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RESEÑA 1979
NUM. 122, pp. 18 |
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"EL TARTUFO"
(MOLIERE-LLOVET-MARSILLACH)
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De nuevo el triunvirato que hace diez años fue capaz de poner una de las notas más brillantes sobre aquellos no tan lejanos escenarios cuajados de problemas artísticos, políticos y sociales, ha cabalgado sobre una aventura esperada y en cierto modo malsana mente contemplada.
Los problemas continúan, sabido es, pese a que las connotaciones que adornan actualmente el fenómeno teatral tengan una atmósfera ligeramente más despejada y, acaso, esperanzadora. Y siendo presentes aquellos problemas, Tartufo ha de reaparecer forzosamente como manipulador y gran responsable de ellos.
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Los que disfrutamos entonces con un espectáculo fresco, corrosivo y profundamente teatral; es decir, los que siempre hemos creído en la labor creativa de Marsillach (matices personales aparte), sentimos un cierto temor al suponer que quizá lo que tan adecuado resultó entonces no fuera excesivamente apropiado ahora. Se confiaba, pese a todo, en el buen juicio de los responsables y parece que tales esperanzas no han sufrido el menor desencanto.
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Moliére interviene en este texto, como en el anterior, a modo de puro animador, de motivador de unos personajes eternos perfectamente aptos para ser trasplantados a cualquier momento. Tartufo, como D. Quijote no es tipo del momento, ahistórico, sino símbolo eterno de la especie humana y tanto la mezquindad del primero como la enajenada bondad del segundo vienen a concretar la cara y cruz de una socie dad abocada a la sangrante imposición del fuerte sobre el débil. ¿Llega, pues, a tiempo este Tartufo? Tan cierto como que nos encontramos -y tal vez siempre será desgraciadamente así - en el punto de partida de todas las grandes esencias humanas. Gran cosa seria que el taimado villano no fuera ya más que un viejo ejemplo de museo; en otra parte estaríamos y hacia mejores horizontes podríamos caminar.
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Aquí y ahora, un Tartufo falsamente demócrata, ladino, ladrón de la casa del hombre que en él contra (la casa es España, el hombre...), burlador de justicias; es personaje adecuado. Y este Tartufo centrista, salido de los estamentos más reaccionarios del país, pieza sustancial en el laberinto político de la dictadura, sutilmente introducido en las formulaciones democráticas, está verdaderamente ahí, frente a toda la sociedad, encarándose amablemente con ella, transformando verbalmente e in movilizando de hecho; es el político visceral y el tecnócrata cerebral (sabio compendio que siempre concedió los mejores resultados al gobernante de turno y las peores consecuencias a sus gobernados.)
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Pero ni Llovet ni Marsillach desean ir más lejos de lo que el fenómeno teatral permite. Parece que pisan por momentos el límite de lo concreto para, inmediatamente, volver a la historia de Moliére, retomar símbolos, juegos comunicativos, fiesta con y para los que contemplan que son, en el fondo, la última justificación de todo lo que ocurre en escena. Así, como la canción de fondo anuncia, "serán ustedes los que eviten la vuelta de tantos Tartufos". Será la sociedad, sí, la que tendrá que concienciarse, participar en el torbellino político apartando rotundamente a todos los escaladores políticos que hacen de la labor pública un monopolio del poder personal
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Es una llamada - como lo fuera antaño -, un toque de atención sobre las falacias de ciertos demócratas que no dudan en utilizar términos esperanzadores para el logro de sus fines. En este sentido, el texto resulta tan fresco como el anterior y cumple todos sus propósitos: divertir, responsabilizar y sobre todo avisar con urgencia sobre nuestra actual situación política. No pueden ponerse, pues, demasiados peros al resultado. Si acaso, algún pecadillo de oportunismo en frases manidas; la presencia de Marsillach como actor (muy superior a su labor de dirección) "estrella" y la falta del malogrado José M. Prada que supo dar réplica en mejor tono que su sustituto. Pero en general, la Compañía de Marsillach se encuentra perfectamente acoplada y realiza un trabajo pulcro. Francisco Nieva (repitiendo casi íntegramente el montaje anterior) pone su característica nota de originalidad al decorado y figurines.
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Contemplar este Tartufo, pese a lo que pese y se contradiga con ello a voces posiblemente numerosas, supone retomar la posibilidad de un Teatro firmemente positivo. Claro es que no toda la labor escénlca debe sustentarse en el fenómeno político-festivo, pero dado el deterioro de nuestro parco repertorio y el vacío que sin duda sufre el espectador ante copiosos intentos mínimos, insípidos, la especial gracia y colorido de estos montajes puede contribuir a crear el aliento necesario para situar al teatro español en el lugar cultural que merece y que por ninguna otra manifestación puede ser cubierto.
Titulo: El Tartufo.
Autor: Molière
Retrasladado por: E. Llovet.
Decorados y vestuario: F. Nieva
Compañia: de Adolfo Marsillach.
Intérpretes: Adolfo Marsillach (Tartufo)
Dirección: Adolfo Marsillach
Estreno en Madrid: Teatro Príncipe, 15 – IX - 1979
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TEATRO PRÌNCIPE
AFORO: 500
Tres Cruces, 8 – Madrid
TELF.: 91 521 83 81
mETRO: gRAN vÍA
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