.:: Crítica Teatro ::.

RESEÑA, 2001
NUM. 323, pp. 33

El vals de los adioses
Lección magistral

(festival de otoño)

Del 8 al 12 de noviembre de 2000


Título: El vals de los adioses.
Autor: Louis Aragon.
Composición musical: Daniel Mille.
Iluminación: Alain Poisson.
Sonido: Fabien Ferreux  
Control de luces: 
Alain Chapuis  
Control de sonido: 
Philippe Fontaine
Administración:  Marie-Hélène Sarrazin Coproducción: Soirée d´été de Gordes – Théâtre de L’Armature de Nîmes
Intérpretes: Jean-Louis Trintignant (lectura) y Daniel MilIe (acordeón).
Dirección: Antoine Bourseiller.
Estreno en Madrid: Teatro de la Abadía,
(Sala Juan de la Cruz) 9 – XI– 2000
(Festival de Otoño de Madrid)


Jean Louis Trintignant

FOTO BASE: AGFNCF DE PRESSE
BERNAND

Se anuncia como recital. No lo es. No hay varias obras interpretadas por un solo artista. Tampoco se leen o recitan distintas composiciones de un poeta. Lo que Jean-Louis Trintignant hace se asemeja más a una conferencia. A ello contribuye el escenario, ocupado por una mesa y una silla; el tono del discurso, propio de un disertador; y la sensación de que lo lleva escrito en los folios que tiene delante y que va pasando con la misma parsimonia con la que habla. Pero el acompañamiento musical y el hecho de que Trintignant no sea el autor del texto parecen negar esa calificación.

El vals de los adioses es de Louis Aragón. Lo escribió en 1972, con setenta y cinco años, de vuelta ya de bastantes cosas. Por supuesto del surrealismo, del que se había apartado mucho antes. Más cercanos estaban su abandono de la Academia Goncourt, el cierre de Les lettres jram;aises, revista que creó y dirigió durante veinte años y la certeza de que la aventura comunista tocaba a su fin, cuestiones todas anunciadoras de un futuro que, quizás, no merecía la pena conocer. De ahí que plantease el tema del suicidio, para lo cual evocó la figura de Gerard de Nerval, precursor del surrealismo y amigo de la bohemia, que, víctima de graves trastornos mentales, puso fin a sus días ahorcándose en una calle de París. A esas alturas de su existencia, el tema de la muerte atraía a Aragón más que el de la vida. A hablar de ella y de la suya propia dedicó sus mermadas energías y a desvelar cuestiones personales sobre las que, hasta entonces, había sido discreto. La más llamativa, sus inclinaciones homosexuales. Todo esto y sus consecuencias -desesperación ante un destino inevitable, la militancia inútil, el genio apagado y los sueños rotos - está en El vals de los adioses.

Texto narrativo, destinado, pues, a la lectura, llega a los escenarios por la voluntad de su intérprete y de Antoine Bourseiller, que se ha ocupado de la puesta en escena. Concebida para una representación única, ha prolongado su vida escénica empujada por el éxito. Eso nos autoriza a recuperar la idea expuesta al principio de que hemos asistido a una conferencia antes que a eso que entendemos por una representación teatral. Conferencia muy especial, es cierto. Para empezar, lo es a dos, pues lo que se ofrece no es sino el diálogo entre un actor y un músico, en el que cada uno se expresa con su habitual forma de hacerlo: aquél con la palabra y, éste, a través de las notas de un acordeón.

Daniel Mille es el autor de la partitura y su intérprete. Exquisito trabajo el suyo. Cuando la música habla y es capaz de dar la replica a lo que dice el otro, solo caben elogios. Y cuando el otro es Jean-Louis Trintignant, la conferencia alcanza la categoría de lección magistral. Lo es la que ofrece el actor francés. Pocas veces hemos visto pasar a alguien por un escenario con tal discreción. Siempre sentado tras la mesa. Las manos las emplea para pasar los folios que finge leer. A veces, como si no supiera qué hacer con ellas, las hunde en los bolsillos de la chaqueta. Pocos movimientos más. El gesto, igual. Para esbozar una sonrisa, para sumirse en la tristeza o para mostrar sorpresa o emo­ción le basta con mover impercepti­blemente algún músculo de su cara. La voz, casi un susurro, es tan discreta como los silencios. En suma, un gran ejercicio de austeridad. Un ejemplo para quiénes confunden el arte de interpretar con el grito y el aspaviento.


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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