SENTIDO DEL DEBER
CALDERÓN EN LA CASA-CUARTEL
Título:
Sentido del deber.
Autor: Ernesto Caballero.
Iluminación: Ernesto Caballero, Txabi
Pastorius.
Vestuario: Sol Curiel.
Escenografía: Teatro el Cruce.
Intérpretes: Susana Hernández (Mencía),
Beatriz Gras (Gutiérrez), Natalia Hernández (Jacinta),
Carmen Gutiérrez (Enríquez), Nerea Moreno (Sargento
Reyes).
Dirección: Ernesto Caballero.
Estreno en Madrid: Sala Ítaca, 15 – IX - 05 |
NATALIA
HERNÁNDEZ
NEREA MORENO |
Ernesto Caballero es el más calderoniano de nuestros
dramaturgos. Su fascinación por el autor de La vida es sueño
se percibe a lo largo de su obra, jalonada por algunas felices
actualizaciones de títulos de Calderón - Rosaura, el
sueño es vida o En una encantada torre, por ejemplo- o por
alusiones y referencias al poeta y a su creación para la escena,
pero, sobre todo, inspirada en su conjunto por el sentido
dramático que caracterizaba a la obra de don Pedro.
La última entrega de Caballero, Sentido del deber,
es una inteligente relectura de El médico de su honra,
una de las más inquietantes tragedias calderonianas. La historia
imaginada por el dramaturgo barroco se traslada, en la versión
de Caballero, a una casa-cuartel de la guardia civil
situada en el sur de España, en cuyo interior, hermético y
asfixiante, transcurre esta tragedia de erotismo y sangre, que
salpica un territorio hasta hace poco tiempo exclusivamente
masculino y trastornado por la irrupción renovadora de la mujer.
Los avatares de la acción son muy semejantes a los que
presentaba Calderón, con algunos cambios significativos
en el desenlace, pero, a la vez, están insertos plenamente en la
sociedad contemporánea en la que Caballero los localiza
y, además, su desarrollo dramático no sólo resulta verosímil y
coherente, sino que arroja luz sobre el enigmático texto
calderoniano, o, visto desde otra perspectiva, entendemos por
qué la historia de Calderón sirve para explicar -desde el
teatro- un fenómeno de tan lamentable actualidad en estos días
como es la violencia contra la mujer. Como sugiere Caballero
en el programa de mano, los hombres ejercen esa violencia desde
la perversa convicción de que están cumpliendo un deber, que
tiene como consecuencia la restauración de un orden roto por la
mujer, que incumple unas férreas pautas de conducta establecidas
por el varón, que afianza así su dominio sobre el otro género.
Sentido del deber ejemplifica y disecciona estos
comportamientos. El guardia Gutiérrez actúa desde
el arraigado convencimiento de que debe cumplir el deber y a
ello le impele una ley no escrita, pero poderosa, indiscutible y
omnipresente en el cuartel, como se desprende de las palabras
aparentemente ambiguas del sargento Reyes, comandante del
puesto. La arbitraria irracionalidad de tales presupuestos no
impide su aplicación más estricta, sanguinaria y brutal, como la
prudencia no amortigua tampoco el estallido de una pasión que se
creía adormecida. La causalidad dramática, en la que algunos
verán la mano del destino, enciende la mecha. Lo demás, es obra
de un deseo irrefrenable y un doloroso y equivocado, pero
profundo y tenido por irrenunciable, sentido del deber.
La escenificación, que ha dirigido el propio Caballero,
es austera y limpia. Su peculiaridad más significativa es que el
elenco está constituido exclusivamente por mujeres, que
interpretan los papeles femeninos y masculinos de la obra, en un
ejercicio distanciador que lleva, por ejemplo, a pronunciar en
voz alta las acotaciones de sus propios movimientos y acciones o
de los de sus compañeras de reparto. La convención teatral prima
así sobre imitación verista, y se extiende, por ejemplo, a la
manipulación, por parte de las actrices y a la vista del
público, de los elementos que constituyen la escasa
escenografía, o a la reducción de los objetos utilizados y de
los efectos empleados, que quedan simplemente esbozados o
sugeridos, de manera que destaque su potencia simbólica, sin
asomo alguno de truculencia. Estas decisiones de dirección
podrán sorprender, sin duda, a algunos espectadores, pero no
sólo resultan eficaces y sugestivos, sino que propician una
lectura del espectáculo más limpia y desapasionada y, por tanto,
más lúcida y acaso más brechtiana.
El trabajo actoral aporta otro de los aciertos de este
espectáculo. Cinco actrices, cuatro de ellas especialmente
jóvenes, pero sorprendentemente maduras en su quehacer, encarnan
a los personajes de la historia y lo hacen comprometidas con una
compleja propuesta, pero, además, cada una de ellas nos presenta
a un personaje convincente, con perfiles propios, creado con
imaginación y con rigor. Ellas, con una muy cuidada dirección
actoral, han logrado convertir lo que podría haber aparecido
como una abstracción, o, en el peor de los casos como una
caricatura, en personajes muy reales, próximos y profundamente
humanos, ricos en matices. Humor, fingimiento, astucia mentira,
pasión, cinismo, resignación, apatía, frustración, dolor,
sumisión a la norma o reacciones violentas se entremezclan a lo
largo de esta intensa historia de relaciones humanas en las que,
por encima de las reglas más o menos aceptadas, salta el deseo
erótico, y sus consecuencias conducen inevitablemente a la
tragedia.
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