
RESEÑA,
1998
NUM 291,
pp. 7 |
SWEENEY TOOD
EL BARBERO DIABÓLICO DE
LA CALLE FLEET
Estrenado
con éxito en catalán, Sweeney Todd
viene a Madrid en 1997 y logra igual éxito. La versión de los hermanos Mario y Manuel Gas creaba un precedente: en
España era posible montar musicales anglosajones con la misma dignidad
que en sus países de origen. Otra novedad es que conocíamos las cualidades
interpretativas de
Vicky Peña,
pero aquí revelaba una nueva faceta: la de cantante.
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Título: Sweeney Todd.
Música
y letras: Stephen Sondheim.
Libreto: Hugh Wheeler.
Adaptación: Cristopheer Bond.
Traducción: Roger Peña y Roser Batalla.
Dirección musical: Manuel Gas.
Escenografía: Jon Berroldo.
Vestuario: María Araujo.
Dirección: Mario Gas.
Intérpretes: Joan Crosas, Vicky Peña, Pepe Molina,
Teresa Vallicrosa, M." Josep Peris, Xavier Ribera, Pedro Pomares, Muntsa Rius y Esteve Ferrer.
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz,
20 – XI –
97. |

VICKY PEÑA (*) |
La
terrible historia de Sweeney Todd,
inspirada en un hecho real acaecido en la ciudad de Londres en el siglo pasado,
reúne todos los ingredientes para atraer la atención de escritores y gentes
del espectáculo. Buena prueba de ello es que, con diferentes títulos, ha sido
presentada a lo largo de un siglo y medio en forma de novela por entregas, de
melodrama al gusto victoriano, de película, de musical y hasta de ballet.

JOAN CROSAS |
Sin embargo, el terror y la truculencia
tienen, por lo general, mal acomodo en los escenarios. Resulta poco creíble
la escenificación de asesinatos y mucho menos cuando se producen en cadena y de
forma sangrienta. Ante esas escenas pretendidamente terroríficas, el público
suele mostrarse burlón. Sorprende, por tanto, la buena fortuna teatral de las
peripecias de un barbero - tal es el oficio del protagonista - injustamente
castigado por un juez lascivo que no persigue otra cosa que arrebatarle a la
esposa.
La
pieza describe minuciosamente su venganza iniciada en el momento mismo en que,
libre de la cárcel, pone los pies en su barrio londinense y es informado por la
señora Lovett - pastelera poco escrupulosa, cómplice y beneficiaria
de los crímenes - de que su esposa se envenenó y su hija ha sido adoptada por
el juez causante de su desgracia.
A
lo largo de casi tres horas, el diabólico barbero, que oculta su verdadera
identidad, se servirá de su afilada navaja de afeitar para enviar a mejor vida
a sus enemigos y a cuantos, sin serlo y para su desgracia, se cruzan en su
criminal camino. Que los cuerpos de sus víctimas sirvan para que la pastelera
elabore los mejores pastelillos de carne de la ciudad es la guinda del macabro
relato.
La aceptación de un musical de estas
características debe mucho al perfil
humano de los personajes - en este caso, al del barbero protagonista, un buen
hombre arruinado por la maldad de un mal juez, que despierta las simpatías de
los espectadores -, pero sobre todo al tratamiento dado al tema, que parece
extraído de las páginas más sensacionalistas de los periódicos de sucesos, por
los responsables de su versión escénica. El equipo de dirección -Manuel y Mario Gas - considera, con acierto, que, en lo escénico, estamos
ante una muestra de gran guiñol y, en lo musical, ante un thriller que conjuga lo
dramático con el humor más desenfadado a través de una vertiginosa sucesión de
arias, dúos y escenas corales.
En
consonancia con ello, los hermanos Gas
sacan el mayor provecho del libreto y de la partitura de este curioso y logrado
musical. Su espectáculo tiene una gran dignidad y está, cuando menos, a la
altura de otras versiones conocidas, como la dirigida por Declas Donnellan para el Nacional
Theatre de Londres (RESEÑA, Nº 246, p. 23).
La
escenografía de Jon Berrondo
reproduce el sórdido ambiente de la londinense calle Fleet y de sus aledaños.
Trata de resolver con las fórmulas habituales en el género los numerosos
cambios de escenario y supera, hasta donde le es posible, las limitaciones que
presentan, para acogerle, no pocos de los escenarios españoles. El
recurso a decorados montados sobre plataformas móviles, a muros que se abren
para mostrar lo que se esconde en su interior, a estrechas escaleras que unen
distintos planos y a las transparencias, le permiten mostrar, con desigual
fortuna, el sinnúmero de espacios en que se desarrolla la acción.

VICKY PEÑA/JOAN CROSAS |
Elementos esenciales para el éxito del
espectáculo son los actores. Cierto que Sondheim,
en su partitura, tuvo en cuenta que sus intérpretes eran, antes que
cantantes, actores. Así, su música resulta adecuada a las posibilidades de
unos profesionales que abundan en Estados Unidos y en otros países en que el
musical se representa de forma habitual. En España no existe tal tradición
y las dificultades para cerrar un reparto a base de actores capaces de cantar
son mayores. En este caso no sólo se ha logrado, sino que se han alcanzado unas
elevadas cotas de calidad. A todos brinda la obra ocasiones de lucimiento y
todos las aprovechan, siendo merecedores de elogios. Pero los mayores recaen en
la pareja protagonista. Joan Crosas
hace un impecable y sobrio barbero. Vicky
Peña, por su parte, se convierte en el alma de este
espectáculo
por el complicado papel que re presenta,
el de la pastelera, para el que echa mano de una rica gama de recursos
interpretativos, disfrutados muchas veces en otros trabajos suyos, pero que
pocas veces había sacado a relucir en uno sólo. Vicky Peña es, sin duda, una de las grandes actrices de la
escena española.
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(*)
Las fotos que ilustran esta crítica de la versión de
1997 son de la versión de 2008 en el Teatro Español. |