MACBETH
UN ESCENARIO VIRTUAL PARA UNA GRAN TRAGEDIA
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FOTO: UR TEATRO |
No pocos especialistas en el teatro de Shakespeare piensan que Macbeth es una obra más para ser leída que vista representada. Les avala el hecho de que abundan las puestas en escena que defraudan las expectativas creadas por tan gran texto, algunas firmadas por los mejores directores de escena e interpretadas por actores de enorme prestigio y talento. No importa que no se hayan escatimado los medios puestos a su disposición, los cuales hacen posible que los espectáculos sean monumentales. No es ese el problema, sino la dificultad para trasladar a la escena la tragedia de uno de los más complejos personajes del teatro universal. Hay que acompañarle en el viaje desde su desmedida ambición de poder, alimentada por el vaticinio de unas brujas fantasmales y la ciega obediencia a una esposa sin escrúpulos, hasta su destrucción, dejando, a su paso, un camino sembrado de cadáveres. En ese recorrido hay que desnudarle para mostrar su miseria moral, su carácter sanguinario, sus miedos, delirios, dudas, remordimientos y, sobre todo, lo que es en realidad: un hombre débil que no está a la altura del papel que el destino le tenía reservado. Macbeth es un héroe con los pies de barro.
Resulta curioso que no sea éste el único caso en el que se duda de la viabilidad escénica de importantes textos dramáticos. Sucede también con Luces de bohemia, cuyas representaciones, aunque sean dignas, suelen defraudar, pues parece que en el trasvase al escenario se pierde parte de su esencia. Pero el caso es que, más allá de su condición de literatura dramática, son obras concebidas para ser representadas. Y es lo que toca hacer. Por ello es de agradecer que, conociendo los riesgos a los que se enfrentan, haya directores que asumen el reto. Ahora es el turno de Helena Pimenta. Esta directora, conocedora profunda del teatro de Shakespeare y cuyo primer gran éxito fue El sueño de una noche de verano, representado por UR, tenía contraído con ella misma y con sus seguidores el compromiso de hacerla. Un paso que da en un momento de inflexión en su carrera profesional, aquel en el que se dispone a hacerse cargo de la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
La de Helena Pimenta ha sido una apuesta arriesgada. En esta ocasión se ha sumado a la corriente, no siempre oportuna ni felizmente resuelta, de introducir en la puesta en escena elementos procedentes de otras áreas creativas. Las pantallas en las que se proyectan imágenes fijas o audiovisuales sustituyen, cada vez con más frecuencia, a las escenografías tradicionales. En principio, su incorporación al mundo de la escena estuvo motivada por razones económicas, tanto o más que por la orig¡nalidad de un lenguaje novedoso y cada vez más perfeccionado técnicamente. Las proyecciones y el video abarataban los gastos de producción de los espectáculos. Con el tiempo, han ido ganando terreno como elementos artísticos de primer orden por las enormes posibilidades que brindan para enriquecer el discurso escénico. Así sucede en esta ocasión. La aportación audiovisual no se limita a proporcionar un decorado, sino que contiene parte de la acción, pues incluye, además de los paisajes, a los fantasmas y personajes que comparten escenario con los actores de carne y hueso. Al precio de mantener en penumbra durante todo el espectáculo el despojado espacio escénico, conseguimos que ambas categorías de intérpretes se fundan en una sola y participen de las mismas acciones. El milagro, si de tal puede calificarse, para que funcione el engaño visual no es solo la apariencia tridimensional de las imágenes filmadas, sino la existencia de una gasa situada entre la pantalla y el escenario que consigue crear la sensación de que, cuanto sucede en ambos ámbitos, está bañado por una atmósfera común.
El espectáculo es poderoso. El impacto de determinadas imágenes se ve reforzado por la música de Verdi, la que compuso para la ópera inspirada en esta tragedia, que es acompañada por el Coro de Voces Graves de Madrid. Pero resultando llamativo y eficaz, quizás lo más logrado sea la visualización, tan difícil de conseguir, del mundo interior del protagonista, el de sus ensoñaciones, el habitado por las sombras que le atormentan. El espacio recreado tiene más de lugar reservado para acoger las tormentas del espíritu que de realista escenario de la barbarie. A que se tenga esa percepción contribuye la poda del texto y el trabajo de los actores.
Aquella es selectiva. Prescinde de pasajes que distraerían el discurso pretendido por Pimenta. Lo que queda, que es mucho, respeta al pie de la letra lo que Shakespeare escribió. También hay una criba de personajes. Algunos han desaparecido y, otros, solo tienen presencia virtual. La tienen física ocho importantes y tres secundarios, que son asumidos por siete actores. El tremendo reto al que se enfrentan es el de no dejarse devorar por la marea de imágenes filmadas y el subrayado musical. Hay que señalar que la obligada atención a la tecnología no ha distraído a la directora de la atención que requería el trabajo actoral. Ha sido minucioso, como es habitual en las producciones de UR. Cabría formular algún reparo mínimo, como lo es que algunas voces se ahoguen y se hagan ininteligibles, sobre todo en los parlamentos finales. Al margen de esta observación subsanable, los actores salen airosos del envite, aunque mermado su protagonismo. José Tome es un Macbeth vacilante y en cierto modo digno de compasión. Sabiéndose perdedor, se engaña a sí mismo en un afán imposible de supervivencia y eso, aunque no le absuelve de sus crímenes, le humaniza. Pepa Pedroche es una Lady Macbeth sin fisuras en su ambición y vocación destructora. Destila maldad en sumo grado. Es una alimaña sin escrúpulos. Su trabajo requiere mucha energía, pero hay que decir que la administra bien, pues se ha reservado parte de ella para no dejarse doblegar por el peso del aparato escénico.
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JOSÉ TOMÉ
FOTO: UR TEATRO |
Título: Macbeth
Autor: William Shakespeare
Versión: Helena Pimenta
Escenografía y Dirección Audiovisuales: José Tomé
Diseño Audiovisuales: Emilio Valenzuela, Eduardo Moreno
Iluminación: Felipe Ramos
Vestuario: Alejandro Andújar
Dirección Musical: Iñaki Salvador
Dirección Coro: Juan Pablo De Juan
Interpretación Coral: Coro De Voces Graves De Madrid
Intérpretes: Jose Tomé (Macbeth), Pepa Pedroche (Lady Macbeth), Oscar S. Zafra (Duncan / Macduff ), Javier Hernández-Simón (Banquo / Medico), Tito Asorey (Ross / Asesino), Belen De Santiago (Malcom), Anabel Maurín (Lady Macduff / Enfermera)
Dirección: Helena Pimenta
Estreno en Madrid: Teatros del Canal (Sala Verde), 30 - XI - 2011
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FOTO: UR TEATRO |
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