CAPRICCIO (KONVERATIONSSTÜCK FÜR MUSIC)
CARNALIDAD DE PALABRA Y MÚSICA
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MALIN BYSTRÖM / ANDRÉ SHUEN FOTO: JAVIER DEL REAL |
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NORMAN REINHARDT / MALIN BYSTRÖM FOTO: JAVIER DEL REAL |
De la temporada operística del Teatro Real 2018 /19, aún no finalizada ya que falta La peste e Il Trovatore, personalmente me han llamado la atención tres títulos: Idomeneo, Falstaff y Capriccio. De Idomeneo cabe resaltar la adaptación a los tiempos actuales, los cuales no restallaban, como sucede en otras ocasiones. Falstaff ha sido una tragi-comedia muy cercana al espectador, llena de imaginación. No es el momento de analizarlas más extensamente, sino que prefiero centrarme en Capriccio porque me ha resultado impactante a todos los niveles.
Acerca de las notas históricas y biográficas de Capriccio me remito a lo ya aparecido a nivel informativo en www.madridteatro.net bajo el título Capriccio. Strauss. Asher. Christof. T. Real. (CLIKEAR) De todas formas baste recordar que la historia parte de una idea de Stefan Zweig que se plasmó en un libreto escrito a tres manos: Joseph Gregor (1888 - 1960), Richard Strauss (1864 - 1949) y Clemens Krauss (1893 - 1954), y música a una: Richard Strauss.
"PRIMA LA MUSICA E POI LE PAROLE"
El estallido que da lugar a toda una historia con diversas capas es algo eterno en el mundo de la ópera y por ende de la zarzuela o el teatro musical. ¿Qué importa en una ópera? ¿El libreto o el canto? De hecho Stefan Zweig concibió la idea a partir de un divertimento musical operístico que descubrió en 1782: Prima la musica e poi le parole con música de Antonio Salieri (1750 - 1825) y del poeta, abad, satírico y libretista de óperas ligeras Giovani Battista Casti (1724 ? - 1803?), y propuso a Richard Strauss que tratase el miso tema.
Esta temática ha engendrado a lo largo de los siglos no solamente una disputa sobre qué era lo más importante, sino que creó una resignación en el público de aceptar dudosos libretos con tal de que la música fuese sublime. La misma reflexión surgía acerca de los cantantes. Se les perdonaba ser malos intérpretes dramáticos con tal de que su voz regalase los oídos. No son casuales las florituras canoras de una época para el lucimiento de la voz, relegando el libreto a una mera excusa. Tiempos posteriores intentaron que la ópera - palabra y música - constituyeran un todo.
La historia de Capriccio en una lectura simple se puede resumir en la duda hamletiana de la protagonista, la condesa Madeleine.
Madeleine, culta y refinada, no se decide entre el amor de dos pretendientes: un poeta (Olivier) y un compositor (Flamand). Para celebrar su cumpleaños se organiza una pequeña obra de teatro en la que participan los dos artistas. A partir de ahí surgirá el debate intelectual y filosófico sobre el predominio de la palabra o la música.
En principio esta ópera se aparta de los cánones tradicionales en los que la historia supone un conflicto dramático y una acción en los personajes. Capriccio se presenta como disquisición filosófica. Un diálogo/debate sobre los conceptos mencionados: palabra y música. Es más, dramáticamente es un monólogo interno de Madeleine, donde abunda la palabra cantada y es importante comprender el texto.
Aunque el conflicto palabra/música sea el tema central no se oculta una reflexión sobre el teatro en general, puesto que hay una famosa actriz (Clairon), el conde-actor hermano de la condesa, un empresario teatral (La Roche), el apuntador…, todo lo necesario para llevar a cabo la representación teatral de piezas cortas con el fin de festejar el cumpleaños de Madeleine.
Otro tema es el desconcierto amoroso de Madeleine ante el nacido amor en su interior hacia el poeta Olivier o el compositor Flamand. Sentimiento amoroso olvidado por ella desde que enviudara hace muchos años. Olivier encarna la palabra y Flamand la música. Expresado de esta forma cabe pensar que lo que Capriccio nos propone es una inteligente alegoría, en la que la abstracción de los conceptos palabra y música encuentra su encarnación escénica en Olivier y Flamand. No obstante la puesta en escena de Christof Loy consigue, en un bello marco escénico minimalista, revestir de carnalidad a tales conceptos abstractos y llevarla más allá de una pura alegoría o disquisición filosófica. A este respecto es interesante la reflexión de la soprano Malyn Bystróm (intérprete de Madeleine) en la rueda de prensa: "no sabría interpretar un personaje si no es de carne y hueso, de la vida real. Al menos es así como hemos abordado, este personaje desde el principio y hemos descubierto una cantidad enorme de colores y matices del personaje".
Llegados a este punto, sin olvidar la discusión palabra/música, Capriccio se convierte en un dilema de amor. Madeleine se siente atraída por Olivier y Flamand y, en el caso de elegir, ¿con quién quedarse? ¿Qué es lo que le atrae de cada uno? ¿La poesía de las palabras de Olivier o la melodía de la música de Flamand? El discurso palabra/música enmascara algo más profundo: el riesgo de tener que elegir en el amor. La indecisión lleva a desear lo que se ha conocido históricamente como un "menàge a trois", tema que el cine lo ha tratado en varias ocasiones. Entre ellas está la refrescante película de François Truffuat, Jules et Jim (1962), y, en España, la obra teatral El baile (1959) de Edgard Neville, un poético "menàge a trois", para deshacer la zozobra de tener que elegir. En Capriccio nunca sabremos cuál ha sido la elección de Madeleine. Tampoco sabremos si Madeleine se siente atraída por la poesía o la música, o más bien por la carnalidad de ambos posibles amantes. En el fondo Capriccio se sitúa en el núcleo del romanticismo en el que el amor huía de la corporalidad.
Llevando más lejos el tema del riesgo que supone elegir entre dos amores, Capriccio también se puede considerar como portadora de un tema más universal: la angustia de tener que elegir continuamente en la vida. Elegir supone sacrificar. Capriccio es pues obra con muchos niveles.
ESPLÉNDIDA PUESTA EN ESCENA
Christof Loy consigue una espléndida y bella puesta en escena en la que cobra gran importancia la labor interpretativa de todos los cantantes. Está tratada como si fuera una obra de teatro de prosa, lo cual le da ese aspecto de estar ante seres de carne y hueso, más que ante una elucubración abstracta. Aprovecha la expresiva obertura de Richard Straus para empezar a contar la historia. Madeleine, con unos años más, llega a la casa y a partir de ahí comenzarán los recuerdos. El resto de la obra será un largo "flash back" con un final que vuelve al comienzo. Nos deja en la duda de cuál fue la elección.
Además de los personajes centrales, Christof integra el mundo de los criados - después tendrán que cantar - en el cambio escenográfico de muebles, de modo que las transiciones se integran con naturalidad en la narración. Este fluir y deambular de los personajes por la escena es una de las virtudes de toda la función, ya que da vida a lo que podría ser algo más discursivo y estático. Hay algo más en ellos: ser testigos un tanto irónicos de todo lo que acontece.
Toda la puesta en escena está revestida de un halo poético romántico, potenciado con el recuerdo y la danza, que se ve reforzada por la sobriedad de la escenografía gris perla de Raimundo Orfeo Voigt, la delicada iluminación de Franck Evin y la exquisitez del vestuario de Klaus Bruns.
UNA ORQUESTA RESPETUOSA
Richard Strauss compone una partitura que, de alguna manera, cumple con la tesis palabra/música. Llama la atención el que no notamos una presencia orquestal protagónica, salvo en la obertura, sino que sirve a la acción, como si de una banda sonora cinematográfica se tratara, y respeta el canto. A esta discreción musical ayuda la batuta de Asher Fisch que dosifica bien los volúmenes en cada escena.
CANTANTES CONVINCENTES
En conjunto se puede afirmar que nos encontramos ante un reparto de cantantes convincentes todos ellos. Sobresale la soprano lírica Malin Byström en el papel de Madeleine. No es fácil su tesitura en cuanto que tiene que combinar vigor y delicadeza, así como una resistencia ya que, salvo 15 minutos, se mantiene todo el tiempo en escena. Malin Byström aborda su interpretación con naturalidad y sin acusar desfallecimiento. Es un ejemplo de buen canto en el soliloquio final. Si en la parte canora sale triunfadora, no lo es menos en la parte interpretativa, en la que muestra sus dotes de actriz con muchos registros.
Christof Fischesser como el empresario teatral La Roche, es un bajo de rotunda sonoridad que impacta por su seguridad. Otra voz que llama la atención es la del joven barítono André Schuen como Olivier por lo que tiene de resonancia. El resto de los cantantes no desmerecen el nivel general. Cabe mencionar a la soprano ligera Leonor Bonilla y al tenor ligero Juan José de León en su cometido de "cantantes italianos", que cumplen a la perfección.
Mención especial son los ocho criados: Emmanuel Faraldo (tenor), Pablo García-López (tenor), Manuel Gómez Ruiz (tenor), Gerardo López (tenor), Tomeu Bibiloni (barítono), David Oller (barítono), Sebastià Peris (barítono) y David Sánchez (bajo). Sobresalen en sus tres facetas: tramoyistas , enmascarados como criados, su cómica labor interpretativa y su intervención como cantantes al final en un divertido octeto de gran calidad sonora.
Capriccio es una gran sorpresa, ya que enfrenta al espectador ante un título poco conocido, y con un excelente resultado escénico y sonoro hasta el punto de poderse considerar como una de las mejores representaciones del Teatro Real de ésta y otras temporadas.
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FOTO: JAVIER DEL REAL |
Título: Capriccio (Conversación con música en un acto) Música: Richard Strauss (1864 – 1949) Libreto: Joseph Gregor, Richard Strauss y Clemens Krauss, basado en la idea original de Stefan Zweig Estrenada en el Staatsoper de Múnich el 28 de octubre de 1942 Estreno en el Teatro Real Escenógrafo: Raimund Orfeo Voigt Figurinista: Klaus Bruns Iluminador: Franck Evin Coreógrafo: Andreas Heise Asistente del director: musical Ido Arad Asistentes del director de escena: Georg Zlabinger Supervisora de dicción alemana: Franziska Roth Nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Opernhaus de Zürich Las funciones de Capriccio cuentan con el patrocinio de la Junta de Amigos del Teatro Real
Intérpretes: Malin Byström (La condesa Madeleine), Josef Wagner (El conde), Norman Reinhardt (Flamand), André Schuen (Olivier), Christof Fischesser (La Roche), Theresa Kronthaler (Clairon), John Graham-Hall (Monsieur Taupe), Leonor Bonilla / Juan José de León (Dos cantantes italianos), Torben Jürgens (El mayordomo), Ocho criados: Emmanuel Faraldo, Pablo García-López, Manuel Gómez Ruiz, Gerardo López, Tomeu Bibiloni, David Oller, Sebastià Peris, David Sánchez Condesa/Bailarina: Elizabeth McGorian Condesa niña/Bailarinas: Julia Ibáñez, Clara Navarro
Orquesta Titular del Teatro Real Edición musical: Boosey and Hawkes Music Publishers, Ltd., of London. Editores y propietarios Director musical: Asher Fisch Director de escena: Christof Loy Duración Aproximada: 2 horas y 20 minutos (Sin interrupción) Estreno en Madrid: Teatro Real (Sala Principal), 27 - V - 2019
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