NUESTRA CLASE
(NASZA KLASA)
HERMANO CONTRA HERMANO
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FOTO: FEI |
Nuestra Clase surge a partir de la investigación de Jan T. Gross: Vecinos: La destrucción de la Comunidad Judía en Jedwabne, Polonia. El dato histórico que aportaba era la quema de 1.600 judíos en un granero durante la Segunda Guerra Mundial, en un pueblo de Polonia: Jedwabne. Como autor de tal asesinato se culpó a los nazis, lo cual encajaba perfectamente conos desmanes que éstos llevaron a cabo. Se erigió una Placa conmemorativa, culpando al pueblo alemán: "Lugar de martirio para el pueblo judío. La Gestapo y la Gendarmería de Hitler quemaron vivas a 1.600 personas, 12 de julio de 1941.” Se conoce como Masacre de Jedwabne. Tal creencia duró hasta 1970. El profesor Jan T. Gross, demostró que la mano ejecutora de tal masacre, había sido la de los propios vecinos polacos de Jedwabne, aunque, se presume, que los nazis fueron testigos consentidores y, probablemente, atizaron el ascua. Tal descubrimiento armó un gran revuelo en Polonia, hasta el punto de que algunos lo niegan.
En el 2001, según la investigación oficial de las autoridades polacas, el número se rebajó a un espectro de 330 a 400 judíos, y el de 10 de julio del mismo año el presidente polaco Aleksander Kwansiewski entonó el "mea culpa" en nombre del pueblo polaco a las víctimas y familiares. La Placa inicial del monumento, fue reemplazada por otra actual. Otras matanzas del mismo corte sucedieron en los pueblos de Wasosz y Radzilow.
Tadeusz Słobodzianek, a partir de esta anécdota y de esta investigación ha construido un texto dramático, que, dado el brutal acontecimiento, no deja para nada indiferente y nos lleva a profundas reflexiones. Esta Masacre Polaca se transforma en paradigma de las Masacres del mundo, tan irracionales como aquella que aún siguen existiendo por desgracia -, y por lo que nos toca de cerca: la de nuestra guerra civil. Se cumple aquello de "quien de vosotros esté sin pecado ire la primera piedra" (San Juan, 8, 7)
La historia del pueblo polaco se ha visto sometida a sucesivas invasiones e incluso a ver cómo desaparecía el propio territorio. A pesar de ello, la identidad de Polonia como Pueblo no desapareció. Otra de las peculiaridades es el convivir católicos, ortodoxos y judíos. Una convivencia más fluida en unas regiones que otras, pero al fin y al cabo, sabían respetarse y trabar lazos de amistad, dentro de la limitaciones propias de la ideología o religión en la que cada colectivo se ha criado. Esta convivencia amigable es de la que parte Nuestra Clase.
Diez compañeros de clase: 5 católicos y 5 judíos. Siete hombres y tres mujeres. Han vivido juntos desde pequeños en la misma clase. En aquella época se enamoraron y se pelearon por las mismas chicas. Tenían un espíritu de fraternidad y también de, propio de los jóvenes, tomarse en solfa y con humor recíproco ciertas diferencias religiosas. La Seguna Gerra Mundial y la invasión de ideologías comunista y nazi van a ir cambiando estas relaciones, cuyo colofón es la horrible masacre. Todos ellos han muerto y vuelven para un ajuste cuentas.
Tadeusz Słobodzianek construye un texto dramático en el que lo narrativo abunda. Los personajes, sucesivamente, hablan al público de sus entusiastas sentimientos de adolescentes, sus ideologías, la evolución de la negrura de sus almas por las circunstancias de la Guerra, y sus sentidos de culpa. Textos narrativos de gran evocación, con toques poéticos sacados de la propia dureza de la vida y muy bien interpretados por los actores - todos sin exclusión -, lo que indica una acertada dirección de actores por parte de Carme Portaceli. Tales narraciones se interrumpen con las escenas dialogantes de interrelación de unos personajes con otros. Un montaje alterno que proporciona vivacidad y despierta el interés como si de un "thriller", en sentido amplio, se tratara.
Lo obra es "cruda pero no dura", ha matizado Carme Portaceli, cuando se habla de un texto duro. Posiblemente esa es la matización de un texto que, a veces, nos pone la carne de gallina: antes de que se inflamen esa pira del granero, han acaecido, mofas, violaciones y agresiones pugilísticas de los católicos contra sus compañeros judíos. Toda aquella camaradería de juventud se ha desvanecido ante la invasión de la nueva ideología nazi y posteriormente comunista.
De la quema se salva el que emigra, antes de la guerra, a Estados Unidos - que después será rabino -, y dos parejas mixtas: católica/judío y católico/judía. El amor, más fuerte que las ideologías y diferencias de religión les ha unido. Sólo que no hay un final feliz para estas parejas. Al entrar en su mundo amoroso, paulatinamente, el entorno y la intransigencia religiosa de la época y las amenazas ideológicas, el amor no tendrá fuerzas para resistir. Quien sobrevivirá, aparentemente, es el que emigró a Nueva York y la católica Zosia que huyó a Nueva York y dejó a su esposo el judío Menajem, convertido - cuando cambian las tornas - en criminal despiadado en un afán de venganza.
El autor, da la sensación, de no tomar partido por uno u otro bando, aunque la pira incendiara marca más la culpabilidad a los católicos. Tras el primer acto, que nos deja con la impresión de la intransigencia católica, el segundo acto habla de otra intransigencia: la judía. Y aquí está, creo, el tema central para Tadeusz Słobodzianek. La violencia y odio no proceden tanto de una religión u otra, fundadas ambas en el amor y en un Dios misericordioso, al que hay que tomar como ejemplo, sino en la manipulación de esas mismas religiones por la historia y las ideología, que llegan obnubilar la mente y llevar al ser humano a sacar de sí mismo los más bajos instintos. Habla del peligro de dejarse influir por el entorno socio-ideológico desaforado, algo que está siempre amenazando al ser humano.
Lógicamente además de este tema, a lo largo de la narración surgen otros temas colaterales entre los que se cuentan el de la intransigencia, y pensar que lo de un grupo es la verdad absoluta. Por desgracia, aún hoy día, hay quienes predican esa verdad absoluta, que les impide avanzar en el mundo a través de la inteligente "duda".
La puesta en escena es de una gran intuición por parte de Carme Portaceli. Ha huido, acertadamente, de todo elemento realista o naturalista en lo referente a las escenas más crudas. El modo de abordarlas recuerda a la danza, la cual sabe estilizar con gran poder de sugerencia tales momentos límites. Hay también un inteligente movimiento continuo de los actores en el escenario, creando líneas de fuerza, que favorecen el ritmo de toda la narración.
Carme Portaceli no se puede quejar del equipo de actores. Todos están magistrales, lo cual es necesario al ser una obra coral. A parte de los méritos de cada uno de ellos con un amplio currículum en teatro, cine y televisión, se detecta la buena dirección de Carme, que ha conseguido una unidad en todos. También es verdad que contaba con una materia prima de calidad. Una de las grandes virtudes actorales, es la capacidad de todos los intérpretes en sugerir las distintas edades cronológicas por las que pasan los personajes, sin acudir a facilonas imitaciones infantiles de voz o de cuerpo. Cómo lo consiguen, es un enigma.
La historia se desarrolla en distintos espacios. Se ha sabido resolver, simbólicamente, con inteligencia, siendo las mesas escolares el centro escenográfico. Mesas que a lo largo de la historia cobran, por su uso y movimiento, diversas personalidades. La escenografía está integrada perfectamente en el ritmo narrativo.
Un elemento de gran inspiración , no sé si el propio autor lo indica en el texto, es la forma de expresar la muerte de cada personaje. Se descalzan. Sus pies quedan desnudos y los zapatos ocupan el lugar antiguo de las candilejas de teatro, el proscenio. Es una imagen muy bella y muy evocadora de lo que supone la muerte: Dejar de caminar por la vida. Al mismo tiempo todos, sentados en sus respectivas sillas, se van aproximando unos a otros, como lo estabán en su adolescencia. En el espectador puede producir una nueva sensación, más alla de la historia vivida: ¿ha tenido sentido todo ese enfrentamiento que los había separado? Lo cual lleva a otra consideración: ¿Es propio del ser humano el atacar a otro ser humano, cuando la vida es sólo un pasar?
Parece que el autor no ha pretendido escribir una obra de buenos y malos. Tanto católicos como judíos, manipulados por el entorno, se han transformado en verdugos cuando les ha llegado su momento. No obstante, Tadeusz parece mostrar cierta simpatía por el mundo judío. Dos de ellos, el que emigra a Estados Unidos se convierte en rabino, padre de una prolífica descendencia como prometió Dios a Abraham en el pasaje del sacrificio de su hijo Isaac: "te llenaré de bendiciones y abundantemente multiplicaré tu descendencia, como las estrellas del cielo y como las arenas que hay en la ribera del mar" (Génesis, 22,17). Entre los católicos uno de ellos se hace sacerdote. Mientras el rabino aparece como una figura positiva llegando a esa longevidad placentera, al sacerdote se le connota de intransigencia y sobre él se insinúan los últimos escándalos como el de pederastia, Hay también la alusión a un Juan Pablo II y al Sindicato Solidaridad como institución de poder, que parece no tener nada que ver con lo expuesto anteriormente. ¿O sí? ¿Quiere el autor anunciar que esas dos nuevas instituciones católicas vuelven a ser un peligro como entorno de mentalización? Posiblemente este aparente tomar partido desluce la brillante narración e incluye al autor - hay más de uno que lo ha detectado - en la propaganda sionista, tema vidrioso donde los haya. Sionismo o no, todo el discurso anterior es válido y nos lleva a una profundiza revisión de nuestros comportamientos y de los comportamientos colectivos, que, como se descuiden, llevan a un monstruoso totalitarismo político o religioso. Es lo que, en estos tiempo, llamamos fundamentalismo.
Título: Nuestra Clase (Nasza Klasa)
Autor: Tadeusz Slobodzianek
Traducción (a partir del inglés): Maila Lema
Espacio escénico: Paco Azorín
Diseño de luces: Miguel Muñoz
Vestuario: Lluna Albert
Coreografía: Ferran Carvajal
Caracterización: Toni Santos
Música original / Espacio sonoro: Jordi Collet «Sila»
Diseño de imagen: David Ruano
Diseño gráfico: Mavi Villatoro
Ayudante de dirección: Ricard Soler i Mallol
Director técnico: Jordi Soler i Prim
Regiduría: Elena Vilaplana
Técnico de sonido: Efren Bellostes
Road Manager: Roger B. Sardà
Construcción de la escenografía: Art-cenics
Confección de vestuario: Dobblete
Versificación poemas infantil: Isabel Medina
Productora ejecutiva: Casiana Monczar
Producción Ejecutiva: Fei – Factoria Escènica Internacional
Intérpretes: Jordi Rico (Zygmunt), Jordi Brunet (Abram), Ferran Carvajal (Heniek), Roger Casamajor (Menachem), Lluïsa Castell (Zocha), Isak Férriz (Jakub Katz), Gabriela Flores (Rachelka, después Marianna), Carlota Olcina (Dora), Albert Pérez (Wladek), Xavier Ripoll (Rysiek),
Directora: Carme Portaceli
Duración: 3 horas (incluido intermedio)
Estreno en Madrid: Teatro Fernán Gómez (Sala Guirau), 19 - IV - 2012
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MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DE JEDWABNE |
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