EL ARQUITECTO Y EL EMPERADOR DE ASIRIA ARRABAL EN ESTADO PURO
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FERNANDO ALBIZU |
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ALBERTO JIMÉNEZ FOTO: www.madridteatro.net |
Cuando el único superviviente de un accidente de aviación llega a una isla y se topa con su también único habitante, un hombre asustadizo que no sabe hablar, intuimos que estamos ante un suceso extraordinario, más aún cuando descubrimos que el recién llegado es el emperador de Asiria y que su anfitrión es, no un arquitecto, sino el Arquitecto. La situación inicial nos recuerda el encuentro de Robinsón Crusoe con Viernes y la labor instructora que aquel desempeña para convertir al salvaje en un ser civilizado, pero el hecho de que el cronista de la historia sea Fernando Arrabal nos hace presumir que no se quedará ahí y que su desarrollo tendrá otras ramificaciones. En efecto, la relación entre ambos personajes es compleja. Asistimos atónitos a sus disputas; vemos como se rechazan y, cuando están separados, se buscan porque la soledad les aterra y se necesitan; cómo sus papeles, al principio perfectamente definidos, se intercambian o se desdoblan en otros seres sin dejar de ser ellos mismos; a veces, sus conductas nos parecen escandalosas y nos inquieta pensar que, en el fondo, no tienen nada de extraordinarias y que cualquier ser humano ha incurrido en ellas alguna vez o ha estado tentado de hacerlo.
El arquitecto y el emperador de Asiria fue escrita en 1957, cuando su autor ya había alumbrado las, a mi juicio, sus mejores obras: El cementerio de automóviles, Picnic, El triciclo, Los dos verdugos y Fando y Lis. En ella, habita Arrabal en estado puro, el discípulo tardío del surrealismo, el cofundador del movimiento pánico, el histrión que aderezó su imagen pública a base de aspavientos, ceremonias de la confusión y escándalos medidos, aunque alguna vez se le fuera la mano. Era el Arrabal idolatrado, aunque muchos de sus devotos no le comprendieran del todo. Sin embargo, pocos estaban dispuestos a confesarlo. De lo contrario, no se explica lo sucedido cuando fue publicada por primera vez en español en la revista norteamericana Estreno, años después de que se diera a conocer una versión en francés. Hubo, no se sabe obra de quien, diversas modificaciones del texto y un baile de páginas que la hacían ininteligible. Nadie se percató de ello, pero llovieron los elogios. Al fin y al cabo, era teatro del absurdo, como si el absurdo lo fuera de verdad y careciera de lógica. Luego, en la edición de Catedra, solo se reordenaron las páginas, pero no los demás errores. Esto viene a demostrar que no estamos ante una pieza cuyo contenido tenga fácil interpretación. Hay muchos pasajes oscuros y situaciones contradictorias. Sucede en otras obras del mismo autor. En algunas lo atribuimos a que, al final, se desvela que los protagonistas son seres marginados o escapados de establecimientos psiquiátricos que han jugado a ser los personajes que representan. En el caso que nos ocupa, lo que se escenifica es el sueño, como casi todos desordenado y sin reglas, del arquitecto, en el que tienen cabida sus múltiples obsesiones y fantasías, que no son otras que las que habitan la cabeza y el teatro de Arrabal. El emperador no es, pues, un ser real, sino imaginado por el soñador o creado por Arrabal para darle un compañero que le alivie de su soledad y en el que, llegado el caso, se reconozca, como si fuera su propia imagen reflejada en un espejo.
Es probable que una encuesta sobre lo que cada espectador ha visto en El arquitecto y el emperador de Asiria arrojase resultados que, a primera vista, pudieran resultar sorprendentes, pero que no serían sino un compendio de los temas que recorren la obra, no solo teatral, sino narrativa y cinematográfica, del autor. En ella, además de la soledad del ser humano, a la que ya he aludido, se habla de la culpa, de la justicia arbitraria, de la mezcla de amor y odio que preside las relaciones humanas y, cómo no, salen a relucir cuestiones alusivas a la religión católica y al origen divino del universo, amén del permanente conflicto con su madre, que años después resolvería, en parte, en Carta de amor.
No estamos ante una obra cuya puesta en escena resulte sencilla. Quizás eso explique que, salvo la de Adolfo Marsillach en 1978, nunca haya habido otra en España. Cierto es que, en aquella ocasión, el autor mostró su disconformidad prohibiendo su representación pocos días después de su estreno, aunque es difícil saber si fue un montaje fallido, pues el autor tomó tan drástica decisión sin haber visto el espectáculo, guiado solo por los comentarios negativos que le hizo quien entonces actuaba como intermediario suyo en la Tierra. Bienvenida sea, pues, su recuperación y celebremos que haya llegado de la mano de la directora argentina Corina Fiorillo. Ignoro si era arrabaliana. Ahora lo es, sin duda. Se ha enfrentado a este reto sin complejos y ha hecho, de todas las lecturas posibles, aquella en la que ella más cree. En la breve nota que ha redactado para el programa de mano habla de una gran metáfora de la sociedad que cae continuamente en sus propios errores, de seres humanos marcados por la culpa y del universo sagrado que todos tenemos dentro. También de la lucha interior entre lo que somos y lo que anhelamos ser. Y todo ello a través del humor, la poesía y el absurdo.
Para plasmar su idea ha contado con dos excelentes actores que, como ella, han puesto toda la carne en el asador: Fernando Albizu en el papel del emperador y Alberto Jiménez en el del arquitecto. Ambos se instalan en un espacio bastante distinto al propuesto por Arrabal. Éste nos habla de un pequeño calvero con una cabaña, una silla rústica y, al fondo, algunos matorrales. Lo que vemos son varios armarios, una mesa y un baúl repartidos por el escenario, como si el mobiliario de la cabaña hubiera sido sacado a la intemperie, y, en vez de los matorrales, un suelo sembrado de plantas marchitas. En tal espacio interior con el firmamento como techo, que sugiere el lugar de confluencia de lo íntimo y la inmensidad, ambos intérpretes se entregan a un delirante juego en el que intercambian sus papeles, asumen los de otros personajes ficticios, se travisten y se desnudan, se flagelan, lloran, se sienten grandes y, al punto, pequeños. Toda una ceremonia que exige un notable esfuerzo físico y mental que ellos afrontan con solvencia.
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FERNANDO ALBIZU / ALBERTO JIMÉNEZ FOTO: www.madridteatro.net |
Título: El Arquitecto y el Emperador de Asiria Autor: Fernando Arrabal Música original y diseño sonoro: Rony Keselman Iluminación: Soledad Ianni Vestuario: Gabriela A. Fernández Escenografía: Norberto Laino Coordinación de producción: CTBA Gustavo Schraier Asistencia de dirección: CTBA Ana Belén Saint-Jean y Ticiana Tomasi Asesoramiento de casting: Norma Angeleri Asistente de iluminación: Carolina Rabenstein Asistencia de vestuario: Daniel Chihuailaf Asistencia de escenografía: Sofía Eliosoff Diseño y realización de máscaras y espantapájaros: Norberto Laino y Sofía Eliosoff Ayudante de escenografía en Madrid: Alessio Meloni Una co-produccióndel Teatro Español con el Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) Intérpretes (por orden de intervención: Fernando Albizu (El emperador de Asiria), Alberto Jiménez (El Arquitecto) Dirección: Corina Fiorillo Duración: 1h 40min. aprox Estreno en Madrid: Naves del Español (Matadero), (Sala Mas Aub), 23 - IX -2015
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