Ildebrando Biribó: Crítica Imprimir
Escrito por José R. Díaz Sande   
Sábado, 25 de Febrero de 2012 16:40

 

RESEÑA, 2003
NUM. 347, pp. 10

ILDEBRANDO BIRIBÓ
O
“UN SOPLO AL ALMA”

LA MEMORIA DE LOS ACTORES

ES UN TEXTO ORIGINAL, RICO EN CONTENIDO
Y CON UN CARÁCTER DE PEQUEÑO
TRATADO DE HISTORIA TEATRAL


Título: Ildebrando Biribó o “Un soplo al alma”.
Autor: Emmanuel Vacca.
Traducción e interpretación:
Alberto Castrillo-Ferre

Escenografía, Atrezzo y vestuario:
La Vascoaragonesal

Espacio Sonoro: Iñaki Rikarte / Manuel Maldonado.
Iluminación: Patricio Jiménez.
Producción: Carmen Carrasco.
Compañía de teatro: El Gato Negro.
Dirección: Iñaki Rikarte.
Estreno en Madrid: Teatro Pradillo,
9-1-2003 (En gira)

ALBERTO CASTILLO-FERRE

El texto de Emmanuel Vacca se remonta a la época del estreno de Cyrano de Bergerac. Allí ocurrió algo sorprendente. Al final de la obra, Ildebrando Biribó estaba muerto en la concha del apuntador. Ildebrando fue el apuntador de la primera representación mundial del tal Cyrano.

Resulta original que el autor Emmanuel Vacca se haya fijado en el apuntador para reconstruir los entresijos del arte teatral. Hoy, los apuntadores enclaustrados en un agujero y con concha como palio, ya han desaparecido, pero fueron la voz de aquellas itinerantes compañías de repertorio que a las siete representaban a Echegaray ya las diez a Arniches. Gracias a él, Arniches no ocupaba el terreno de Echegaray, ni éste el de aquel. Este monólogo sobre Ildebrando termina por ser un homenaje a la figura del apuntador, siempre olvidada en las fichas técnicas y en los anales de la literatura teatral. ¿Han visto alguna vez que en el elenco de la obra publicada, después del estreno, aparezca Apuntador: Ildebrando Biribó? o ¿que una crítica de la época elogie lo bien que se apuntaba sin que el público lo oyera? o ¿que los actores, en esos lapsus memoriae, den las gracias a ese salvavidas textual que es el apuntador? ¿Ha salido a saludar alguna vez cuando los aplausos son atronadores?

Vacca se ocupa de esta figura humilde y la aprovecha para evocar el mundo del teatro desde muchos ángulos. Al mismo tiempo nos descubre la auténtica personalidad de esta profesión: la posible frustración de no haber podido llegar a ser actor y la consiguiente compensación cuando por oficio encarnan a todos los personajes teatrales: galanes, damas, malvados, niños, ancianos... El actor se tiene que conformar con el personaje que la producción le asigne. El apuntador no tenía que doblegarse a esta condición.

Es un texto original, rico en contenido y, a la vez, un pequeño tratado de historia teatral. En su género aparece como monólogo, pero bien advierte el programa de mano que es un “monólogo a varias voces”. Todo monólogo tiene algo de esto, pero en este caso la acentuación es mayor. Podría dársele otro tratamiento escénico: visualizarlo a través de diversos actores. No obstante la enjundia de la puesta en escena radica en encomendárselo a un solo actor.

Tal tratamiento obliga a desplegar la imaginación en cuanto a la interpretación, movimientos y recursos escenográficos y de atrezzo. Todo lo mencionado está bien conseguido. La dirección de Iñaki Rikarte encuentra el ritmo adecuado y la solución para las transiciones espaciales y conceptuales, así como para la concepción del espacio escénico, al crear ese buró decimonónico de funcionario, que es una gran caja de sorpresas, con una transformación muy ingeniosa que recrea los diversos lugares de la acción. La hora y media es un vuelo.

Alberto Castillo, intérprete y traductor del texto, es un actor con muchas cualidades que hace muy suyo este Ildebrando y despliega una gran gama de matices en sus personajes. Es un trabajo actoral bueno. No obstante todavía le falta, en algunos momentos, la simbiosis total con los variopintos personajes. Esa cualidad que poseen los grandes veteranos de los monólogos en donde nos engañan hasta el punto de que el espectador no distingue entre actor y personaje. Entre ellos Pavloski con su «gran loca» Pavloski. Nunca olvídaré el desdoblamiento entre la «loca pluma» y el director Pavloski cuando en uno de sus espectáculos nos hizo participar a los espectadores y nos preparó entre bastidores. La «loca pluma» había desaparecido y te encontrabas ante el exigente director de escena. Pues bien, a Alberto todavía le falta ese punto de encarnación total. O dicho, en otras palabras, debería revisar cierta sobreactuación en algunos momentos.

Ildebrando Biribó es un texto enternecedor en cuanto al contenido, por el personajillo enamorado del teatro desde su anónima gruta, y bueno en cuanto al trabajo escénico.

 


José Ramón Díaz Sande
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