LA CANTANTE CALVA
Yllana se encuentra con Ionesco
FOTOS: JULIO MOYA
|
Título:
La cantante calva.
Autor: Eugene Ionesco.
Traducción: Luis Echávarri.
Adaptación y espacio escénico: Yllana.
Iluminación: Diego Domínguez.
Vestuario: Sol Curiel.
Sonido: Jorge Moreno.
Estructura escénica: Dream Factory.
Coreografía: Carlos Chamorro.
Fotografías: Julio Moya.
Ayudante de dirección: Juan Francisco Dorado.
Dirección artística: David Ottone, Joseph O’Courneen.
Producción: Ramón Sáez, Santiago San Román.
Dirección: Joseph O’Courneen.
Intérpretes: Paloma Tabasco, Paco Churruca, Roser
Pujol, Carlos Cañas, Carmen Ruiz, David Fernández (Fabu).
Estreno en Madrid: Teatro Alfil, 14 – IV - 2005.
Se enfrenta Yllana a uno de los textos emblemáticos del
teatro del siglo XX. Uno de esos textos que representan
singularmente la visión que los seres humanos del siglo XX
tenemos de nosotros mismos y de la situación histórica en la que
vivimos. Y uno de esos textos, también, que todos conocemos, o
creemos conocer, y sobre los imaginamos acaso una escenificación
o, al menos, sobre los que proyectamos ya una interpretación,
una filosofía que debe sustentarlo o desde la que debe
comprenderse. Por todo ello no era una tarea fácil la que asumía
un grupo caracterizado por una singular manera de concebir el
teatro y dotado de una poderosa personalidad a la hora de
abordar un espectáculo.
La
relación - o el diálogo, podríamos decir - entre el sólido
quehacer escénico habitual de Yllana y el texto no menos
rotundo de Ionesco suponía un reto y planteaba
expectativas exigentes. El resultado, por encima del riesgo e
incluso de posibles objeciones más o menos puristas, es
brillante. Yllana ha conseguido un espectáculo armónico
en el que pueden percibirse a un tiempo los rasgos estéticos del
grupo y sus concepciones teatrales, y también el vigoroso e
inquietante humor de Ionesco. No ha sido precisa renuncia
ninguna. Han bastado, y no es poco, las extraordinarias
posibilidades teatrales de un texto excepcional, y la intuición
teatral y el rigor de un grupo que confirma una vez más su
calidad y su rigor en los escenarios.
Yllana se ha ceñido básicamente al texto de Ionesco,
con algunas leves alteraciones - alguna de ellas más discutible
-, pero lo ha mirado desde su condición de comedia, que en
ocasiones pudiera perderse desde interpretaciones apriorísticas
y acaso pedantes. La cantante calva es, en primer lugar,
una comedia que reformula los modelos clásicos del género sin
desprenderse de ellos. Y, como sucede con algunas de las grandes
comedias de la historia del teatro, en la de Ionesco se
trasciende la anécdota, precisamente desde el humor, para
proponer implícitamente una reflexión que se vuelve inquietante
e incómoda. Pero las hipótesis que, sobre el significado de
La cantante calva, pudieran formularse sólo deben
establecerse desde el humor corrosivo y potente con el que
Ionesco aborda las situaciones dramáticas.
Así
lo ha comprendido Yllana y ha presentado un espectáculo
pleno de limpieza y de rigor y rico también en una comicidad
sencilla y elaborada a un tiempo, ágil, sorprendente y fresca.
El espectáculo utiliza un inmenso y desproporcionado sofá rojo
como único elemento escenográfico y juega teatralmente con las
muy abundantes posibilidades que la dirección y actores son
capaces de extraer de esta intuición inicial respecto a la
concepción del espacio. Un vestuario sobrio, pero acertado y
preciso, un espacio sonoro de una notable eficacia y unos muy
reducidos, pero atractivos elementos de atrezzo completan la
dimensión plástica y sonora de este espectáculo fluido y exacto
que en nada empaña la corrosiva crítica de Ionesco, sino
que, por el contrario, la propone al espectador sin prejuicios,
sin orientaciones morales previas, sin pretensiones ni
pedantería.
Antes, o mientras tanto, el público ha asistido a una comedia
original, precisa y absolutamente inteligible, que desmiente
supuestos hermetismos en el texto de Ionesco, vertida a
través de un más que aceptable trabajo actoral, en el que se
aprecia la huella de Yllana, y en el que domina un
equilibrio entre lo farsesco y la convención de naturalidad
propia de la comedia, e incluso de la alta comedia, tratada
siempre desde un distancia paródica y, en el caso de los actores
más acertados, con un buen
dominio técnico de sus posibilidades humorísticas.
Este pequeño prodigio debe no poco a una dirección inteligente y
exacta, conocedora de las posibilidades de los actores de la
compañía, de las características del escenario del Alfil y de
las expectativas de un público exigente y cómplice a la vez.
Pero se trata además de una dirección que ha leído con agudeza
La cantante calva y la ha trasformado en un espectáculo
riguroso, atractivo y ejemplar. Como se decía antes, un
espectáculo de los que no conviene perderse.
|