TAZÓN
DE SOPA CHINA Y UN TENEDOR
(O HACER EL GILIPOLLAS)
(Teatro Danza)
UN ESPECTÁCULO DESENFADADO PROVOCATIVO Y PROTEICO
Título:
Tazón de sopa china y un tenedor
(o hacer el gilipollas).
Dramaturgia y dirección: Compañía Amaranto.
Artista plástica e iluminación: Ángeles Císcar.
Vídeos: Joan López Lloret y Ángeles Císcar.
Edición vídeos: Jordi Perramón.
Vestuario: Marta Pelegrina.
Compañía: Amaranto (Barcelona).
Intérpretes (performers): David Franch y Lidia
González Zoilo.
Estreno en Madrid: El Canto de la Cabra, 21 – X -
2004.
La sala El Canto de la cabra sigue empeñada en ofrecer
una verdadera alternativa teatral. Sin miedo al riesgo, sin
asideros fáciles, sin concesiones, y con propuestas en
apariencia modestas o poco pretenciosas, pero inteligentes,
sugestivas y distintas. En su diversidad, el conjunto de su
repertorio ofrece una perceptible coherencia, pero sin corsés
formales que ahormen los trabajos que se exhiben en la sala y
los conviertan en repeticiones clónicas de supuestos modelos de
éxito o en pretendidos aciertos. El equipo de El Canto de la
Cabra ha producido sus propios espectáculos, pero, sobre todo,
se ha mostrado sumamente generoso con propuestas emanadas de
otros grupos, de otras salas o de otras maneras de entender el
arte escénico. En las últimas semanas ha acogido un
extraordinario espectáculo, titulado Ritual mecánico, que
lamentablemente ha pasado inadvertido para los medios de
comunicación y quizás también para muchos espectadores que
hubieran debido verlo. Ahora llega Tazón de sopa china y un
tenedor (o hacer el gilipollas), a cargo de un joven grupo
denominado Amaranto.
Desde su título, Tazón de sopa china y un tenedor (o hacer el
gilipollas) sugiere un espectáculo desenfadado, provocativo
y proteico. Las relaciones de pareja, el amor y el desamor, la
soledad y los subterfugios para combatirla, o para esconderse de
ella, son los temas principales que se esbozan, más que
desarrollan. Como cabía esperar, el tratamiento incluye sus
dosis de escepticismo, de ternura, de humor, de acidez y de
cinismo. La capa de levedad que encubre unas relaciones, o una
ausencia de ellas, nada fáciles, permite vislumbrar zonas
doloridas, pero sin que nunca se consienta hablar de ello con
excesiva seriedad, ni siquiera reconocerlo con algún asomo de
franqueza. Se prefiere la burla, no demasiado cruel, la
mordacidad apuntada o el escorzo oportuno.
Todo ello en una línea de expresión postmoderna, no muy ajena a
la empleada en otros medios expresivos -cine, novela, canción,
etc.- o en algún teatro reciente, que, sin embargo, no resulta
en el presente espectáculo envejecida u obvia. Por el contrario,
mantiene una cierta frescura y hasta una relativa originalidad,
perceptible sobre todo en una formalización del trabajo que, sin
aportar ingredientes del todo nuevos, los ofrece rejuvenecidos,
aligerados y limpios. La compañía los ha asimilado y los ha
hecho suyos, por lo que un espectáculo, que en ocasiones
parecería asomarse a territorios mostrencos, mantiene un grado
suficiente de autenticidad, una proporción generosa de vida
propia.
A
estos rasgos mencionados se unen otros no menos conocidos por la
estética postmoderna, como son la fragmentariedad, la
deconstrucción, las interrupciones de la acción principal, las
interpolaciones, la apelación inmediata a los espectadores o la
relativización de cuanto se muestra en escena. Son frecuentes
los guiños al público y la confusión deliberada, siempre irónica
y limitada -y por tanto ficticia- entre la biografía del actor y
la del personaje que encarna.
No faltan tampoco las proyecciones de imágenes y de textos sobre
el fondo del escenario, ni tampoco la música, agresiva e intensa
en ocasiones, cuya irrupción en el escenario corre a cargo de
una tercera actriz, que opera como técnico, como maestro de
ceremonias, como coro singular, como árbitro o como un
espectador que jalea las acciones de uno u otro. Todos estos
elementos dialogan con la palabra y con la acción escénica que
ejecutan los intérpretes - performers, como el grupo
parece preferir, pero el diálogo busca siempre quebrar la
posible trascendencia y se resuelve en la ironía o en el quiebro
de la acción. La formulación de las desavenencias o de los
desamparos, de las distintas actitudes ante el amor o el
desamor, recurre a la expresión corporal, a la plasmación física
poderosa, desorbitada, acrobática, pero original y eficaz,
componente e imprescindible -en este trabajo- de esa ironía, a
la que contribuye también un peculiar empleo del desnudo -del
semidesnudo más bien- como imagen de esa intimidad quebradiza y
vulnerable. Y merece recordarse también la secuencia de la sopa
-que da título al espectáculo-, divertida e inquietante, y
dotada de una notable capacidad de sugerencia.
Este tipo de proyectos requieren un nivel de entrega, de
convicción por parte de los intérpretes, una implicación
absoluta en su diseño. Aquí se cumple esa condición, a la que
cabría añadir la simpatía transmitida, que no es sino una
consecuente forma de coherencia entre lo que se propone y su
manera de afrontarlo, y también a la adecuada preparación
técnica y física para llevarlo a cabo.
Eduardo Pérez – Rasilla
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Teatro El Canto de la Cabra
Aforo: 60
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Autobuses: 3, 40 y 149
Horario de taquilla: 1 hora antes de cada función.
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