30º
DE FRÍO
IMÁGENES QUE DISPARAN
LA IMAGINACIÓN
Título: 30º de frío
(basado en
Cartas desde Rusia de Juan Valera)
Autor: José Ramón Fernández,
Luis Miguel González y Ángel
Soto.
Escenografía
y Vestuario: Silvia de
Marta
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Diseño
gráfico: Javier Naval
Producción y
distribución: Cristina
Vinuesa.
Producción:
Teatro del Astillero
Ayte
dirección: Daniel Martos
Intérpretes: Francisco Vidal (Duque de Osuna),
Chema Ruiz (Juan
Valera),
Daniel Martos (Secretario)
Dirección: Luis Miguel González Cruz.
Estreno en Madrid: Teatro Galileo,
13 – XII – 2007 |
FRANCISCO VIDAL
CHEMA RUIZ
FOTO: TEATRO DEL ASTILLERO |
Teatro
del Astillero, ya de prolongada andadura, vuelve con una propuesta enigmática
en el título: 30º de frío. Tal título puede decir todo o puede no decir
nada. Según el dossier lo firman, en letra presidida por mayúscula, José Ramón Fernández y, en letra
minúscula, ángel soto+ luis miguel
gonzález. Creo inferir, pues, que quien carga con la mayor parte textual es
José Ramón Fernández. Vista la obra y a partir de más información, José Ramón Fernández aparece como el
sugeridor de este proyecto y la base de estos 30º de frío, está en las Cartas
desde Rusia que Juan Valera
escribió, narrando sus 6 meses de andanzas con don Mariano Téllez Girón, XII
duque de Osuna en San Petersburgo
(Rusia) con motivo de volver a entablar las relaciones diplomáticas que se
habían roto con Fernando VII. Para
tal viaje Juan Valera, con 32
años, en 1856 fue nombrado Secretario de la esa embajada extraordinaria.
CHEMA RUIZ
FRANCISCO VIDAL
FOTO: TEATRO DEL ASTILLERO |
Juan Valera,
diplomático de carrera, se recordará en la posteridad como escritor y
novelista. Novelas famosas suyas han sido Pepita
Jiménez y Juanita
la Larga. Uno de los géneros de Valera
fue el de las Cartas: Cartas
desde Rusia, Cartas americanas
(dos series).
Esta representación escénica tiene como punto de partida Cartas desde Rusia y se consigue, con
acierto e ingenio, vestir de teatro lo que fue literatura epistolar. A través
de esos seis meses
conocemos las personalidades de ambos
personajes,
que, en el fondo, reflejan, en buena medida, dos modos de ser España. El XII duque de Osuna encarna esa España que se vanagloria de
su grandeza, su españolismo, su caballerosidad, su paternalismo y su
generosidad, vestida de derroche. Una España trasnochada y que vivía y
se regocijaba de una vieja gloria. Históricamente el XII duque de Osuna, hombre de manos con grandes agujeros por donde se
le escapaba el dinero, dilapidó toda la fortuna heredada. Juan Valera, más comedido y al inicio de su carrera diplomática,
apunta una España que bebe de la anterior, por eso de dejarse llevar por
sus mayores, pero que al mismo tiempo se despega, vaticinando nuevos tiempos.
Para ambos el lugar en el que el tren se detiene, San Petersburgo,
es extraño. Casi otro planeta. Desconocen todo. Del idioma no captan
nada y de la estructura social menos. Hasta el clima es de otro planeta:
30º grados bajo cero. Claro que la estructura social – división de clases
en la que todavía los siervos de la gleba existen – no pueden captarla porque
su entorno y con quienes conviven son con la clase alta y con los placeres del
buen comer, buen bailar y buen todo. Desde allí ven a España como una
gran gesticuladora y no descubren que Rusia comienza a ser más Europea que
España, anquilosada en sus delirios de grandeza. De todos modos se lo
pasan bien a excepción de ese frío de 30º y nosotros – público - con mejor
temperatura, también lo pasamos muy bien.
Para escenificar todo este guiñol – la historia está vista
bajo el sentido del humor y en clave caricaturesca – sólo necesitan dos actores
Francisco Vidal (duque
de osuna) y Chema Ruiz (Juan
Valera) y un tercero, Daniel
Martos, que acepta ser “chico para todo” y su desdoblamiento va más allá de
la esquizofrenia de dos personalidades. Apechugará con cualquier cosa que le
echen, sea masculino o femenino, así como también ser el utilero o chico de los
recados de escena. En resumen, Daniel
Martos recrea todo el entorno de los dos protagonistas.
CHEMA RUIZ/ FRANCISCO VIDAL
FOTO: TEATRO DEL ASTILLERO |
La estructura dramática recurre a situaciones breves bien
hilvanadas, que obligan a múltiples espacios. La solución encontrada es
inteligente y golpea la imaginación del espectador para que complete a su
antojo, lo que la escenografía, que no pretende ningún realismo, no le da. El
espacio escénico está lleno de muebles, objetos, perchas con vestuario,
maniquíes, lámparas - araña y gran marco dorado, residuos de ese mundo
aristocrático decimonónico. Puede sugerir muchas cosas: un trastero/buhardilla
de casa bien donde se acumulan los residuos de otros tiempos, los almacenes de
atrezzo y vestuario de un teatro o casa de alquiler, o lo que nos queda en la
mente, simbólicamente, como recuerdo de una época pasada, bien vivida o bien
narrada por otros. Todos esos elementos, la mayoría maquillados de oro –
purpurina pretenciosa - evocan ese gran
oropel, ya barato, de una sociedad en declive. Y tales elementos, todos, irán
funcionando dramáticamente. El uso de los objetos y muebles, y la
transformación de ellos nos lleva a los inicios del teatro o a la fantasía
infantil en que los niños son capaces de transformar una silla en trono
real o un baúl en coche de caballos. Estas transformaciones surgen ágiles en el
ritmo teatral sin que se note su preparación. Tal ritmo es una de las virtudes
de la representación.
Por su parte Francisco
Vidal – desbordante, cómico y grandielocuente - compone un duque de Osuna lleno de matices y gracia. Es probable que no
responda fielmente a la persona histórica, sino solamente a uno de sus
aspectos: el del generoso y despilfarrador caballero, reliquia a punto de desaparecer.
Chema Ruiz, más sosegado en su Juan
Valera, es el contrapunto y nos convence en su interpretación. Daniel Martos, como ya he dicho, está a
todas y sale bien parado. A medida que avanza la acción los tres – ya no
sabemos si los personajes o los actores – nos van seduciendo y gozamos con
ellos.
30º
de frío además de ser una feliz traslación de un género literario a otro
dramático, consigue crear imágenes y situaciones que disparan la imaginación y
la creatividad del espectador, cumpliendo aquello de que una imagen pictórica,
teatral o cinematográfica debe huir de la alienación, debe cumplir lo que pide
el arte: evocar más allá de lo contemplado.
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