HAMLET MACHINE
UN MÜLLER DISTINTO
Título:
Hamlet machine.
Autor: Heiner Müller.
Traducción: Antonio Fernández Lera.
Dirección: Iñaki Garz.
Espacio escénico: Iñaki Garz y Luis Martí.
Iluminación: Luis Martí.
Vestuario: Nele Schrinner.
Intérpretes: Jordi Andujar, Carles Cruces
Vallejo, Ariadna Martí, Carol Martínez.
Estreno en Madrid: Sala El Canto de la Cabra,
19 – V - 2005. |
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Vuelve el interés por Heiner Müller, uno de los
dramaturgos más poderosos de la segunda mitad del siglo pasado.
Su obra, tras conocer momentos de intensidad en el teatro
español, parecía haber quedado preterida durante los años
últimos. Por eso, la escenificación de Hamlet machine por
la compañía Ícaro constituye una buena noticia. La
compañía de Iñaki Garz había estrenado el espectáculo en
2004, en la sala Beckett de Barcelona y ahora El canto de la
Cabra ha proporcionado la oportunidad de que los
espectadores madrileños pudieran ver la propuesta.
Es sabido que el teatro de Müller ofrece, como pocos, la
posibilidad de lecturas muy diferentes, incluso contrapuestas,
dada la extraordinaria porosidad dramatúrgica de su escritura.
Hamlet machine no constituye una excepción, aunque en el
texto se perfilan inequívocos los referentes históricos de la
crisis política de los cincuenta vivida por la RDA y las
reflexiones de un intelectual contemporáneo, trasunto del propio
dramaturgo, que adopta y desecha a la vez la máscara de un
Hamlet, testigo y juez en un mundo corrupto, y
conciencia escindida por la duda y por las limitaciones que
impone el conocimiento de la propia debilidad. Pero aquel
Hamlet de Shakespeare que se estremecía ante sus
propias miserias y las de su entorno inmediato, a quien
repugnaba su primera experiencia de la maldad humana y que
reflexionaba descorazonado ante la débil condición metafísica
del hombre, es ahora un ser proteico que encarna a todos los
personajes del teatro -de Hamlet a Ofelia,
de Horacio a Electra- y que se
despoja de ellos, como se despoja de una humanidad aniquiladora
y criminal, de la que reniega, asqueado de un mundo en ruinas y
de una Historia que no parece dejar más salida que la
destrucción, tal como la advierte desde la perversa encrucijada
en la que los acontecimientos lo han situado: a un lado y a otro
de la misma barricada.
La
propuesta de Ícaro puede resultar discutible, como, por
otro lado, puede suceder con cualquier escenificación de un
texto de Müller, pero se muestra valiente, animosa, ágil
y dotada de personalidad propia. Iñaki Garz parece
haberse desprendido de la gravedad con que habitualmente se
trata este texto terrible y ha preferido un juego irónico,
basado en una metateatralidad que emplea recursos diferentes,
como el teatro de marionetas, la entrevista televisiva o la
proyección de imágenes sobre una pantalla, además del discurso
conductor del personaje principal o las intervenciones más
ocasionales de los restantes actores, que parecen desempeñar una
función coral o ejercer unos papeles intercambiables, acordes
con una lectura del texto concebido como un largo monólogo
ilustrado por algunas acciones, que se presentan como la
plasmación del pensamiento o del sueño del protagonista.
Este Hamlet machine resalta, quizás frente a una primera
percepción superficial que parecería obviarla, la dimensión
política del texto, una dimensión que se alcanza acaso desde la
conciencia de decepción, o al menos de perplejidad, de unas
miradas jóvenes ante la insuficiencia de unos cambios políticos
que había despertado esperanzas e ilusiones. La acidez del
discurso de Müller se disuelve, sin embargo, en un humor
no siempre sarcástico, -aunque no exento de intención crítica-
en un predomino de los blancos sobre los tonos oscuros, y en un
recurso frecuente a las técnicas de la comedia y de la farsa.
Estos elementos del espectáculo dialogan con la contundencia de
algunas proyecciones y con tantos fragmentos del texto de
Müller. El resultado produce alguna incertidumbre en lo que
se refiere a su pertinencia, pero está dotado de coherencia
interna, de convicción y de audacia, además de mostrar una
saludable frescura.
Me parece acertado en líneas generales el trabajo
interpretativo, aunque me resultó un tanto sobreactuado en
algunos momentos el actor protagonista, defecto que resalta,
además, en una sala en la que la presencia del espectador es tan
próxima, como sucede en El canto de la cabra. Sin
embargo, las objeciones que pueden hacerse a este espectáculo no
impiden recomendarlo como una visión novedosa y saludable de un
texto de Müller.
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