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LOS NIÑOS PERDIDOS
LA RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA

Título: Los niños perdidos
Texto: Laila Ripoll
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Vestuario: Almudena Rodríguez.
Iluminación: Luis Perdiguero
Diseño de sonido: Eduardo Burgos
Cartel y programa: Carlos Giménez
Fotografía: Fernando Suárez.
Trabajo de movimiento: María Jesús Llorente, Chupi.
Realización escenografía: Arturo Martín Burgos
Realización vestuario: Toñi Llorente
Tejedoras: C. Cuetos, Angelita Huertas, Patrocinio Sánchez
Técnico iluminación: Esperanza Gorjón.
Ayudante dirección: Antonio Verdú.
Producción: José Luis Patiño
Intérpretes: Juan Ripoll, (Lázaro), Mariano Llorente (Tusa) Marcos León (Marqués), Manuel Agredano (Cucachica)
Voces: Adrián Esparza, Daniel Esparza, Pedro Esparza, Teresa Espejo, Esperanza Gorjón, Isabel de león, Carmen López Mendoza, Jaime Minaya, Diego Norniella, Sara Norniella, Rebeca Sanz Conde, Sergio Solanilla y Antonio Verdú,
Dirección: Laila Ripoll
Estreno en Madrid: Festival Madrid Sur, 2005
Reposición en Madrid: Teatro María Guerrero (CDN), 15 – XII - 2005



FOTOS: FERNENADO SUÁREZ


FOTO: FERNENADO SUÁREZ
Unos niños en una institución de acogida. Son los duros años cuarenta de la terrible postguerra española. Los juegos infantiles distraen del hambre y del desconocimiento de la situación en la que viven aquellos hijos de los vencidos, custodiados por unas religiosas que han sustituido la pretendida caridad por la violencia y la represión. Laila Ripoll muestra su decidida voluntad de recuperar un pasado que la amnesia colectiva y la descarada tergiversación llevada a cabo por los vencedores de la guerra y por sus los herederos han conseguido ocultar. Quizás estas fechas en las que se conmemoran algunas fechas simbólicas de la Historia de la España reciente sirvan para llevar a cabo una reflexión todavía pendiente sobre lo que supuso la represión que siguió al final de la guerra civil. La tentativa dramática de asomarse a este incómodo y no tan remoto pasado constituye ya un mérito de Laila Ripoll.
 

FOTO: FERNENADO SUÁREZ
Los niños perdidos está en la línea de algunos de los últimos trabajos de la autora y directora. El gusto por un cierto tono de salmodia, por las recurrencias verbales y por el empleo de una suerte de ritualidad configuran una espectáculo con rasgos expresionistas, o al menos, cercanos a una forma singular de expresionismo propia de cierto teatro español del siglo XX, que se prefiere al realismo naturalista o documental. Y si en Atrabilis (Cuando estemos más tranquilas), actores varones encarnaban los papeles femeninos, ahora son actores maduros los que interpretan a los niños del hospicio. Pero, a diferencia de lo que ocurría en aquella función, en Los niños perdidos se utiliza una técnica de construcción en abismo, se acude a fórmulas de metateatralidad y se deja paso al golpe de efecto de un desenlace a la vez sorprendente y previsible, elementos puestos al servicio de un discurso que revela las injusticias, las privaciones y los miedos, y que contrasta con la ingenuidad y la ignorancia infantiles, vertido a través de un lenguaje dramático que conserva rasgos costumbristas, pero que está dominado por una cierta ritualización que acaso pretende exorcizar precisamente los temores y las lacerantes carencias.
 

FOTO: FERNENADO SUÁREZ
Pero, pese a la loable intención y pese a que al espectáculo no le faltan méritos, a mi juicio, está muy lejos de resultar brillante. Los planteamientos parecen maniqueos, carentes de matices, y, en consecuencia, la acción dramática y los personajes se muestran planos, cuando no tópicos. La mirada que se proyecta sobre los personajes está demasiado empapada de sentimentalismo, lo que la priva de limpieza y de profundidad crítica al rebajar determinadas situaciones al mero melodramatismo. La acción dramática avanza con lentitud, se hace reiterativa y se recrea en presuntos logros, como el recuerdo de juegos, canciones, incorrecciones verbales del lenguaje infantil pretendidamente ingeniosas, etc., que poco aportan a la acción dramática y pesan excesivamente.


El trabajo actoral revela un notable esfuerzo por encarnar a los personajes infantiles, y más aún en el caso de Mariano Llorente, quien interpreta a un personaje proteico y complejo, y resuelve su labor con solvencia.


Eduardo Pérez – Rasilla
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