedaríamos con la danza que ejecuta Mónica García con la sola música de un
inacabable monólogo de José Campanari,
quien sigue hablando indiferente a todo después de haber abandonado el
escenario y deambular sin rumbo por el patio de butacas. Pero cabría recordar
también la eficacia de objetos como el taburete o el sofá, los juegos de
caretas, pelucas o indumentaria. Sin duda en la memoria de otros
espectadores habrán permanecido otras
imágenes u otros fragmentos.
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