RESEÑA, 1999
NUM. 308, pp.3 |
FESTIVAL ALTERNATIVO
SOLEDAD Y ENSUEÑO DE ROBINSON CRUSOE
Desde la ironía
La crítica que publicamos a continuación no apareció integra en Reseña,
en su momento, pero se recuperó en un artículo sobre la temporada teatral de
1999, que firmó el autor de la crítica Soledad y ensueño de Robinson
Crusoe (1999), Eduardo Pérez Rasilla.
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Título: Robinson Crusoe
Autor: Ignacio del Moral
Escenografía y vestuario: Mónica Florensa, Maribel Ganso y Joaquín Santamaría
Música: Óscar G. Villegas
Intérpretes: Isaac Martín, Miguel
Escutia, Javier Azuara, Pilu Brea
Dirección: Juan Manuel Joya
Estreno en Madrid: Sala Ensayo 100, 22 – I - 1999.
Soledad
y en sueño de Robinson Crusoe es uno de los primeros textos de Ignacio del Moral. El autor, uno de los
más brillantes del panorama teatral español, aunque no se le haya
valorado como merece, lo ha revisado a
la vuelta de los años y lo ha modificado sustancialmente.
El resultado es este texto que ha montado
Juan Manuel Joya para la sala Ensayo 100 en el marco del Festival Alternativo, interesante, sin
duda, pero que parece necesitar una reelaboración más profunda, pues se trata de
una historia que comienza brillantemente, pero se estanca después durante un largo período y no recupera el pulso hasta
la aparición del personaje de Viernes. Los aciertos y los momentos
más lúcidos, que abundan, alternan con fases de decaimiento - sobre todo los
pasajes narrativos o ilustrativos - que hubiera sido preferible eliminar o
transformar. A pesar de ello, Soledad y ensueño de Robinson Crusoe
es un texto entrañable, lleno de humor y en el que destaca el dominio de
su oficio por parte del dramaturgo.
La
conocida historia de Robinson constituye el punto de
partida para una reflexión irónica sobre la colonización y el racismo, para cuestionar los valores
dominantes y para destacar el relativismo de algunas actitudes y algunos
comportamientos sancionados por la moral al uso. Es interesante advertir cómo
estos aspectos han ido configurando algunos de los más significativos textos
posteriores del dramaturgo, por ejemplo, La mirada del hombre oscuro o Rey
negro. La imagen irónica del hombre blanco marginado en una comunidad negra
constituye en Robinson una lúcida sátira de los supuestos en los que se apoya el racismo y una invitación al
respeto a la diferencia, pero además recuerda a la última de las obras citadas
en lo que tiene de marginación dentro de la marginación, proceso que culmina
aquí con la llegada de Viernes a la isla robinsoniana en busca
de un igual y se encuentra, de nuevo, con que es recibido como un ser
diferente. Lo que en Rey negro es trágico, aquí se trata con una mueca
que despoja a la historia de toda solemnidad, pero no de su sentido profundo.
Robinson en su isla intenta ridículamente
imponer unas normas que carecen de sentido fuera de la metrópoli y que, vistas
a través de la distancia que proporciona el tiempo, resultan risibles. Por
ello, la relación amo-criado que pretende establecer inicialmente el náufrago
británico con el aborigen se transforma con los años en una camaradería,
en la que tal vez perduran nominalmente las vacías categorías sociales que
estableció Robinson, pero en la que ambos han descubierto su condición
común de desterrados, de habitantes de un mundo en el que es precisa la
solidaridad entre ellos para subsistir.
Incluso
el espectro del padre de Robinson, obligado a vagar
indefinidamente por el mundo como consecuencia de su suicidio, acepta, en la
sugerente escena final, cuidar amorosamente a los dos ancianos en que se han
convertido los habitantes de la isla solitaria, y olvidar sus prejuicios de
súbdito de la corona británica. La ternura, la ironía y el humor impregnan este
paisaje humano dibujado por Ignacio del
Moral, como sucede a lo largo de su obra dramática toda.
La
puesta en escena ha sido sobria y correcta. Se ha procurado sobre todo destacar
esa humanidad de los dos personajes que protagonizan la pieza y el contraste entre las grandilocuentes
palabras de Robinson y la situación en la que se encuentra, menesterosa y
sencilla a la vez. El humor es el rasgo elegido para dibujar los contornos de
unos seres que, al margen de los excesos retóricos, viven una existencia
modesta, olvidada por todos y, en consecuencia, necesitada de cariño.
La
escenografía es sugerente y limpia, recreación estilizada de una isla en la que
lo salvaje y lo hogareño conviven en una mezcla extraña pero
armoniosa. Las cañas que pueblan la isla configuran un paisaje exótico,
pero a la vez se convierten instrumentos de gran utilidad dramática: objetos
arrojadizos, símbolos de poder, utensilios varios, etc. La acertada música
compuesta por Óscar Villegas
desempeña también un papel importante en la configuración de espacios y
situaciones, pero se echa de menos una mayor presencia del elemento sonoro. La
iluminación es adecuada, pero el día en que asistí a la función percibí una
cierta brusquedad en los efectos y algo semejante ocurría con la entrada y
salida de la música. No eran sencillas las transiciones: hay demasiados cambios
de tiempo, lo que parece pedir de nuevo el aligeramiento del texto, porque
tanto corte termina por pesar en el ánimo del espectador, que los siente como
innecesarios en algunas ocasiones, y, sobre todo, dificulta notablemente la
labor de la dirección y del equipo técnico.
Se
advierte un notable trabajo en lo que respecta a la interpretación de los
papeles principales, pero el resultado no siempre es el apetecido. Isaac Martín se enfrenta con entusiasmo
a su personaje de Robinson, pero éste se le vuelve un papel imposible durante los
largos relatos que se ve obligado a hacer directamente al público. Miguel Escutia ha compuesto un
entrañable Viernes, generoso y pícaro a la vez, y aunque no logra ser
brillante, su trabajo resulta consistente y creíble. Más endeble parece el
trabajo de Javier Azuara y Pilu Brea, pese a que no faltan a su
personajes rasgos que los hacen muy
atractivos por su desmesura y por el contraste entre lo que dicen representar
social y moralmente y su verdadera conducta.
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