ADELA EL AMOR, ¿CALLEJÓN SIN SALIDA?
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LUCÍA ASTIGARRAGA / VÍCTOR ALGRA FOTO: www.madridteatro.net |
Rosel Murillo Lechuga, con la compañía Barluk Teatro ofrece una ingeniosa historia: la relación y destino de Adela, la hija menor de La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, debido a su romance con Pepe el Romano, romance de sobras conocido que ha terminado por ser paradigma de la opresión. Bernarda, autoritaria y de principios morales y cívicos rígidos, desencadena la tragedia. El enclaustramiento de sus hijas, por ordeno y mando, y el matrimonio de conveniencia entre su hija mayor Angustias y Pepe el Romano, se vuelven contra Bernarda: Adela romperá las cadenas que la atan y conseguirá la consumación de su amor desaforado y pasional con Pepe el Romano. Con ese amor firmaba su sentencia de muerte: se ahorca al ver que no va a poder vivir, ya, en un mundo libre.
Esta historia de Lorca que subtituló Crónica de las mujeres de España, la retoma Rosel y la reelabora. Nos centramos en la relación entre Adela y Pepe el Romano, personaje que en la obra original conocemos por boca de unas y otras, pero nunca gozamos de su presencia física. En esta ocasión sube a escena, lo mismo que la relación pasional y sensual entre ambos.
La amorosa pasión de ambos deja paso a la rutina y distanciamiento por parte de Pepe el Romano, que lleva a la discusión, el desaliento y los deseos obsesivos y posesivos por parte de Adela, con el fin de llegar a una vida matrimonial. Si la Adela de Lorca no soporta la hipotética realidad del enclaustramiento , la de Rosel, al experimentar la realidad de una vida conyugal, tampoco. La historia se convierte en una historia actual de relación de pareja, cuando la pasión se ha aletargado, sobre todo por parte del hombre. Tal situación no está muy lejos del Pepe el Romano lorquiano, al que sólo le guía el deseo y la pasión. Con toda esta reflexión sobre el mito de Adela, Rosel parece insinuar la imposibilidad de un amor duradero más allá de la pasión. La incapacidad de tal madurez parecer proceder del hombre, que a lo más que llega es a tener alguna concesión, no se sabe si por compasión o por el "tengamos la fiesta en paz".
Esta historia, se prologa y se entremezcla con monólogos de uno y otro personaje con mensajes muy explícitos, los cuales, en boca de Adela, terminan por ser arengas directas, demasiado directas, animando a la mujer a no dejarse atenazar. Retoma, de este modo, el espíritu de la Adela lorquiana, cuyo suicidio es expresión de liberación.
Tales monólogos son excesivamente explícitos, y dudo que resulten válidos. Rompen el desarrollo dramático de la acción, que ya es suficientemente expresivo a nivel ideológico, por sí mismo. Posiblemente, este rechazo que se experimenta, al menos yo, ante los monólogos, proceda del volumen inadecuado y desaforado de voz, que, en la Sala pequeña (la Sala dos del Teatro Fernán Gómez), resulta desproporcionado. Tal vez, con una recitación más sobria podrían integrarse mejor. Hay, pues, una doble duda acerca de ellos para que resulten válidos: ¿no podrían decirse menos gritonamente?, y segundo ¿es tan necesario el que sean tan explícitos?
El texto, a nivel literario, fluye con naturalidad, con bellos pasajes de aroma lorquiano, sin caer en el pretencioso plagio, y, por el contrario, acercándolo a un lenguaje más de a pie. Este equilibrio entre lo poético lorquiano y la contemporaneidad literaria es una de las principales virtudes del texto.
La ágil y bien ritmada dirección y puesta en escena de Antonio Domínguez y Rosel Murillo ha recurrido a elementos muy expresivos visual y gestualmente, con un gran poder de evocación, creando imágenes sublimes. Entre ellas el velo de la novia surgido de la tierra - ¿la sepultura? - y el abrazo entre la cuerda y Adela. También la de los dos cuerpos fundidos en un desaforado abrazo. Los sobrios elementos escénicos - cuerda, mesa y suelo -, cobran un potente significado que expresan un doble juego: la evocación de la tierra y de la pasión, así como la historia lorquiana de La Casa de Bernarda Alba.
La dirección, a nivel interpretativo por parte de Antonio Domínguez y Rosel Murillo, de los actores Lucía Astigarraga (Adela) y Víctor Algra (Pepe el Romano) es muy eficaz, desde el punto de vista sensorial, en lo que respecta al aspecto corporal y el coreográfico. Hay momentos poéticos de gran fuerza evocadora: la secuencia del velo, la de la cuerda, el abrazo... Todo el conjunto, visualmente, posee un halo poético y connotativo de gran belleza. Referente al aspecto verbal, resulta mejor la interpretación de ambos en los diálogos, que en los monólogos, los cuales, como he dicho, habría que revisar por ser demasiado explícitos en lo que respecta al contenido, pero sobre todo eliminar ese matiz mitinesco. ¿Por qué no decírselo al público de un modo más intimista, como la de una confesión que sale de lo profundo de las entrañas?
La reflexión de Rosel, a partir de la mítica Adela, contiene cierto pesimismo con respecto a la pareja. Si en la Adela lorquiana, la imposibilidad de seguir adelante se debía al entorno social, en la Adela de Rosel, esa imposibilidad surge de la propia pareja, cuando la pasión se acaba. Queda una doble pregunta en el aire ¿en qué consiste el verdadero amor, y de quién depende?
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LUCÍA ASTIGARRAGA FOTO: www.madridteatro.net |
Título:Adela Autora: Rosel Murillo Lechuga Realización escenografía: Andrés Murillo / Miguel Ángel Potenciano Realización vestuario:Azucena Calzada Música:Armand Amar Diseño gráfico:Laura Reyero Fotografía:Borja Barrera / Ernesto Serrano Producción:Mayte Barrera Compañía:Barluk Teatro Intérpretes:Lucía Astigarraga / Víctor Algra Dirección de Escena : Antonio Domínguez y Rosel Murillo Lechuga Duración:70 minutos (aprox) Estreno en Madrid (Estreno absoluto) (Sala dos):7 - V -2014
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