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ANTOLOGIA DE LA ZARZUELA

Título: Antología de la Zarzuela
Escenografía: Carlos Carvalho
Diseño Luces: Alfonso Pintado
Sastrería: Rosi Candela
Regidor: Alfredo Oeo
Técnico de Luces: Javier Luke
Técnico de Sonido: Borja Chicharro
Luces Y Sonido: Lsl
Proyección: Videoreport
Dirección Técnica: Fernando Fornos
Jefe de Producción: Santiago Gascueña
Diseño Gráfico: Sergio Martín
Producción: Sinfomusic Group
Dirección de Marketing: Antonio Lacasa
Comunicación: Niepper Comunicación
Rr.Pp. y Protocolo: Vanessa Brieva
Dirección Técnica: Fernando Fornos
Coordinador: Ángel Cárdenas
Dirección Y Producción: Enrique Robles
Producción Ejecutiva: Miguel Seoane
Productor: Mario De La Cierva
Ayudante de Dirección: Aranzazu Quintero
Intérpretes: (Por cuerdas y orden alfabético):
            Sopranos: Helena Gallardo, María De Félix,
          Mayca Teba, Lucía Escribano, Ruth Theran

            Tenores:
Antonio Adame, Ángel Cárdenas,
          Ricardo Bernal

            Barítonos:
Antonio Torres, Harold Torres
Coreografía: Emilio Serrano, Carlos Rodriguez
(La Dolores, Jota)
            Arreglos Musicales: Fernando Álvarez
Coro Titular
Orquesta Sinfónica Nueva Antología
Ballet Titular Nueva Antología
Dirección Musical:
Alejandro Jassan, Fernando Álvarez, Tulio Gagliardo
Dirección General: Enrique Robles
Dirección De Escena: Enrique Robles Y Ángel Cárdenas




Sorpresivamente vuelve la Antología de la Zarzuela. Digo sorpresivamente, porque en los últimos años de la Antología que concibiera José Tamayo, ésta iba degenerando y parecía una fórmula ya agotada. La orquesta era mínima y tocaba sobre una banda sonora previamente grabada, las voces de los coros también, lo cual permitía contratar actores o figurantes que supiesen encajar el play-back,  y los micrófonos inalámbricos habían trepado hasta las cabezas de los solistas, como sucede en las comedias anglosajonas. Los oídos más finos y los más puritanos en esto del canto lírico, no lo vieron con buenos ojos.

Pues bien, vuelve de nuevo y con el mismo título: Antología de la Zarzuela. Nombre que ha sido registrado, no lo había sido antes, por el director de la Compañía  Enrique Robles. Y vuelve con un gran optimismo en esa galaxia que es la zarzuela y que algunos ven como un género un tanto pasado. Enrique, anteriormente productor y director de programas musicales en Televisión, ha creído ver en esto de la Antología un verdadero musical y se ha lanzado a ello. Pero aún más, su pretensión es que la gente joven pueda aficionarse a ella, al menos en lo que tiene como fórmula antológica. Habla de renovación en la parte externa con el uso del 3D y demás parafernalia, partiendo de una base intocable: la calidad de la parte musical.

Hay que alabar y descubrirse ante la apuesta tan firme que ha hecho. Ha constituido una orquesta sinfónica y un ballet para la Antología y también unas voces jóvenes en los solistas, pero con un, ya, recorrido profesional. Musicalmente suena bien – los micrófonos no existen como tal, salvo los de ambiente – y se puede decir que todo tiene una gran dignidad. A quien el género le guste no va a sentirse defraudado. De hecho, el sábado 4 de octubre, el teatro estaba lleno y los aplausos intermitentes y finales del público así lo avalaron. Va a tener un público fiel a donde acuda.

La confección del espectáculo sigue la línea que inició Tamayo: una selección de fragmentos musicales de zarzuelas que van seguidos uno tras otro. Dentro de la zarzuela elegida, en la mayoría, se acude a diversos números – romanzas, dúos y coros – que consiguen una ligazón coherente. El problema está en la unión de unas zarzuelas a otras. La transición muestra cierta torpeza y en un semioscuro se ve cómo salen unos y entran otros, no consiguiendo la unidad de todo el espectáculo. Pongamos un ejemplo, por otra parte, de fácil solución. Estamos con La Tempranica y con el escenario abarrotado de gitanería, incluida carreta. Todo este despliegue coral ya es un auténtico telón natural que enmascara el fondo. Pues bien, esperamos a que toda la “troupe” gitana salga y tras un pequeño impás vemos  aparecer, por el lateral del fondo, a la soprano para interpretar la  romanza de Marina. ¿No podría estar, ya, preparada detrás de todo ese gentío humano e incluso comenzar los primeros acordes, aunque todavía estuvieran saliendo los integrantes gitanos? La dificultad de la transición se complica porque se recurre, inexplicablemente, a un mobilario y atrezzo que no es necesario. Por ejemplo ¿qué pinta el diván en El Dúo de la Africana, que apenas si se usa y que entorpece el tener que hacerlo entrar y sacarlo? Lo mismo digamos con la mesa en La tabernera del puerto, las barreras del coso taurino en El Gato Montés que entran a manos de los integrantes del coro o la fuentecilla para El último Romántico. Tampoco hacen falta, y, en todo caso, existen las ruedas, las llamadas carras teatrales y el descendimiento desde el telar para que todo se haga menos pesado.  Si utilizamos tales añadidos corpóreos, éstos deben aparecer sin enterarnos. Y en largo mundo de la tramoya hay muchos recursos.

En general, al interno de cada número musical se consigue movimiento y ritmo, sobre todo, como es lógico, en los bailes. Entre los números cantados, de los mas conseguidos, a nivel de puesta en escena, son La Tempranica  y, por supuesto el inicio y el final con El Barberillo de Lavapiés y La Dolores.


DOÑA FRANCISQUITA
(Versión de José Luis alonso)

 

Alguno como es la llegada de los novios en Doña Francisquita se resiente de una estaticidad notable. Los novios vienen en la “calesita” tirada a mano. No hay reparo en “la calesita” sino que al no hacer descender a los novios durante el canto alegre a la juventud de Cardona o el Gozad la primavera de Fernando, la escena resulta no solamente estática sino incómoda. Y lo curioso es que ese número en otras representaciones es de una gran viveza. Recuérdese la versión de José Luis Alonso en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.

Por el contrario, lo que sí se ha conseguido es la ligazón musical e incluso fantasear con arreglos como sucede con el Fandango de Doña Francisquita.
 

En general, se vislumbra también como un deseo de fidelidad al argumento o acción al original de la zarzuela de donde procede. Baste un ejemplo en la mencionada Doña Francisquita. La selección comienza con la romanza del tenor y sigue con la Canción del Ruiseñor de la soprano que, dicho sea de paso, Ruth Terán canta deliciosamente. Al terminar la romanza y entrar la rondalla se siente obligada a marcharse, porque en el original no está presente, que en algunas versiones sí está. ¿Qué mal hay en que se quede?
LA DOLORES
(ANTOLOGÍA DE LA ZARZUELA, 2008)

Todo esto viene a cuento, porque tengo la sensación de que Enrique Robles y Ángel Cárdenas, directores de escena de este montaje, se sienten encorsetados en unos esquemas, por fidelidad a un público más tradicional. Enrique, en declaraciones a la prensa, ha comparado la Antología a Hoy no me puedo levantar, por lo que tiene de intérpretes juveniles. Su deseo es una Antología que llegue a los jóvenes. Pienso que para poder acceder a esa franja de espectadores, hay que quitarse aún más el corsé. No me refiero a cambios drásticos en lo musical, puesto que el género tiene su estilo propio, sino a concebir los números musicales hilvanados dentro de cada zarzuela elegida como un todo a todos los niveles y olvidarse del original. Este es el gran milagro de Mamma Mía primero y después el de Hoy no me puedo levantar. A partir de canciones sueltas se consigue un todo unitario.


LA DEL SOTO
DEL PARRAL
(T. DE LA ZARZUELA, MADRID, 2000)
FOTO:
CHICHO

En esa línea de pretensión de modernidad hay que revisar parte del vestuario, más conseguido en unos momentos que en otros. El vestuario de zarzuela acude a dos opciones: o recurre a la reproducción realística de la época y a ello ha acudido la zarzuela rural vistiendo a sus personajes con los trajes regionales, que normalmente son los de gala,  o bien estilizándo o fantaseando a partir del original como hizo Picasso en su ballet El Sombrero de Tres Picos o, en el 2000, se diseñaron los trajes segovianos  en una versión de La del Soto del parral en el Teatro de la Zarzuela. Es una opción a elegir y válida tanto la una como la otra. Pero en una Antología como ésta, el diseñador puede jugar a la fantasía un tanto heterodoxa, que es lo que proporciona ese aire de modernidad. Es cierto que a un público más tradicional esto incomoda y, en concreto, la versión de La del Soto del parral citada tuvo agrias críticas en algunos sectores a raíz del vestuario. La tesis de tales colectivos es que la zarzuela, no solamente aporta música y acción sino que refleja las costumbres y modos de vestir de los lugares. De ahí el reproducir miméticamente el modo de vestir de los lugareños. Sin embargo mantener dicha tesis para la zarzuela que, fundamentalmente, es un musical es cargarla con un peso muerto y un olor a naftalina.


BAILE DE LUIS ALONSO
(ANTOLOGÍA DE LA ZARZUELA, 2008)
En esta ocasión el vestuario es híbrido con respecto a lo mencionado, y, a veces huele, a guardarropía de alquiler. Esta versión camina irregularmente. A veces se crea una agradable paleta de colores como es en La tempranica, otras se va a la antigua clonación del vestuario en el coro como si fuera un ejército y no falta, como sucede en Doña Francisquita con el coro de damiselas, el olor a guardarropía teatral. Como ejemplo rompedor y acertado está la fantasiosa falda de Paloma en El Barberillo de Lavapiés, y en el polo opuesto el dudoso vestuario del ballet del Baile de Luis Alonso. Hiere la vista en el colorido y la hechura no favorece para nada el palmito de las bailarinas.


LA TABERNERA DEL
PUERTO
(ANTOLOGÍA DE LA ZARZUELA, 2008)
Por otro lado esta versión cae en ciertos vicios que la zarzuela tradicional nos ha hecho tragar: permitir el zapato de tacón aguja en la aldeana protagonista y calzar de alpargatas a sus compañeras: Marina, La del Soto del Parral, El Cantar del Arriero, La tabernera del Puerto, Maruxa, La Parranda… y tantas otras.          

Actualmente, en esto del vestuario, tanto en danza como en los musicales, se juega con criterios más imaginativos y alejados del realismo o la clonación. Si algo bueno nos ha traído el musical anglosajón, en esto del vestuario, es el saber crear una variada paleta vistosa de colores y de hechura sin perder una unidad cromática y sugerente.

Esta Antología de la Zarzuela de Robles-Cárdenas posee el gran aliciente musical, que es bueno y esto es lo fundamental. Sin buena interpretación musical y canora no vamos a ninguna parte. Lo que falta es una revisión en la puesta en escena, aquejada todavía de cierto tufillo a naftalina. Los recursos audiovisuales no son suficientes como atractivo, porque no son espectaculares. Ya en el propio arranque, que repite la idea de Tamayo: personaje con texto sobre lo que es la zarzuela y explosión de la brillante partitura de El Barberillo, falta la espectacularidad.                                       

Es cierto que es un comienzo y todo comienzo pasa una pequeña factura, pero se ha conseguido lo más difícil: la calidad musical y unas buenas coreografías. Lo demás, es cuestión de devanarse más los sesos si es que se quiere que un público joven se sienta, como mínimo, intrigado.

Dicho esto, lo que hemos visto puede satisfacer al público de siempre. La realidad es que aquel sábado 4 de octubre el teatro estaba, prácticamente, lleno y los aplausos fueron generosos. Y algo que colma de esperanza: la generosidad de jóvenes cantantes y demás intérpretes. Y entre esa juventud la simpática y feliz  interpretación del “niño” en la canción de la Tarántula, cuyo nombre no aparece en el programa de mano.

Y ya que estamos con el programa,  como el reparto es doble, sería de agradecer que, a la entrada, un cartel nos informase de los cantantes.


José Ramón Díaz Sande
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