LA CAÍDA DE LOS DIOSES
EL APOCALIPSIS DE VISCONTI RECREADO POR PANDUR
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FOTO. ALOJSA REBOLJ |
Los personajes de la película La caída de los dioses, de Luchino Visconti, tienen un profundo aliento trágico shakesperiano, que se ve realzado por el marco extraordinario en que se desarrolla la acción, la Alemania del Tercer Reich. Cuatro décadas después de su estreno, Tomaz Pandur ha hecho, a modo de homenaje, una nueva lectura de dicha obra maestra destinada a ser representada en los escenarios. Lectura que sigue al pie de la letra el guión original, aunque prescinde de un episodio importante, como el que describe la relación pedófila de Martin con una niña judia que se suicida, y añade el enigmático personaje del enano Janek, que algo tiene de maestro de ceremonias. Digamos que la omisión no afecta al propósito de la obra, el cual no es otro que el de mostrar el declive y caída de la poderosa familia Essenbeck, dividida sobre la conveniencia o no de unirse a la causa nazi, a cuyo ejército acaba abasteciendo de armamento pesado salido de sus fábricas, e inmersa en sórdidas luchas internas por hacerse con el control de las vidas de sus miembros y de los negocios.
Si hay fidelidad en la narración, no es menor la que se observa en la puesta en escena y en el retrato de los personajes. Salvando las diferencias artísticas que puedan existir entre sus intérpretes, se diría que, los de la versión escénica, son clones de los del original cinematográfico, tanto en el vestuario, como en sus movimientos y gestos. En cuanto a la puesta, hay dos elementos comunes: la larga mesa en torno a la cual se reúne la familia y la iluminación del espacio escénico. Aquella, vestida con blancos manteles, vajilla de porcelana y cubertería de lujo en las celebraciones festivas y momentos trascendentales para la vida familiar; sobria o con adornos que remiten a lo que se produce en las fábricas, cuando se habla de negocios o se conspira. Y aún Pandur da al mueble otros usos que prolongan su presencia en el escenario. Ora es mostrador de cocina; ora mesa de forense. En lo tocante a la luz, la muy sobria diseñada por Gómez Cornejo, reproduce el decadente ambiente creado por Visconti. El homenaje al director italiano lo es, por extensión, al séptimo arte y en el se inscribe la música que interpreta al piano Ramón Grau. Situado delante del escenario, en un lateral, como era habitual en los tiempos del cine mudo, la partitura subraya lo que sucede en escena.
Teniendo tantos puntos en común ambos trabajos, llama la atención que la estética habitual del director esloveno esté presente en toda su pureza. Puesta al servicio del discurso viscontiano con el afán de certificar su vigencia en la Europa del siglo que vivimos, no ha necesitado situar la acción en nuestro tiempo ni introducir cambios en el original. La modernidad reside en la puesta en escena, cuyo aspecto minimalista – la versátil mesa, un sinfín de sillas y un enorme espejo inclinado suspendido del techo, no disimula su complejidad técnica. Mesa, sillas y en ocasiones los personajes se desplazan arrastrados por una cinta transportadora que cruza el escenario de un extremo a otro. En cuanto al espejo, que refleja lo que sucede en el escenario, en ocasiones parece un cristal líquido en el que objetos y personas se deforman como si fueran una masa inconsistente.
No era tarea sencilla completar un reparto en el que no hay personajes secundarios y que tiene como precedente el de lujo con que contó Visconti. No sería correcto caer en la tentación de hacer comparaciones, casi siempre odiosas, aunque, si se hicieran, nuestros actores no saldrían malparados. Su trabajo es, en general, digno. Y cabe decir más. En algún caso roza la excelencia. Sucede con Belén Rueda que, en el papel de la baronesa Sophia, alcanza un nivel comparable al de Ingrid Thulin en el film. Sorprende gratamente la actuación de Pablo Rivero, conocido actor de televisión, que en su debut en los escenarios, interpreta con solvencia a un personaje de la envergadura del joven Martin. Al margen de cotejos queda Emilio Gavira, en un papel hecho a su medida, que le viene como anillo al dedo.
Título: La caída de los dioses
Basada en la historia y el guión original de Nicola Badalucco, Enrico Medioli y Luchino Visconti
Adaptación para teatro de Tomaž Pandur
Dramaturgia: Livija Pandur
Escenografía: Numen (Sven Jonke)
Vestuario: Angelina Atlagić
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Diseño de videoescena: Álvaro Luna
Traducción: Pablo Viar
Coordinación musical: Antonio Moreno
Colaborador de dirección: Ronald Savković
Ayudante de Escenografía y Vestuario: Nicolás Bueno
Diseño de caracterización: Chema Noci
Realización escenográfica: Equipo Del Teatro Español
Utilería y Atrezzo: Nicolás Bueno y Alexandro Lanzillotti, Creator of Legend, Damyr, Numen
Realización vestuario: Sastrería Cornejo
Realización de pelucas: Antoñita, Vda. De Ruiz
Realización espacio sonoro: Ignacio Hita
Producción : Teatro Español de Madrid en colaboración con el Teatro Calderón de Valladolid y el Festival Grec de Barcelona
Ayudante de dirección: Damià Plensa
Intérpretes (por orden de intervención):
Belén Rueda (Baronesa Sophie von Essenbeck), Nur Levi (Elisabeth Thallmann), Manuel de Blas (Baron Konstantin von Essenbeck ),
Francisco Boira (Herbert Thallmann), Pablo Rivero (Martin von Essenbeck, su hijo), Fernando Cayo (Von Aschenbach), Alberto Jiménez (Friedrich Bruckmann), Emilio Gavira (Janek), Santi Marín (Günther von Essenbeck),
Ramón Grau (Pianista).
Versión y dirección: Tomaž Pandur
Duración: 2h.30min. (con intermedio)
Estreno en Madrid: Naves del Español (Sala 1), 25 – VIII - 2011
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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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